La Revista

¡Cómo Han Cambiado los Hijos! (Sí: han cambiado de padres)…

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez

La leyenda urbana dice que antes las cosas eran diferentes, los hijos mostraban respeto y obediencia hacia sus padres y figuras de autoridad; jugaban, juegos “de a deveras”, libremente en las calles; ayudaban en casa, pronto se ganaban “sus centavos” y ni se enfermaban por cualquier cosa, comieran lo que comieran, ni se quejaban de aburrimiento crónico… Facebook y otras linduras de la maldita posmodernidad se han encargado de dar a conocer y canonizar a la “chancla” como elemento correctivo de los padres de generaciones anteriores, de los que también sabemos que “bastaba una mirada” para asegurarse de inhibir cualquier intento de desorden o falta de educación. Asumimos, y es cierto, que esos padres, en comparación con las generaciones actuales, educaban con mayor rigidez y eso les daba mejores resultados en lo que damos en llamar la disciplina.

Probablemente estemos de acuerdo en que ser padre/madre es simultáneamente la labor más humana, generosa, vivificante y desafiante a la que nos podemos enfrentar en pareja y no se diga solos. Implica entre otras funciones importantes guiar el comportamiento de los hijos y en general todo aquello que nutre el sistema familiar y contribuye a la formación de las personas.

Quienes crecimos con esos padres, sabemos que hubo de todo; desde los padres más inflexibles y duros, hasta los más suaves y tolerantes; así como los hijos que se plegaban completamente al control recibido y hasta los eternos rebeldes que al parecer nunca fueron doblegados. Pero sin duda, como toda leyenda, algo hay de razón en esta historia. No es necesario enumerar la evidencia de que los niños y niñas de hoy, incluso más que los adolescentes, distan en promedio mucho en sus motivaciones, actitudes y reacciones a los de hace algunas décadas.

Apunto dos elementos que pueden ser menos evidentes, pero que como psicólogo considero mucho mejores para explicar esta transformación tan radical en nuestros hijos e hijas. Por decirlo sencillo: presencia y convicción. Antes los padres, al menos uno de ellos, estaba en casa, muchísimo más, que lo que ahora pueden y de hecho están. Y además o en su lugar, había otros adultos o chicos mayores disponibles, sea para orientar, acompañar, vigilar, regañar, acusar o incluso chancletear… el caso es que había alguien mayor que apoyara el proceso formativo.

Más importante que eso, antes los padres tenían en promedio una certeza mucho mayor de la responsabilidad y poder que tenían a su cargo para la formación de sus hijos; casi sin importar su nivel de ilustración o la educación que hubieran recibido, los padres se sabían padres, y alucinaban mucho menos con ser amigos de los hijos, traumarlos por una equivocación o estar bajo amenaza de agentes externos o de los propios hijos al actuar como padres. Podemos entender la serie de excesos que llevaron a perder esa convicción parental de estar a cargo y hacer lo necesario para formar correctamente. Pero no tenemos un sustituto para ella y se ha perdido a caudales generación tras generación, hoy los padres sabemos mucho más de lo que podemos hacer, pero estamos menos disponibles y muchísimo menos seguros de atrevernos a hacerlo. El tiempo y la seguridad apenas nos alcanzan para proveer y procurar la alegría, resta poco para dedicar a la formación de los tres elementos que hacen a una persona autosuficiente: el afecto, la disciplina y el adecuado aprovechamiento de las oportunidades.

A reserva de entrar en detalle a mejores prácticas (quizá en próximas lecturas), pongo a la vista elementos que podemos tomar de la educación pasada y de la actual dependiendo de la situación.
– De hace varias décadas nos serviría aplicar la firmeza y persistencia, que más que la chancla y la mirada de fuego, convencían a los hijos/as de cumplir los deberes y formaban fuertes hábitos.
– De hace algunas décadas, cuando se puso de modo centrarse en reglas, podemos aplicar un pequeño listado (digamos 5) de bases de funcionar en casa o con cada hijo/a; de modo que en cada época nos vayamos poniendo a la vista lo prioritario y asegurando que esos mínimos vayan bien, aunque otros temas menos importantes queden pendientes.
– Y aún de las costumbres de educación actual, y su énfasis en lo que el niño/a siente y quiere, podemos rescatar la forma en que esta acción enriquece la compresión y fortalece a la familia cuando presenta cambios o atraviesan un momento difícil que repercute en las emociones.

Los hijos y/o hijas, las personas, somos producto de nuestra genética, sí, pero aprendemos a vivir conforme a las experiencias que nos tocan, el marco más amplio e importante de ellas está sin duda en la familia y en particular en los padres. El tipo de profesional, de ciudadano/a o de pareja que somos pasa por el filtro de la persona en la que nos convertimos al crecer y vivir. Por ello, me atrevo a escribir estas ideas en La Revista, pues aunque su énfasis está en lo público, lo político y lo ciudadano, la forma en que nos relacionamos en esos espacios acaba siendo también función del tipo de personas en las que nuestra formación nos ha traído a ser.

Así que papá, mamá, y demás familiares… La autoridad no se trae, no se tiene…, se ejerce todos los días y es nuestra decisión en qué sentido lo hacemos.

Jorge Valladares Sánchez
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