Son pocas cosas tan certeras como lo es el clima nublado que recurrentemente compone el paisaje yucateco durante los jueves santos año con año. Paisaje congruente con el sentimiento de respeto que aún guardan miles de yucatecos en memoria a la pasión de Jesucristo; y es que, a pesar de que la tendencia global dicta dejar de practicar religión alguna, en Yucatán aún se practica ampliamente el credo católico.
Una razón fundamental de esto, es lo arraigadas que son las celebraciones locales a la religión católica. Pensemos en las fiestas patronales de los municipios, las tradicionales novenas en épocas decembrinas, o cantar “la rama”. Es indiscutible que los valores católicos han definido la composición de la sociedad yucateca.
Sin embargo, como ya se dijo, en el mundo estamos ante tiempos difíciles para el cristianismo. El pasar de los años ha relegado a la religión católica a un plano menos relevante, en contraste con el protagonismo que ostentó durante siglos. La ideología que caracteriza a las generaciones actuales presenta posturas incompatibles con los preceptos cristianos en temas de especial relevancia como lo es la vida y la familia, por mencionar algunos, lo que trae como consecuencia desapego a la formación religiosa.
Asimismo, como dijo Huntington, en el futuro (nuestro ahora) la guerra será por pugnas religiosas. En “The Clash of Civilizations”, escrito hace más de diez años, se plantea que la próxima realidad implicaría conflictos causados por diferencias religiosas y culturales. Cualquiera pudo pecar de ingenuo y descartar que en pleno siglo XXI la religión sería un motivo de violencia; sin embargo, se hubiera equivocado, pues estamos ante lo descrito en dicha obra.
No hay que buscar mucho para darse cuenta. El pasado domingo de Pascua en Sri Lanka murieron más de 290 personas víctimas del terrorismo por bombardeos en iglesias y hoteles. De igual forma, a mediados de marzo del presente año, cincuenta musulmanes murieron a manos de un terrorista doméstico en Nueva Zelanda. Nos seguimos matando por fe.
Esto, aunado a la mala imagen que ha aquejado a la Iglesia por casos de corrupción y pederastia, ha restado credibilidad a la institución, lo que ha ocasionado que pierda relevancia sobre el devenir de la sociedad.
La Iglesia Católica, desde sus inicios, ha contribuido al desarrollo de la sociedad. Evidencia de esto son todas las obras filosóficas y artísticas de la antigüedad que podemos apreciar después de tantos años gracias al esfuerzo de generaciones de monjes que se dedicaron a traducir y preservar el conocimiento por vidas, o la incansable labor altruista que han llevado a cabo ininterrumpidamente en todo el mundo.
Independientemente de estos invaluables esfuerzos, su principal aportación nace de su objetivo esencial: predicar el buen vivir. Por el motivo o conducto que sea, la iglesia católica (y cualquier otra religión) tiene como principal objetivo promover que las personas vivan de forma correcta. Este objetivo que representa la aportación primordial de la iglesia, es la razón por la cual ha fallado esta ante los ojos de la sociedad, ya que clérigos han abusado de la interpretación de lo que es la iglesia y de sus funciones.
La Santa Sede es la sede episcopal que conforma el gobierno de la Iglesia Católica, la cual está encabezada por el Papa. Junto al Estado de Palestina, ambos fungen como los únicos dos estados observadores permanentes de la Organización de Naciones Unidas, lo que significa que tienen acceso a la mayoría de las reuniones, pero no tienen derecho a voto. En el caso de la Santa Sede, es así por decisión propia, ya que tener derecho a votar implica manifestar una postura y tomar partido con algún bloque de países, perdiendo su calidad de rector moral. La religión católica, en su cúpula más poderosa, tiene claro el papel que debe desempeñar conforme a su naturaleza.
Este entendimiento del papel de la Iglesia en el mundo le permite desempeñarse como guía moral de manera responsable. Muchos se han corrompido al ver el poder que conlleva profesar y emitir juicios, y aún más, que exista una comunidad que acepte estas posturas por las vestiduras que porta quien profesa. Se necesita una honesta vocación a la formación espiritual para entender que no se trata solamente de lo que se profesa, igual es indispensable definir cómo y dónde.
Pensar en asociaciones religiosas inmiscuidas en asuntos públicos implica un grave retroceso social. Si bien, la función de la Iglesia es de suma importancia para el correcto desarrollo de la sociedad, esta debe limitarse a actuar con neutralidad referente a los sistemas de poder, ya que hacer lo contrario implica comprometer su moralidad.
Ante esto, reflexionamos sobre si los medios públicos de comunicación (como la televisión abierta y radio) son un medio correcto para la difusión de valores religiosos. La reflexión nace de las manifestaciones del Presidente con respecto a ver con buenos ojos que grupos religiosos tengan espacios en medios públicos para la promoción de valores.
De entrada el planteamiento puede despertar rechazo natural por la formación laica que ha caracterizado al estado moderno. También invita a reflexionar sobre el hecho que las asociaciones religiosas no pagan impuestos, y estarían utilizando recursos públicos para difundir sus mensajes. Finalmente, hay que pensar sobre el alcance de los medios de comunicación y los riesgos que esta difusión masiva tendría a los derechos de libre información de las personas.
Acostumbrémonos a llamar las cosas por su nombre, y a tomarnos el tiempo de entender las instituciones que componen la realidad en que vivimos. Cuando tengamos claro nuestro papel en el mundo, y el papel de los actores que nos rodean, podremos construir una sociedad armónica. Ignorando el cliché por parecer sumamente pertinente, evoco a Jesús y concluyo con “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
