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El valor del individuo

Jordy R. Abraham Martínez
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Sobran los motivos, por: Mtro. Jordy R. Abraham

Al hablar del estilo de vida propio del mundo contemporáneo suele señalarse que el individualismo se ha extendido para tornarse en un mal perjudicial. A través de este concepto se busca describir la proliferación del egoísmo como motor impulsor de acciones y decisiones. Así, se afirma que, debido al dinamismo de un entorno social con múltiples distractores, las personas tienden a pensar cada vez más en sus intereses individuales, prestando menos atención en los intereses colectivos.

No podemos negar que hay algo de cierto en esta crítica. La alta competitividad que se ha instalado en medio del paradigma de la globalización trae consigo grandes retos por superar. Es verdad que la avaricia se ha manifestado en diversas formas, e incluso se refleja en la crisis ecológica y la desigualdad económica. También es cierto que la indiferencia nos impide, en ocasiones, consolidarnos como una sociedad cohesionada, donde la solidaridad impere.

Sin embargo, no podemos desestimar la importancia de la individualidad, pues las comunidades se integran por sujetos únicos e irrepetibles que aportan un valor específico al colectivo. Es decir, el individuo es un activo que nutre el tejido social y posee dignidad humana por su simple condición de persona. Por supuesto que el bien común es indispensable para hablar de calidad de vida, pero no puede entenderse el bien común sin la disposición de individuos que unan fuerzas en favor de las causas superiores.

Se habla de una crisis de valores humanos que se traduce en violencia, injusticia y deshonestidad. Pues bien, para combatir esta problemática, es imprescindible voltear a ver a la persona en su calidad de individuo. Enfocarse en el sujeto para trabajar en su desarrollo humano, es la mejor manera para construir sociedades más armónicas. De este modo, la formación y crecimiento del ente individual, funge como andamiaje necesario para el establecimiento de comunidades eficientes y organizadas.

Las personas no son medios, sino que son fines en sí mismas, porque cada vida es valiosa y todo ser humano es capaz de aportar al bien colectivo. No obstante, si únicamente apelamos a valores abstractos y conceptos utópicos, sin atender las necesidades de los individuos, las posibilidades de éxito serán exiguas. El tejido social no se reconstruye de la noche a la mañana; se trata de un proceso tedioso, pero fructífero.

Por tanto, debemos revalorizar al ser humano, poniendo especial empeño en la formación de valores y principios éticos. El interés individual no es negativo, en la medida en la que no se contravengan estos principios universales. Si fortalecemos la individualidad, como corolario tendremos sociedades más resilientes y con mejores condiciones de igualdad. Vayamos de lo particular a lo general, con sentido de orientación y aspiraciones fundadas en ideales legítimos.

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