La Revista

José José: El Paroxismo Sentimental

David Moreno
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Entretenimiento, por: David Moreno

david.malborn@gmail.com

Siete mil personas se reúnen en la Alameda Central
de la Ciudad de México. El gobierno de la capital del país ha instalado un
Karaoke para que todo aquel que así lo desee pase a cantar – es un decir –
alguno de los temas que interpretara el recién fallecido José José. Uno a uno
pasa la serie de personajes que muy a su manera realizan sus propias versiones
de “Gavilán o Paloma” o “El Amor Acaba”. La gente corea entusiasmada, no
importa que la mayoría no logre ni por accidente atinarle a alguna nota, lo que
ahí es importante es el “sentimiento”, la devoción hacía el nuevo integrante
del santoral artístico mexicano.

Es muy probable que en algunos años la fecha del
fallecimiento del llamado “Príncipe de la Canción” pase completamente
desapercibida pero en las horas posteriores a su deceso, el melodrama se ha
vuelto a apoderar de la imaginación colectiva nacional. Una nueva novela se
apodera de las pantallas nacionales y en ella están dispuestos a participar los
hijos del cantante, todos los programas del corazón que aún sobreviven en la
programación e incluso el Gobierno de México que surge como un inesperado
intermediario en la disputa familiar que protagonizan los tres hijos del
cantante. La gente vuelve a pegarse a la televisión abierta que no está
dispuesta a dejar pasar la oportunidad de apoderarse aunque sea momentáneamente
del rating y dedica horas y horas a transmitir cualquier cosa relacionada con
José José y especialmente sobre sus complicados vástagos que adquieren una fama
que por supuesto no esperaban.

En redes sociales los dolientes también se
manifiestan. En su mayoría, son parte de esas generaciones que recibieron toda
su educación musical a través de “Siempre en Domingo”. Todos repiten
constantemente canciones que difícilmente han resistido el paso del tiempo.
Destaca sobre todo la repetición de aquella legendaria interpretación de “El
Triste”, de Roberto Cantoral en el Festival de la Canción Latina de 1970 en la
que, enfundado en un traje de corte principesco, José José se convierte en la
máxima representación de la amargura musical mientras hace gala de un
espectacular manejo de la voz, desgarrando los corazones de todos quienes le
miran y de quienes le mirarán en el futuro. Aquella grandiosa interpretación no
le valió el primer lugar del evento, pero fue su puerta de entrada a ese
territorio en el que comenzaba a internarse la música popular mexicana y que,
de la mano de la explosión de la telenovela, hizo del sufrimiento una adicción. 

A partir de entonces José José fue un representante
exitoso de la “Balada Romántica” ese género musical que Raúl Velasco se encargó
de popularizar y que encontró en el intérprete a uno de sus máximos exponentes.
Para ello hizo mancuerna con tres compositores españoles que se dedicaron a
escribir canciones para todos los artistas de la época en la que el oriundo de
Azcapotzalco alcanzó su máximo esplendor: Juan Carlos Calderón, Rafael
Pérez-Botija y Manuel Alejandro, o lo que es lo mismo: el triunvirato del
desamor. Plumas musicales que encajaron muy bien en lo que se esperaba de los
cantantes de la época y que encontraron en José José a un perfecto intérprete
de desoladores versos como: “Dicen que soy Payaso, que por culpa de tu amor voy
de fracaso en fracaso”; de otros que narran un decepcionante despertar: “Buenos
días amor que tiene tu cara, que ha perdido el color, amor, y no dice nada”; y algunos
más que sin tapujo alguno hablan de abuso: “Hasta aquí he
podido aguantar, pero ya no habrá adiós sin mil
abrazos, esta noche te voy a estrenar
y a beberme tu amor de un solo trago”. Canciones
que se fueron convirtiendo en reliquias de otros tiempos, los tiempos del
moribundo amor romántico.

Con los
años a José José la popularidad le fue abandonando. La balada romántica murió
con Siempre en Domingo y las nuevas generaciones comenzaron a voltear a otros
géneros que estaban vetados por el programa o que solo se interpretaban en
sitios alternativos. El intérprete fue víctima de la diversidad musical y de
sus propios fantasmas que le llevaron a perder a su poderoso instrumento vocal.
Por ello no pudo vivir de su pasado como lo hacen hoy cantantes como Emmanuel,
Mijares o Luis Miguel, por lo que tuvo que resignarse a actuar en telenovelas y
aparecer esporádicamente como invitado en algunos programas. La vida le terminó
pasando una dura factura y el cáncer le fue consumiendo hasta acabarle. Paradójicamente
las canciones que interpretaba terminaron por ser la marca registrada de muchas
de las celebraciones etílicas nacionales. La música de un hombre lacerado por
el alcoholismo como la perfecta banda sonora para toda cantina que se respete
de serlo.

Pero el
“Príncipe de la Canción” jamás va a saber que su partida le sacó de las barras
de los bares y le trajo de nuevo a las primeras planas, a los titulares de los
portales informativos, a las pantallas de televisión… Porque la muerte suele
reactivar carreras y porque en el fondo este país sigue teniendo el gen del
melodrama corriendo por las venas de quienes le habitan. Porque necesitamos aún
de ciertos villanos esporádicos como Sarita y porque finalmente cualquier
pretexto es bueno para destapar alguna botella y brindar a la memoria del caído
en turno. México en todo su esplendor, México en nuevo y adictivo paroxismo
sentimental al que la televisión y los gobernantes van a exprimir al máximo y
del cual nos vamos a recuperar hasta que la historia seguramente se repita
cuando alguna “leyenda” vuelva a partir hacía la nada.

David Moreno
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