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La paz de Yucatán no es casualidad

Editorial La Revista Peninsular
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El espíritu pacífico que nos caracteriza no es ninguna casualidad, es el resultado de los valores que se han preservado por generaciones.

Mucho antes que se fundara la ciudad de Mérida, los mayas procuraban una vida en armonía, alejada de la violencia. A diferencia de otras culturas prehispánicas que se caracterizaban por su destreza en las armas, su brutalidad, o sanguinarios rituales, los mayas relucieron por sus descubrimientos científicos, su arquitectura, y su arte.

Después la Independencia de México, a la par del enfriamiento de la Guerra de Castas, comenzó el auge del “oro verde”, con lo que nuestra ciudad mostraría una cara positiva al mundo por primera vez.

Considero que este es el momento es que empezamos a construir la imagen de paz que hoy portamos con orgullo.

La industria henequenera posicionó a la Península de Yucatán como un referente económico en México, y de los puertos yucatecos se realizaban exportaciones a varios países.

A principios del siglo XX, por un corto periodo, se estimaba que en Mérida había la mayor cantidad de millonarios del mundo. Los yucatecos llamaron la atención del país al utilizar estas oportunidades económicas para invertir en su educación, en el desarrollo de cultura, y en mejoras urbanas; básicamente invirtieron en una mejor calidad de vida.

El sector privado yucateco de ese entonces se dedicaba casi exclusivamente a la industria henequenera, por lo que cuando cayó la industria cayó el Estado. No hablo de un quebrantamiento del estado de derecho ni mucho menos, hablo de una caída económica que nos tomó décadas superar.
Mientras la superábamos, pasaron más de setenta años en los que figuramos poco en el panorama nacional por el modesto desarrollo económico que había en el área.

La verdad es que esto no parecía afligirnos a los yucatecos, quienes estábamos satisfechos con el tranquilo ritmo de vida que llevábamos, en contraste con el que se vivía, y vive, en otros estados del país.

Fue hasta que México se tiñó de sangre por la violencia, que la paz yucateca se convirtió en un activo económico. En el nuevo milenio, los valores que por generaciones procuramos fueron bien recompensados por la certidumbre que brindan al sector empresarial.
Pasamos de consolidarnos como referente por la industria del henequén a consolidarnos por nuestros excepcionales índices de paz; el segundo siendo una fortaleza más noble que el primero, pero ambos igualmente susceptibles. Si, como hace cien años, no prevenimos la permanencia de lo que nos hace fuertes, podemos volver a caer.
Esto no significa promover la xenofobia y la intolerancia; por el contrario, significa aceptar con calidez a quienes vienen a nuestro estado a trabajar, y promover en ellos mediante el ejemplo los valores que nos han permitido mantener la calidad de vida que tenemos.

El creciente desarrollo económico del que somos testigos en la ciudad viene acompañado de miles de hermanos mexicanos que buscan en nuestras tierras una vida pacífica para desarrollarse, ya que muchos de ellos no tienen esta oportunidad en sus lugares de origen.
Esta realidad, lejos de asustarnos, debería inspirarnos a construir un mejor México, inculcando los valores que nos han hecho fuertes en todos quienes vengan, para que ellos a su vez lo hagan con sus familiares a lo largo y ancho del país.

La paz yucateca no tiene colores ni tendencias políticas, no tiene nombre ni apellido, ni es producto de una política pública. La paz yucateca es de todos los yucatecos, y ha sido construida por generaciones mediante la procuración del buen vivir y la tranquilidad.

Que nuestra ciudad sea la sede de la Decimoséptima Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz no es ninguna casualidad, es la consolidación de un estilo de vida que se ha formado por años; es la cereza en el pastel.

Celebremos que los reflectores están sobre Mérida nuevamente; celebremos la paz, y lo que somos; celebremos mucho, que hoy todo el mundo está de fiesta con nosotros.

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