Cultura, por: Francisco Solís Peón.
Miércoles 13 de Noviembre (que no martes), ignoro si era por efecto o casualidad pero el radiante auditorio de PROHISPEN ubicado junto a la casa china de la colonia México, revestía un cierto tono sombrío. El motivo, un ameno coloquio otoñal sobre las leyendas urbanas de la ciudad blanca, teniendo participantes de lujo: Celia Pedrero Cerón, Ariel Avilés Marín, Rubén Reyes Ramírez y Fernando Muñoz Castillo.
Fue una charla suculenta, salpicada de negras fantasías, conjeturas sociológicas y hasta paranormales, sin faltar la imprescindible nota roja, todo muy acorde a esta época del año.
Sin entrar en reflexiones que nos podrían llevar todo un tratado acerca de los temas que desde siempre han aterrorizado a la humanidad (que aunque muchos no lo crean los yucatecos también formamos parte de ella),
Recataré algunos relatos de crímenes y fantasmas que genéricamente se encuentran plasmados en el inconsciente colectivo local:
Los Aluxes en Itzimná – La tragedia de la Familia Medina Aguayo
El maestro narró otra leyenda de sus tiempos de juventud: En 1965, don Humberto Medina Duarte, funcionario del Banco Agrario, decidió construir una casa para su familia en Itzimná, justo en la frontera con la colonia México, cerca de lo que hoy es Gran Chapur.
Cada sábado acudía a pagarle la “raya” a los albañiles, hasta que un día encontró solo al contratista.
“Se fueron todos los albañiles porque aquí en su terreno hayaluxes”, le advirtió al señor Medina, indicando que en las noches les daban de pedradas y hacían otras maldades.
El tiempo lluvioso, la música tétrica, los candelabros y la oscuridad del recinto crearon la atmósfera ideal para la narración de las leyendas urbanas.
Don Humberto Medina desestimó los hechos descritos como “ignrantadas” y le ordenó al contratista que armara otra cuadrilla, con la cual se repitió el mismo fenómeno 4 ó 5 semanas después.
Finalmente, un tercer equipo de albañiles logró acabar la obra. El contratista le insistió que hiciera algo, llamar a un sacerdote maya o católico, pero Medina no hizo caso y se mudó a su nueva residencia con sus suegros, su esposa y sus tres hijos.
No mucho después, el suegro perdió el control de su vehículo en una curva de la carretera de Campeche y murió. Casi exactamente dos años después, su esposa murió a causa de un paro cardíaco por el rumbo de Cordemex. 2 años más, el señor Medina falleció.
Otros dos años pasaron, cuando uno de los hijos, Gabriel, regresaba de México en ADO cuando un anciano le pide cambiar de lugar con él porque las luces de adelante le impedían dormir. Momentos después el camión chocó con un tráiler y Gabriel salió disparado. Fue el único pasajero en morir.
Dos años más, y otro de los hijos, Humberto, fallece en la carretera a Progreso. Iba con 7 acompañantes y, al igual que su hermano, fue la única víctima fatal.
De nuevo dos años pasan y Adela Alfaro, la suegra del señor Medina, cae y muere.
“David (el último hijo) vive en México y no viene a Mérida ni de casualidad” comentó Avilés, concluyendo la historia.
El asilo Ayala
Celia Cerón hizo varias evocaciones de cuando trabajó en Bellas Artes le advirtieron sobre la presencia de fantasmas y ruidos. Hace varias décadas, allí se encontraba el Asilo Ayala (reemplazado en la actualidad por el Hospital Psiquiátrico Yucatán), y se rumora que aún se oyen los gritos y llantos en el cuarto de electrochoques.
Muñoz Castillo recordó que el Asilo Ayala fue utilizado por el gobernador Carlos Loret de Mola para reprimir a la juventud, ya que a muchos jóvenes los llevaron a recibir electrochoques por consumir drogas y muchos desaparecidos del 68 fueron distribuidos a lo largo de los hospitales psiquiátricos de México.
Ariel Avilés explicó que en muchas casas antiguas de la ciudad, con techos altos, se oyen ruidos en las noches debido a que el aire guarda las vibraciones acústicas, y que con el calor del día el aire caliente sube y baja de nuevo durante la noche, replicando los sonidos del día.
Recordó que su padre trabajaba en el Juzgado de Distrito, entonces ubicado en la calle 61 x 64 y 66, y que cuando él lo acompañaba por las noches le advertía que no se asustara si oía máquinas de escribir o sonidos similares, ya que son causados por fenómenos naturales.
La antigua clínica del Dr. Acosta, en el oriente de la ciudad.
Celia también mencionó, entre las leyendas locales, los llantos en la clínica de abortos del Dr. Acosta de la Colonia Sarmiento, el rumor de que los leones del Centenario son alimentados con perros callejeros vivos, que un león escapa y se come a varios niños (este último, indicó, resurge cada cierto tiempo) y la casa de la Avenida Colón donde se ve la cara del Diablo.
Ariel explicó este último, indicando que se trata de Villa María, una esquina antes del cruce con la Avenida Reforma. En una época, el color de la casa combinado con el alumbrado público transformaba al escudo de la fachada en la cara del diablo, y los guiadores paraban para ver.
Finalmente, Pedrero habló sobre la mala fama que tiene el barrio de Santiago o, como ella lo describió: “El barrio de la muerte, el barrio de la sangre”.
Explicó que en dicho rumbo han sido asesindos 5 agiotistas en los últimos 30 años, y Avilés procedió a detallar los casos: El Dr. Poveda, asesinado junto con su esposa e hija por un campesino a quien iba a dejar sin casa por un adeudo pendiente de $200; la ejecución de Armando Palomeque Río (a quien no nombró) junto con su secretaria; el caso del dueño de una tlapalería detrás de la iglesia cuyo cadáver fue encontrado envuelto “como tamal” frente a la Plaza de Toros; el peluquero al que le dispararon cuando respondió a la puerta y el de la señora Elba María del Socorro Zurita Azcorra (cuya casa ocupaba el lugar del Circo Teatro Yucateco).
En suma, todos los asistentes salimos de ahí gratamente atemorizados.