Las semanas trascurren luego de la histórica derrota que padeció el Partido Acción Nacional el pasado primero de julio, y nada pareciera cambiar: las mismas cúpulas instaladas y ahora defendiendo a rajatabla sus cada vez más reducidos espacios, la misma falta de rumbo que se padece desde el año 2012, los mismos rostros reciclados y reinstalados en nuevos cargos que perpetúan poder, garantizan complicidades y aseguran prebendas en el futuro.
Reunido hace dos semanas, el Consejo Nacional panista, si bien fue como pocas veces, o cabría decir, como cada seis años, espacio de críticas y señalamientos, fue incapaz de empujar a la actual dirigencia a un cambio de rumbo necesario; en lugar de ello, la principal noticia fue la ovación al otrora candidato a la Presidencia de la República, cosa que tampoco sorprende a nadie: buena parte de las y los consejeros deben su puesto testimonial y aplaudidor a la actual dirigencia, y asimismo cuidaron que el futuro no se comprometiera por una postura crítica que exigiera un mínimo de rendición de cuentas.
Dos días después de ese encuentro, el PAN de la Ciudad de México anunciaba la expulsión de algunos de sus militantes, acusados de apoyar otros proyectos políticos durante el proceso electoral de 2018, desdiciendo con ello los compromisos que ya algunos aspirantes expresan en el sentido de perdonar e ir al encuentro de quienes por una u otra razón quedaron relegados de la vida interna del partido.
Por otra parte, y a partir de la primera semana de julio, distintas voces manifestaron su interés por contender por la Presidencia del partido, la mayoría sin proyecto alguno más allá de alzar la mano, otras con claridad de lo que hace falta pero sin sumar la medida del valor de la militancia panista, que es la cantidad de votos con que se cuente, algunos más renegando de sus mentores para aparentar una separación que no es sino seguir por la conocida ruta de la administración de la derrota.
La instalación de la Comisión que se hará cargo de dirigir y organizar la sucesión de la dirigencia panista, conformada durante ese Consejo Nacional, tuvo en voz de su presidenta, Cecilia Romero, una declaración que cuestiona el futuro proceso de antemano, y que es en resumen la descalificación del padrón de la militancia panista:
“Hay que reconocer que el padrón no garantiza que todos los que están en el padrón son panistas, ni tampoco que todos los panistas estén en el padrón… Desgraciadamente ha habido, en los últimos años, intentos de algunos y logro de otros, de afiliar a personas al partido para que voten por ellos el día de la elección” (El Financiero, 15/08/18).
Si la primera condición para llevar a cabo un proceso democrático –padrón confiable– se encuentra en tela de juicio, también lo está el futuro resultado, máxime cuando la manipulación del padrón, el voto corporativo y el uso de las estructuras partidistas por parte de quienes se encuentran en el poder ha sido el sello distintivo de Acción Nacional en sus elecciones internas, aunque solo las que tienen que ver con dirigencias, porque las candidaturas se han decidido, al amparo de la norma, por designación, sin permitir que la militancia participe de la vida interna partidista.
En medio de estos hechos, Andrés Manuel López Obrador monopoliza el debate nacional, fija la agenda pública con temas de gran trascendencia para el futuro del país, nombra a próximos integrantes del gabinete y da espacio a liderazgos que representan francos retrocesos en temas como la educación o la política energética, ante una oposición que apenas alcanza a emitir un gris comunicado o esgrimir argumentos opacos y sin trascendencia.
La militancia de Acción Nacional –y por militancia me refiero a aquella consciente de la falta de rumbo del partido– tiene ante esta enumeración de equívocos la obligación de exigir a sus dirigentes altura de miras, capacidad de corregir una ruta que solo ha traído la marginación del propio panismo, y entender sobre todo la urgencia de contar con un partido fuerte por sus liderazgos, firme en sus convicciones y con sentido de la importancia que hoy implica corregir la errática ruta que tras la derrota de julio pasado ha seguido el PAN.
Si no es la militancia panista la que asuma este deber de reencauzar el rumbo del partido, no lo hará nadie.