La Revista

Leyendas urbanas emeritenses (Parte 1)

Francisco Solís Peón
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Cultura, por: Francisco Solís Peón.

Miércoles 13 de Noviembre
(que no martes), ignoro si era por efecto o casualidad pero el radiante auditorio
de PROHISPEN ubicado junto a la casa china de la colonia México, revestía un
cierto tono sombrío. El motivo, un ameno coloquio otoñal sobre las leyendas
urbanas de la ciudad blanca, teniendo participantes de lujo: Celia Pedrero
Cerón, Ariel Avilés Marín, Rubén Reyes Ramírez y Fernando Muñoz Castillo.

Fue una charla suculenta,
salpicada de negras fantasías, conjeturas sociológicas y hasta paranormales,
sin faltar la imprescindible nota roja, todo muy acorde a esta época del año.

Sin entrar en reflexiones
que nos podrían llevar todo un tratado acerca de los temas que desde siempre
han aterrorizado a la humanidad (que aunque muchos no lo crean los yucatecos
también formamos parte de ella),

Recataré algunos relatos
de crímenes y fantasmas que genéricamente
se encuentran plasmados en el inconsciente colectivo local.

El
“corta nalgas”

Muñoz compartió con los
asistentes la leyenda local del “corta nalgas”: Explicó que se
trataba de un fulano que esperaba donde paraban los camiones en aquella época
(década de los 50’s o 60’s) y cortaba con un bisturí las faltas apretadas de
las mujeres.

“Las chicas de la
época no querían salir solas a la calle”, recordó el ponente.

Indicó que el malandro, a
quien no nombró, era hijo de un conocido médico, quien lo envió fuera de la
ciudad, y que años después terminó siendo presidente del Movimiento Familiar
Cristiano.

Agua
de muerto

“Si vas a un velorio
ni comas relleno negro ni tomes chocolate”, es la advertencia que hacían y
hacen a muchos niños y jóvenes debido a que en una época existió la costumbre
de preparar comida con el agua que se había usado para bañar al muerto.

Muñoz dio como ejemplo la
historia de un señor que se perdió y fue a dar a una vivienda donde se estaba
realizando un velorio, y que tras comer el relleno negro se enteró que había
sido preparado con agua de muerto.

La
princesa maya

Ariel Avilés, contó, en
base a su propia experiencia, el siguiente relato:

En 1968, él cursaba el
segundo año de preparatoria en la Escuela Modelo. A su generación y varios maestros
les impactó una entrevista publicada en Novedades, donde una limosnera que se
sentaba todos los días en el portón del Palacio de Gobierno sobre la calle 60,
junto a lo que es actualmente el Teatro Daniel Ayala, decía ser una princesa
maya de más de 400 años de edad que había sido castigada por un brujo.

La mujer era una pequeña
mestiza jorobada, prognata, que caminaba con muletas y pedía caridad en dicho
portón extendiendo una jícara. Según su versión, su castigo consistía en tener
esa forma física.

Recordó que junto con los
maestros Carlos Castro Morales y Juan Adán, él y varios de sus compañeros
decidieron vigilar a la mujer, descubriendo que todas las noches, a las 8:30,
llegaba por la calle 61 una limusina de la cual bajaban dos mestizos elegantes
quienes, tras hacer un gesto de reverencia, la cargaban y la subían al
vehículo.

Carlos Castro, narró
Avilés, les propuso seguirla para ver a dónde iba. Distribuidos en tres
vehículos, 15 personas se estacionaron frente a la Catedral a esperarla. El
evento se realizó en el Centro Cultural José Martí.

Siguieron la ruta de la
limusina por la Prolongación Paseo de Montejo (en aquel entonces, la última
casa de la ciudad estaba donde ahora se encuentra el Súper Akí, antes San
Francisco de Asís. Después de eso seguía lo que era conocido como el
“nuevo camino a Progreso”), siguiendo hasta llegar a lo que hoy es
Villas la Hacienda (Avenida Cámara de Comercio), donde se desvió por una vereda
hasta llegar a la hacienda San Antonio Cucul.

“A nadie se le
ocurrió que había que apagar las luces”, recordó entre risas el maestro
Avilés, ya que estaban siguiendo a la limusina en un camino no pavimentado y
desierto.

Llegaron a la casa
principal de la hacienda pero el vehículo siguió, ya en monte abierto.

La limusina dobló repentinamente
en una curva, y los jóvenes retrocedieron para tomarla, pero sus tres vehículos
se pararon al mismo tiempo y se negaron a arrancar de nuevo.

“Hubo gritos,
llantos… seguro a algunas personas los esfínteres se les aflojaron”,
narró Avilés. Tras 20 minutos, continuó, los automóviles volvieron a funcionar.

Los jóvenes decidieron
dar vuelta atrás y llegaron a “La Reina Itzalana”, en Santiago, para
cenar y mitigar el terror que acababan de experimentar, y decidieron no volver
a saber nada más sobre aquella limosnera.

Francisco Solís Peón
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