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Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Editorial La Revista Peninsular
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Una mañana la clase política se despertó para alistarse a ir a otro evento con el presidente. A diferencia de otros años cuando la etiqueta obligaba a ir de traje o guayabera, dependiendo del Estado y su temperatura, esta vez el evento ameritaba otro tipo de vestimenta.

¿Cómo se viste uno cuando el evento oficial consiste en un ritual para pedirle permiso a la Madre Tierra para construir?
Por la ropa que portaban los cientos de asistentes podemos asumir que la indicación protocolaria fue vestirse de blanco. Algunos optaron por lo seguro y utilizaron una guayabera con un corte más casual, pero en lo general parecía un grupo de señores llegando a Tulum para pasar el fin de semana.

La clase política mexicana se encontraba muy alejada de sus raíces indígenas, y claramente se percibía en la postal del evento.
Ya sabíamos todos, los ciudadanos y los políticos, que Andrés Manuel López Obrador traía un nuevo paradigma para ejercer política. Como candidato nunca huyó a las zonas menos desarrolladas, a pesar de la inseguridad que hay en ellas, y en su discurso siempre enalteció a los pueblos indígenas.

Recordemos que en su toma de protesta a la presidencia, antes de dirigirse a la nación un grupo de representantes de todos los pueblos indígenas del país le hicieron un ritual de purificación, y le entregaron un bastón de mando que simboliza que los pueblos originarios lo reconocen como líder.
Debemos aplaudir la validación expresa recíproca que vimos entre el gobierno federal y los pueblos indígenas propiciada por Andrés Manuel. Las acciones del presidente contribuyeron a la reivindicación de la cultura indígena, y la hicieron relevante en un contexto en el que se le había relegado al salvajismo.
Sin embargo, el actuar general del gobierno es incongruente con esta bondadosa perspectiva que habían procurado. Cualquiera pensaría que con los reflectores que AMLO les dio a los pueblos indígenas también procuraría escucharlos y velar por sus intereses, pero la realidad no es así.

La realidad es que uno de los muchos problemas que tiene el Tren Maya es que los dueños de las tierras por las que pasaría el tren, es su gran mayoría personas indígenas, no quieren ceder sus propiedades. Incluso ha habido reclamos por presiones para vender las tierras a favor del proyecto.

Mientras tanto, nuestro presidente dice que todos son felices, y que todos los pueblos están a favor del proyecto, cerrando oídos al pueblo mismo que se rehúsa a poner en peligro sus bienes, y su patrimonio cultural y natural, por el impacto que tendría el tren en su entorno.
Si el presidente decide, con toda autoridad, el sentir de los pueblos indígenas, me imagino que usa como sustento el bastón de mando que le fue otorgado, ya que es el instrumento que le permite, expresamente, ostentar la soberanía de los pueblos.

Habría que ver quiénes eran esos representantes de todos los pueblos originarios que cedieron el liderazgo conjunto al presidente. ¿Cómo acreditan su representación? ¿Fueron elegidos por algún tribunal comunal o por sus iguales? ¿Escucharon a sus hermanos indígenas? ¿O solo fueron escogidos para la foto y el impacto mediático que tendría para el informe?

Hay que responder estas preguntas por que el presidente está fungiendo como difusor del mensaje de quienes fueron ignorados y callados por años, pero parece ser que siguen en la misma condición, y solo son utilizados como argumentos para promover acciones de gobierno.

La acción de procurar enaltecer a los pueblos indígenas en el discurso es aplaudible por sí sola, pues da fortaleza ante la sociedad a voces que sistemáticamente no han sido escuchadas; a pesar de esto, parece ser que esta actitud ha sido para construir una imagen más que para cambiar la forma de gobernar. Peor aún, la construcción de esta imagen le ha dado la atribución al titular del ejecutivo para hablar por personas que no escucha.
Dudo que López Obrador cambie este modus operandi pronto. Debido a que ha logrado mantener silenciadas a las voces de los indígenas, no hay tanta difusión sobre las denuncias contra la presión a ceder tierras para el Tren Maya; y bajo el manto de vocero de los indígenas, puede sustentar acciones de gobierno sobreponiendo el presunto interés de los pueblos sobre los datos de los expertos tecnócratas.

Desde hace meses, distintos expertos han manifestado su preocupación por este proyecto y han sido tachados de opositores, conservadores, neoliberales, y tecnócratas por el presidente y sus simpatizantes. Sus argumentos, sustentados en datos duros, que versan sobre el impacto ambiental, la rentabilidad, y la afectación social del tren han sido desechados, desacreditando a quienes emiten los argumentos, pero pocas veces intentando desacreditar el argumento en sí.

El Instituto Mexicano de Competitividad presentó un documento hace unos meses en el que deja en evidencia la improcedencia del Tren Maya. El principal problema que plantearon, y que persiste a la fecha, es la falta de información sobre el proyecto. No sé si el gobierno tenga esta información y no la quiera compartir, o aún no cuenten con ella, a pesar que se supone que ya se están llevando a cabo acciones, pero los ciudadanos no tenemos acceso a estos datos que tenemos derecho de conocer.

Otro problema importante expuesto en este documento es la poca probabilidad de que exista rentabilidad. Tan solo un par de líneas ferroviarias en el mundo son rentables, esto significa que es muy probable que al pueblo mexicano le cueste sostener este proyecto.

Asimismo, a principios de semana hubo un foro académico en la Universidad Autónoma de Yucatán que reunió a figuras de todo el país para plantear sus reflexiones y dudas a Aaron Rosado Castillo, enlace del Tren Maya en Yucatán. Los expertos presentes en el foro coincidieron en la preocupación de que no haya información disponible para conocer el impacto del proyecto, y cuestionaron el objetivo principal de éste que es, supuestamente, detonar el turismo y la economía en la región, ya que los datos indican que el tren no es la forma de alcanzar estos objetivos.
Andrés Manuel puede seguir haciéndose sordo a estas quejas fundamentadas, porque ya tiene el permiso de la Madre Tierra para actuar, y para una parte importante de la población mexicana, la segunda pesa más que las primeras.

Sin embargo, la verdad pesa más que cualquier creencia.

Independientemente de la cantidad de declaraciones que hay sobre el tema, tanto del gobierno como de sociedad, son pocas las acciones en concreto que se han tomado para la realización del proyecto. Pareciera que conforme pasa el tiempo, los datos van acorralando al presidente demostrándole que su idea no es viable.

Podemos ver esto en la cantidad de dinero destinado al Tren Maya para el año 2020, ya que se le destinó el equivalente al dos por ciento del costo total del proyecto. Esto se puede interpretar como un recurso para ganar tiempo y crear condiciones que favorezcan la construcción del tren, o para encontrar una salida del proyecto sin que exista mucho costo político.

El titular del Fondo Nacional de Fomento al Turismo, Rogelio Jiménez Pons, aseguró que este presupuesto era suficiente para continuar los trabajos del tren y entregar a tiempo, pero por la cantidad de declaraciones sin sustento comprobable que emite este servidor público, se ha ganado la imagen de tener una boca muy grande, pero manos muy chicas, por lo que debemos tomar con pinzas su aseveración.

El impacto positivo que tiene la procuración de un discurso a favor de los indígenas no debe pasar por alto, y menos en México por el bagaje cultural que representan nuestras culturas originarias. Lo ideal sería que esta postura no solo sea de forma sino de fondo también, para que el presidente escuche a las comunidades indígenas y conozca su verdadero sentir sobre el proyecto. Una vez conociendo las verdaderas necesidades del pueblo, podrá utilizar los datos y comentarios que dan los expertos para poder construir un plan que beneficie a todos.

También en esta escucha podría darse cuenta que no es viable el proyecto, pero gracias a que se tomó el tiempo de escuchar a las comunidades y a los expertos, se dará cuenta que echar para atrás el Tren Maya le daría mejores resultados políticos en comparación con los que obtendría si decide continuar neciamente con este.

Apelar a ritos prehispánicos en el escenario político puede tener mucho provecho para la difusión de las culturas indígenas y para acercar a los políticos a sus raíces, pero de ninguna manera debe ser utilizada para fundamentar decisiones de fondo de la administración pública, pues contraviene los procesos de participación ciudadana al responsabilizar a un ente espiritual del desarrollo del país.
Bien dice el refrán: Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

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