La Revista

53 años, pastel sin velitas

Manuel Triay Peniche
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Por: Manuel Triay Peniche.

Correo: manueltriay@hotmail.com
@mtriaypeniche

Hoy me desperté pensando en ti, mi estimado don Carlos Menéndez. Estabas frente a mí, con un bloc de papel en las manos, entrevistándome en la Recepción de tu periódico. Era viernes, 19 de enero de 1968, y me citaste para comenzar a trabajar el martes siguiente, 23, por lo que hoy para mí es un día de agradecimiento y de disculpas: agradecimiento a ti, a mis compañeros de labor, a todos los que me ayudaron en esta profesión de la que sigo aprendiendo, y de disculpas a quienes afecté de cualquier manera con mi desempeño, que seguro serán muchos.

Lo que más me atrapó entonces es que en el periodismo no existe rutina, cada día es diferente, pero lo que me mantuvo en el trabajo e hizo que me enamorada de él, fue tu ejemplo don Carlos –y conste que ya no tengo por qué hacerte la barba. Fuiste un profesional de tiempo completo, un amante de la perfección, un esclavo de la verdad y, también honesto contigo mismo y consecuente hasta de tus errores.

Eras el jefe de las dos caras, sobre todo en nuestros primeros años de convivencia. Jajaja, recuerdas cuando hacías tu entrada a las 9 de la mañana y don Abel, tu papá, te regañaba porque había descubierto una falta de ortografía en el Diario. ¿Qué … haces todo el día que no te fijas de lo que se publica? Era el recibimiento diario, como si alguien pudiera revisar personalmente, página por página, nota por nota, todo el material del periódico.

Entonces la edición era de 16 ó 20 páginas, pero teníamos jornadas larguísimas, de 12 y algunas veces hasta de 16 horas, y conforme transcurría el tiempo tu paciencia y tu bonhomía iban cambiando a grado que a las tres de la madrugaba yo no quería ni acercarme a ti. La verdad, jefe, después de tus regaños yo quería recordarte a doña María pero mira como son las cosas: a 53 años vista, agradezco me hayas formado así.

Una de tus miles de enseñanzas “sine qua non” era el uso apropiado del lenguaje. Recuerdo cuando te presentaba mis notas del baile del Club Campestre y con dos o tres palabras cambiadas hacías de mis textos poesía; aquella tu paciencia para enriquecer mis descripciones de los trajes de la reina hechos con lamé y pasamanería, y como hacías resaltar la belleza de aquellas chicas que lucían “pendentif”, recuerdos de familia.

Como agradezco que me hallas movido en el tablero periodístico, en ocasiones como peón, caballo o alfil, a veces al ataque o como ficha de intercambio. Por las mañanas rezábamos junto al Obispo en la Catedral, al mediodía sudábamos la gota gorda en el campo y en la noche, cansados pero con mucha voluntad, cenábamos a gusto rodeados de perfumes y caras bellas, en una de las muchas actividades que te gustaban publicar. Hoy, a cubrir la fuente de Aeropuerto o Policía y mañana al box o al béisbol; claro, después de llevarte las notas de Palacio o el Ayuntamiento.

Sí, lo sé, y lo dejé párrafo aparte, don Carlos, tú no estabas para ningún político: salvo honrosas excepciones, que los atienda Triay. Pero me gustaba hacerlo. Aunque la gran mayoría nos calificaba de panistas, en realidad tú buscabas la equidad, la rectitud y la verdad sobre todo. Claro, aquellos estaban en el banco de enfrente y tenían distinta visión de las cosas y por eso en varias ocasiones te acusaron hasta penalmente.

Pero afines o contrarios, los políticos buscaban ávidos tu edición diaria, no se podía gobernar sin el Diario.

¡Y qué cosas nos tocó vivir don Carlos! Ojalá haya chance que recordemos algunas anécdotas, desde los ataques físicos a tus instalaciones hasta los boicots en diferentes épocas, las veces que se robaron los periódicos o los incendiaron, aquella auditoría federal que duró como tres años; hasta una oficina les diste en tus instalaciones a los inspectores y no encontraron nada negativo en tu contabilidad.

Cuántas horas pasamos juntos, yo contándote lo que políticos y lectores decían de ti y de tu periódico, y tú tomando nota para aquellas, épicas, primeras columnas que adoptaste tras tu operación de corazón: “primera calumnia” en el círculo rojo, jejeje. Hoy que lo recuerdo, chin, de verdad que por un lado te admiraban y por otro de odiaban. De hecho algunos líderes panistas que decían quererte, te usaban según sus intereses personales. Una vez, una maestra, líder de colonos meridanos y hoy cliente frecuente de tu Diario, me dijo una frase que me caló: “no sabes cuántos crímenes se comenten en nombre del amo de la 60”.

No sé si amo, pero líder en Yucatán sí que lo eras y fue precisamente nuestro mayor orgullo. Además, siempre nos recordabas a tus reporteros que éramos los representantes del Diario en la calle y eso nos obligaba a una conducta adecuada y, obvio, a disfrutar de los beneficios que eso conlleva, aunque también de las corretizas y algunas mentadas que no faltaban, sobre todo en la época en que los líderes estudiantiles estaban al servicio del gobierno.

De verdad, jefe, que me gustaría contar la historia que viví en tu periódico, pero no puedo hacerlo y tú sabes la razón, se llama fidelidad. Por hoy, en este 53 aniversario de mi vida en el maravilloso mundo de la noticia, al que tú me metiste, sólo quiero darte las gracias. Lástima que algunas cosas cambiaron entre tú y yo, pero tal vez pronto podamos reunirnos y entonces sí, con esa memoria de privilegio que siempre te acompañó, podremos desandar paso a paso esa prolongada vivencia que nos unió.

Hoy, para qué te cuento, mejor ni te digo, pero tu fortaleza sucumbió, no resistió el embate de la crisis económica, ni supo cómo enfrentar la avalancha virtual de las redes sociales y se fue por lo más fácil, cambió su liderazgo por un plato de lentejas. Engañaron a tu capitán con el canto de las sirenas y estrelló la nave.

Sí, don Carlos, no te gusta oírlo ni a mí decirlo, pero cuando vuelvo la mirada tras 53 años de brega en este mar plagado de tiburones, y no encuentro el faro que guió a los yucatecos, lejos de celebrar quisiera rezar un requiem. Por eso ves en mi mesa un pastel de aniversario, pero sin velitas que lo iluminen.

Aquí le corto, ya comenzó a emanar de mi teclado algo de lo que interfirió en nuestra magnífica relación de maestro-alumno. Hasta hoy, y seguro no cambiara, tú eres don Carlos Menéndez la persona con la que compartí el mayor número de horas de mi vida.

Nos vemos jefe.

Manuel Triay Peniche
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