La Revista

¿Debemos confiar en las instituciones? ¿O demostrar nuestro interés?

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares
Sánchez *

dr.jorge.valladares@gmail.com

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Esta semana tuve la
maravillosa oportunidad de estar en mi querida Facultad de Educación de la UADY
y compartir ideas con un agradable grupo de estudiantes y autoridades, para
poner a su alcance el Dossier de la Democracia, que cualquier persona puede
bajar de la Biblioteca Digital del sitio: www.iepac.mx; acompañado con
extraordinarias personas, como lo son Bartolomé Alonso Caamal (profesor maya y
magnifico expositor de cómo llegamos a distanciarnos de nuestros ancestros
originarios) y Úrsula Zurita Rivera (socióloga y firme defensora de formas
honestas y auténticas de fomentar la participación de los niños, niñas y
adolescentes).

Fue una invitación a
quienes serán educadores/as a atreverse a ejercer su profesión con claras
convicciones sobre la importancia y forma de la educación cívica y el impulso
de la participación ciudadana. Partimos de lo que tenemos en común quienes
estuvimos allí, quienes me hacen el honor de leer ahora y mucho más de un
millón de personas en nuestro Estado: ser ciudadanos/as de Yucatán.

Mi mejor manera de
entender lo que debe ser un ciudadano/a provino de las palabras de mi hijo,
cuando a los cuatro años, me preguntó ¿qué es cuidadano? (sic). Al cabo del
tiempo comprendo que tenía razón, debemos ser cuidadanos, cuidadores de lo que
compartimos, o sea todo lo que es público y que nos han heredado nuestras
generaciones previas y hoy seguimos manteniendo a través de nuestros impuestos
y cuotas. La calle, los parques, los edificios donde nos dan servicios
públicos, las decisiones, las políticas con las que deben guíarse los
funcionarios/as, nuestro estado y nuestro país.

Todo ello es de todos/as.
La democracia es precisamente la forma de organización social en la que las
decisiones podemos o debemos tomarlas entre todos. El riesgo constante en esto
es que lo que es propiedad de todos muchas veces se toma como obligación de
nadie, en un fenómeno psicosocial llamado difusión de responsabilidad. Lo
cierto es que nos hemos acostumbrado a pensar que si algo de lo público está mal,
es deber del gobierno o de los funcionarios o de todos (o sea de nadie) el
arreglarlo. Y permitimos que las cosas continúen como están, incluso llegando a
asumir que como así han estado, así seguirán y nada podemos hacer.

La democracia tiene dos
vías. Una llamada indirecta o representativa, es la que ejercemos a través de
votar y elegir a personas para que administren el gobierno (y entonces lo
público) o nos representen al decidir las normas que sirvan para vivir como
mejor convenga al estado y municipio. La otra vía es la más desconocida y, por
tanto, lamentablemente la menos ejercida: se llama democracia directa o
participativa, y consiste precisamente en ser parte de las decisiones que la
ley (mecanismos de participación ciudadana) y la vida en comunidad
(involucrarse en los asuntos comunes) nos permiten.

La fórmula compartida
contiene tres elementos. Involucración: ser verdaderos cuidadanos/as. Intereses
comunes: que sea sobre lo que nos unamos, pues nadie se mete a temas que no le
interesan. Y formas efectivas de asociación: que nos den el tiempo y espacio
necesario para dialogar y ponernos de acuerdo en decisiones y soluciones.

Hasta hace pocos años,
los datos indicaban que la institución en la que más confianza tenían los
mexicanos/as era el ejército, con un 62%, lo cual no suena a una gran
confianza, pero era la más alta para las instituciones y personajes públicos y
es probable que esto no haya mejorado. Ni se diga de la confianza en los
diputados o partidos políticos que no superaba y no creo que supere pronto a un
20%.

La pregunta es si debemos
confiar más en nuestras instituciones. La respuesta que llevo por donde tengo
oportunidad de compartir es que ese no es el punto. La palabra confianza tiene
en su etimología el concepto de fe, y ésta es la creencia en algo sin pruebas,
por una mera convicción personal. No es lo que aplica con las personas a las
que les pagamos para que administren lo público, y por el contrario sería
insensato tener tal fe al ver tantos ejemplos negativos de cómo se comportan
algunas de las personas a las que les damos la oportunidad de servirnos
habiendo votado por ellas.

Las personas que cobramos
por servir, los servidores públicos, no estamos allí para recibir confianza, ni
podemos poner como justificación cuando fallamos en alguna de nuestras
funciones el no contar con ella. Estamos allí para cumplir una ley, unas
políticas públicas, dar respuestas a través de servicios y responder a las
necesidades de la gente, con base en el grado en que tales necesidades sean
explícitas por las dos vías democráticas señaladas. Es decir, la gente debe ser
muy clara al votar por una persona como responsable de cumplir un proyecto de
gobierno o de administración, y seguir participando y exigiendo en las acciones
en las que hay un margen de participación previsto en la ley.

Sé que no funcionamos
así. Sé que es baja la cantidad de ciudadanos/as que realmente asume que las
instituciones y todo lo público es propio y que puede vigilar, exigir y
acompañar a los/as servidores públicos en el ejercicio de la labor por la que
les pagamos entre todos. Son contadas aún las personas y asociaciones que se
sienten propietarias y empoderadas para hacer su rol ciudadano, de cuidar y
exigir en lo que es de todos/as. Parte de mi labor como Consejero Electoral radica
precisamente en difundir y propiciar acciones que ayuden a convencer y
habilitar a más personas para que vivan así su ciudadanía.

La otra cara es
posicionar la iniciativa de los funcionarios/as públicos para que dejen de
tener como un objetivo la confianza ciudadana (que llega sola ante la labor
honesta, constante y exitosa) y se centren en una agenda que realmente
contemple los intereses de la ciudadanía. Vemos a muchos gobernantes planteando
temas que no llaman a la gente a participar, porque contienen o se presentan
con base en sus propios intereses y no en los de las personas de las que se
requiere participación.

El interés es lo que nos
une, lo que está inter/entre la gente, lo que hace que in/entremos en un tema o
una acción. La mejor manera de plantear acciones públicas que nos lleven a
cambios verdaderos y de largo alcance es tener claros los intereses cotidianos
de los distintos grupos o sectores de la ciudadanía a la que sirve y plantear
en esos términos su agenda. Los eventos masivos para la foto no llevan a
solucionar ningún problema real, y la gente que asiste suele hacerlo por
estímulos ajenos a lo que realmente importa en la comunidad. Plantear los
asuntos desde el interés de la gente a la que servimos es el primer buen paso y
da lugar a la reunión de quienes tienen un interés común sobre este o aquel
asunto. Lo que realmente nos pone en camino de soluciones es ser capaces de
echar a andar una ruta de diálogo y trabajo conjunto que lleve a ese avance
deseado y decidido en colectivo, respetando lo que la mayoría piensa y quiere y
atendiendo a lo que las minorías merecen y necesitan.

El interés tiene pies…
usémoslo para andar hacia soluciones democráticamente construidas en lo que a
nuestra gente realmente le importa.

****************************

*Jorge
Valladares Sánchez

Consejero Electoral del
Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Yucatán.

Doctor en Ciencias
Sociales y Doctorante en Derechos Humanos.

Especialista en
Psicología y Licenciado en Derecho.

Presidente 2011-2014 del
Colegio de Psicólogos del Estado de Yucatán.

Jorge Valladares Sánchez
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