Algo más que palabras, por: Víctor Corcoba Herrero.
Escritor
/
corcoba@telefonica.net
Toda esta vida es un caminar en tránsito haciendo familia, hacia un
mundo global, hacia una patria celeste; y, por ello, es de justicia alzarse,
ayudar a levantarse, y vivir favoreciendo los encuentros, para que nadie quede
excluido, de ese bienestar que es buscado y anhelado por cualquier ser humano.
En efecto, todo está en nosotros, somos la esencia del hacer, la luz que nos
esclarece o las tinieblas que nos degradan. Sin duda, el momento actual puede
ser desastroso o esperanzador, todo va a depender de nuestras actitudes de
acogida y protección, de colaboración y hermanamiento. Ha de hermanarse la
humanidad. Entiéndase bien el término.
Para empezar hay que decir ¡no! a cualquier tipo de rechazo. Los
diversos gobiernos del mundo no pueden permanecer indiferentes ante ese mundo
migrante que nos desborda, pero que es objeto de un tráfico ilícito como jamás
se ha conocido. A propósito, un estudio reciente describe las principales rutas
de contrabando y concluye que este tipo de trata es particularmente elevada
entre los refugiados que, por falta de otros medios, necesitan recurrir a piratas
para llegar a un destino seguro cuando huyen de sus países de origen. Bajo esta
bochornosa realidad, es preciso ponerse en acción para un desarrollo humano más
integrador, puesto que cualquiera de nosotros podemos ser mercancía de unos
traficantes sin escrúpulos. Toca, pues, hacer piña en todo el orbe para poder
dignificar cualquier existencia por ínfima que nos parezca.
En nosotros radica todo, el derecho a movernos o a no movernos, a
emigrar o a no emigrar, porque el mundo es para todo ser humano, no únicamente
para los privilegiados. No pongamos tantas barreras. Precisamente, el Día Internacional de las Remesas Familiares,
que se celebra cada 16 de junio, está orientado a reconocer la importante
contribución financiera de los trabajadores migrantes al bienestar de sus
familias en sus lugares de origen y al desarrollo sostenible de sus países.
También tiene como propósito alentar a los sectores público y privado y a la
sociedad civil a hacer más y a colaborar para que esos fondos tengan el mayor
impacto en los países en desarrollo. Por ejemplo, hay que hacer justicia en un
mundo de tantas desigualdades, y aunque nos duela, no se trata de incrementar
el bienestar de unos pocos, sino la dicha de toda persona. Nos corresponde
reparar no tanto los discursos como las acciones, dejémonos de dar migajas, donémonos en alma y
cuerpo hacia aquellos con los que nadie cuenta, hagamos valer los derechos
fundamentales en todos, y pongamos en valía el vínculo que nos fraterniza como
especie pensante. Querer es poder. Que nadie se confunda optando por un
espíritu destructor. Únicamente cultivándonos corazón a corazón podemos
construir moradas que nos concilien, nos unan y simpaticen. Esta es la
cuestión. Sobre esto, en el fondo, se funda el trascendente valor de la
hospitalidad, ofrecida a cualquier migrante necesitado de refugio.
En un momento de tantas huidas y abandonos, por el
impacto de mil conflictos y violencias, urge que los países trabajen unidos
para brindar seguridad a quienes la reclaman. De nosotros, y exclusivamente de
cada cual, va a depender que cese esta atmósfera de preocupaciones,
reconstruyendo vidas, o lo que es lo mismo, activando otros cultos con el
lenguaje del entusiasmo, sabiendo que las cosas que crecen desde el amor, jamás
desfallecen, y que quien protege existencias, acrecienta la suya también. Hoy
más que nunca, las palabras de san Juan Pablo II nos estimulan a ese cambio en
nuestro modo de ser y de actuar: “Si son muchos los que comparten el sueño de un mundo en paz, y si se valora la
aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede
transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente
en casa común”. Ojalá aprendamos a ser
para los demás antes que para nosotros mismos. Por esta razón, es vital impulsar
otras políticas más sociales, o si prefieren más poéticas, en el sentido de que
todos somos necesarios e imprescindibles, también los migrantes y refugiados,
los excluidos y marginados por este sistema injusto que se dice productivo, que
nos endiosa hasta el punto de pensar que el mundo es nuestro o de unos pocos.
La necedad no puede ser mayor. Organicémonos de otro modo más acorde con lo
armónico, para que nadie se sienta un extraño, y todos nos podamos sentir
útiles en la creación de ese cielo habitable, con más poesía que poder, con más
horizontes que muros, con más autenticidad que falsedades. En cualquier caso,
estamos en camino, para servir, no para servirnos del débil, algo tan
aborrecible como comer su propia carne.