Rubén Martínez Cisneros
Mira Cutberto, como traes los zapatos, todos rotos y apenas hace unos meses que te los saque fiados con Esculapio el abonero y todavía no los acabo de pagar, ve con don Abundio, para ver si te los puede arreglar, pues ahora no tenemos centavos para unos nuevos y ya van a empezar las clases le reclamaba doña Irene al chamaco, que veía con tristeza sus cacles rotos.
Cutberto se encaminó a la reparadora de zapatos La Media Suela de don Abundio, quien vio al chamaco con ternura, llevaba sus zapatos en la mano; es que hay mucho lodo en las calles, alcanzó a decir, no te preocupes, voy a ver que puedo hacer por ellos, lo consoló el zapatero, le pondré buena suela y coseré bien para que te duren más.
El escritor Juan José Arreola, nos regala la narración Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos, “Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle”.
Agrega el autor de Confabulario, “Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis…Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted mismo le dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante”.
Por cierto, hay que recordar que el oriundo de Zapotlán el Grande, Jalisco, al llegar a la ciudad de México, nos dice en el libro El último juglar, “la venta de sandalias fue mi primer empleo en México, en 1937”, además nos narra sus peripecias por las calles ofreciendo sus productos; su paisano Odilón Ochoa Galindo le advirtió, “…debes aprender a correr con velocidad, ya que los perros serán tus principales enemigos”.
Por otra parte, don José Rubén Romero, en su novela La vida inútil de Pito Pérez, personaje pícaro y sus andanzas por Cotija, Ario de Rosales, y otros lugares de la provincia de michoacana, inicia, “La silueta obscura de un hombre contaba el arco luminoso del campanario. Era Pito Pérez, absorto en la contemplación del paisaje. Sus grandes zapatones grandes hacían muecas de dolor; su pantalón parecía confeccionado con telarañas…”.
En otro párrafo describe el encuentro de Pito Pérez y un vecino, “Nos sentamos al borde del campanario, con las piernas colgando hacia afuera. Mis zapatos nuevos junto a los de Pito Pérez brillaban con su necio orgullo de ricos, tanto que Pito los miró con desdén y yo sentí el reproche de aquella mirada”.
Cutberto regresó por sus zapatos con don Abundio el día que habían acordado, quedaron muy bien, muchas gracias le dijo el chamaco al zapatero que orgulloso se los puso en una bolsa; momento en que llega don Lamberto, aquí le traigo estos botines para que me los repare, pues piso un chicle y se de que sabor es.