Algo más que palabras, por: Víctor Corcoba Herrero
El mundo representa una gran diversidad, lo que nos exige ser cada día
más cooperadores para sentar los cimientos de una nueva y renovada alianza para
la acción conjunta, a la vez de que se requieran lenguajes más del corazón, que
de las finanzas, para poder activar otros espíritus más libres y respetuosos
con el entorno y la distintiva entidad humana. Por momentos contamos con un
sometimiento opresivo de los organismos financieros. Esto nos debilita tanto,
que nos deja sin nervio y sin verbo algunas veces. En otras ocasiones, sufrimos
el ejercicio corrupto de políticos que anteponen el bien común a sus intereses
privados; obviando que la política es servicio y jamás negocio. No importa
vulnerar las legislaciones, incluso aquella que sea ley de leyes, nos hemos
acostumbrado a una permisividad del todo vale y todo sirve. ¡Triste periodo el
nuestro que todo lo contamina de falsedades!
Con razón, la limitación del poder es una idea implícita en el concepto
mismo del derecho, que hay que ponerla en práctica más pronto que tarde, puesto
que nadie es dueño de nadie. No se trata, pues, de reaccionar sin más ante unos
hechos, ya que nuestras actitudes como seres pensantes nos demandan
cuestionarnos, ir al fondo de la cuestión, repensar la realidad, canalizar
nuestra propia inventiva, seguramente redoblar los esfuerzos comprensivos; y,
en todo caso, tender puentes siempre hacia todos aquellos que nos reclaman
ayuda. Ahora bien, esta acción no puede ser llevada a buen término de manera
aislada, fragmentada, es necesario un enfoque global. Sin duda, debemos crear
una nueva traza de colaboración entre Estados, incluso para administrar los
recursos naturales de manera conjunta, puesto que las crisis van a surgir
permanentemente y vamos a tener que convivir auxiliándonos unos a otros.
A mi juicio, hoy más que nunca necesitamos de la inventiva humana, para
encontrar el camino que nos lleve a ese horizonte de autorrealizaciones, que es
lo que verdaderamente nos dignifica. Llevamos impresas tantas heridas en el
alma que nos cuesta tomar aliento. Cada día son más las personas que se sienten
abandonadas por esa multitud de pedestales, que lo único que hacen es
aplastarlas más. No sentirse acogido por tus propios análogos, es una de las
mayores injusticias. De igual modo, no tener trabajo elimina la dignidad. Al
parecer, la dignificación del ser humano no está prevista en la agenda de
muchos líderes actuales. Por este motivo, diariamente multitud de personas se
degradan y viven en situación de desamparo ante la indiferencia de una clase
dominadora que se resiste a extender su mano. La pobreza, la exclusión y las
guerras continúan siendo el carburante que enciende la maquinaria de la
esclavitud en nuestra época.
Ante este bochornoso contexto de injusta dominación, es menester el
coraje del entusiasmo colectivo, el soplo creativo de la gente, sin ninguna
coacción externa. Sólo hay que salir de uno mismo, y ver que el mundo ha
cambiado, pero de una manera dramática. A poco que nos dejemos, se nos pisotean
los más innatos derechos. Cada cual debe ser digno actor de su camino y de su
caminar. No pongamos más piedras por la calzada. Nuestra casa común, o sea
nuestro planeta, nos pertenece a todos por igual, lo que nos requiere de una
estima y consideración hacia todo aquello que vive y nos acompaña en nuestro
andar. Hay que empeñarse, por tanto, en despojarse de egoísmos, para poder
trabajar sobre una justa comprensión de hermanamiento universal y sobre el
respeto al ser de cada existencia.
Herir a una persona en su decencia es un salvajismo tan descarado, que
merece restitución. De ahí, la importancia de luchar de manera legítima por
acabar con las violaciones de los derechos humanos. Hasta ahora, si bien la ONU
ha marcado unas pautas al establecer unas normas mínimas de comportamiento
aceptable para las naciones, llamando la atención de la comunidad internacional
sobre las prácticas que pueden incumplir dichas reglas, lo cierto es que urge
un mayor compromiso de todos al respecto; sobre todo, a la hora de considerar
las diferencias culturales como muros en lugar de horizontes, a fin de promover
una mayor cohesión social, lo que conlleva de un tesón solidario auténtico, muy
distante a lo que prolifera en la actualidad. Ojalá aprendamos a unirnos, a
estar juntos y no divididos, a trabajar coordinados, y de hacerlo así,
hagámoslo como poetas en guardia siempre. La paz será nuestra y el éxito de
todos. Vale la pena implicarse en la tarea.