Algo más que palabras, por; Víctor Corcoba Herrero
Hay evidencias que están ahí, en la soledad que nos acompaña, pero la innata grandeza del ser humano, consiste en hacer valer y en poner en valor, su propio espíritu moral; en saber mirar con los ojos de la autenticidad para poder encauzar otros caminos más sensibles con nuestros análogos. Cada día son más las personas marcadas por el sufrimiento, por la inhumanidad de todos nosotros. Se me ocurre pensar en esas criaturas menores, víctimas de la guerra, de contiendas inútiles y absurdas, de todo tipo de formas de violencia, incluso dentro de sus distintivos hogares. Se acrecienta también el número de chavales sin esperanza alguna, sumidos en la desesperación y el miedo, y por si fuera poca la desolación, hay algunos niños a los que no les dejamos ser niños. Lo mismo sucede con los abuelos; con aquellos que, en el atardecer de su vida, son despreciados por sus naturales descendientes, quedando muchos de ellos en el desamparo total, incluso aquellas instituciones que dicen salvaguardarlos, hacen bien poco por cambiar el rostro de su faz. A veces, de igual forma, hemos convertido el sufrimiento de algunas gentes en espectáculo. Algo tremendo, cruel, que debe dejarnos totalmente destruidos por dentro.
Ciertamente, en la medida en que el sufrimiento de los niños nos deja indiferentes, no existe el amor verdadero entre nosotros. Esta es la triste realidad. Muy triste, tristísima. Para desmoralizarse. Posiblemente de todo se rehace uno y renace. De vez en cuando, en algunas noches, en lo espinoso de una situación, se toca el reino de la verdad y suele hallarse la luz. Sin ir más lejos, ahora la Organización Mundial de la Salud acaba de publicar, por primera vez, recomendaciones sobre el tiempo que los más pequeños pueden pasar viendo la televisión o jugando con un celular, cuánto ejercicio físico deben hacer y cuántas horas deben dormir. Nunca es tarde para enmendar contextos. También el maltrato a las personas mayores se ha mundializado, lo que requiere una atención más efectiva por parte de todas las corporaciones, incluida asimismo la comunidad internacional, pues aunque tengamos la certeza de que hemos de caminar constantemente en la oscuridad de las penurias, hay que tener esperanza y ponerse en acción para defender la vida de todo ser vivo, despojada de todo dolor causado por semejantes.
Sea como fuere, en cualquier rincón del planeta, ante estos escenarios de amargura, hay que oponerse. No es bueno continuar deshumanizándonos. La humanidad se maltrata a sí misma. Nadie se hermana con nadie. Tampoco se armoniza, se enemista, y no aprendemos la lección vertida por nuestros antepasados. Es más, con los avances, la tortura está a la vuelta de la esquina y el adoctrinamiento en cualquier plataforma de las nuevas tecnologías. En demasiadas ocasiones, incitando al odio y la venganza, mientras los gobiernos de los Estados apenas hacen nada por adoptar medidas inteligentes que regulen este tipo de hechos para que no frene la innovación o la libertad de expresión. Por cierto, la Organización Mundial de la Salud, recomienda que entre los dos y los cinco años los niños usen esos dispositivos como mucho una hora al día. Si es menos, mejor. Además, son también muchos los críos que han de soportar los traumas derivados de este espíritu de divisiones que impera hoy en toda la sociedad, con la ruptura de la familia.
Otras gentes, con etiqueta de marginación, también están en total abandono, consideradas como desechos de las que hay que desgajarse. ¡Pobre árbol de la vida! Hemos perdido el corazón y apenas hacemos nada por mejorar esta atmosfera inhumana a más no poder, que pisotea a los débiles y endiosa a los poderosos. Quizás los adultos tengamos que hacernos pequeños como los párvulos y volver a ilusionarnos con un nuevo estilo de vida más fraterno, más humanístico en suma. Tal vez, de igual modo, aquellos que nos creemos maduros, tengamos que reflexionar sobre nuestros abuelos, porque un pueblo que no custodia a sus mayores se desmiembra de sus propias raíces, con la consabida ausencia de memoria que va a insensibilizarse por siempre, con la definitiva caída de la arboleda existencial. Por consiguiente, nunca es tarde para superarse y cambiar la siembra del dolor por una sementera de buenas prácticas vivientes, que radican, desde luego, en la capacidad de amarse y de poder amar. Lo peor que puede pasarnos como linaje es que perdamos hasta nuestro propio amor, nos cansemos de sonreír y de alegrarnos de sembrar el bien, sobre todo donde cohabite el mal.