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Manuel Triay Peniche
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Medalla de Oro
Can Can en el Cereso

Por Manuel Triay Peniche
Los sicólogos deberían dedicarle un tiempo al Cereso de Mérida donde el encierro carcelario ha modificado las perspectivas: Los ví pintar sus murales hasta altas horas de la noche, fui testigo de su desempeño en el escenario y nada había más lejos de la depresión, ni de la afectación a su dignidad como seres humanos. Habría que verlos bailar Can Can.
Cuando Jacques Offenbch creó esa danza frívola y movida, que se hizo popular en el barrio parisino Montparnasse, no imaginó que su música recorrería el mundo, y menos, desde luego, pudo imaginar que una treintena de internos la interpretaría en el penal de Mérida como ocurrió ayer para echarnos en cara que su encierro nos los despersonaliza, nos les altera su autoestima, ni sus expectativas, ni su sexualidad.
La inauguración de las Olimpiadas Cereso Mérida 2024 fue una demostración inequívoca de vida: 20 grupos de internos representando a igual número de países participantes en el evento mundial que inicia hoy en París. Una hora bajo el sol, un desfile con banderas representativas y atuendos de uso regular: la mayoría, pantalones sueltos, holgados, a media pierna, camisetas corrientes; algunos con tatuajes, otros de cabello largo. Así son, allá están, viven y conviven, saludan a su paso, no están inhibidos.
Tras el desfile subieron al escenario tres “reggaetonistas”, ellos inventaron la canción de sus propias Olimpiadas, movieron palmas pero más los corazones, bailaron a ritmo y acordes con su coreografía, y dejaron el escenario listo para un grupo de internas, cuyo desempeño fue creciendo de forma notable. Llamó mi atención que la mayoría eran muy jóvenes.
Desfilaron seis, siete botargas con deferente ambientación y cedieron el escenario a otro grupo de internos: tal vez 30, tal vez más; pantalones negros y camisetas blanca, traía un popurrí para demostrar sus diferentes habilidades de bastoneros, gimnastas y bailarines. La coreografía fue de lo más variada y los intérpretes reflejaban en los sudorosos rostros la satisfacción de la entrega.
El cierre de aquel número fue una lección, un llamado de atención a la sociedad que los confinó a purgar alguna condena. Del Moulin Rouge de París hasta el Cereso: se tomaban de los manos y lanzaban los pies a la derecha y luego a la izquierda, era el baile clásico de principios del Siglo XIX, era aquella protesta social de las lavanderas con sus enaguas limpísimas; fue un aquí estoy, vivo, siento, cometí un error y lo estoy pagando pero seguimos siendo iguales y me estoy preparando para reinsertarme y cumplir mi parte.
Fueron muchos en el penal los que trabajaron muy duro y sin remuneración de ninguna clase para lograr el objetivo que comenzó ayer, pero lo hicieron a la sombra de su manager que estaba en todo de manera personal: acondicionando que césped que lucía como el mejor, dirigiendo la construcción de la Torre Eiffel y la pintura de los murales, la coreografía y la asistencia puntual de los bailarines, la motivación de todos. Medalla de Oro para el director del Cereso Francisco Brito Herrera, sin cuya entrega, estoy seguro, esta nueva Olimpiada no sería posible

Manuel Triay Peniche
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