Editorial La Revista Peninsular.
Ésta será la primera Navidad de la Cuarta Transformación y, contrario al sentimiento de unión que despiertan estas fechas, México sufre una división histórica; la sociedad está polarizada, el partido gobernante en proceso de quebrarse, y la imagen del país en la comunidad internacional nos aliena.
Se podrá decir mucho de Andrés Manuel, pero es imposible negar que pasará a la historia por ser uno de los personajes mexicanos que más aportó al país siendo oposición. Con una postura siempre crítica, a veces cayendo en la irreverencia, despertaba en los mexicanos la intención de exigirle al gobierno que rindiera cuentas, y ponía en el reflector las causas sociales que sexenios anteriores pasaban por alto.
Ahora, como presidente de la república, señala y ataca a quien lo cuestiona, e impone etiquetas a sus críticos para que sean víctimas de la voz de sus simpatizantes. Entonces, “los fifís”, “los conservadores”, “los separatistas”, “los golpistas”, “la mafia del poder”, se vuelven enemigos públicos por hacer lo que López Obrador le enseño a los mexicanos, exigir al gobierno.
Así, podemos ver en las calles, en redes sociales, y hasta en las mesas familiares, la intensa batalla que entablan los simpatizantes y la oposición. No es un debate informado o propositivo, es una guerra de dimes y diretes en la que vuelan falacias, resentimientos, y desinformación; como buena guerra, no deja nada bueno.
Esta división política se desborda a otros temas de relevancia nacional, y este insano ejercicio de la participación pública se replica, por lo que cada vez vemos más violencia en las manifestaciones públicas, más intolerancia entre ideologías, y más separación entre los mexicanos.
Esta división también es visible en el Movimiento de Regeneración Nacional, el cual, a pesar de ser el partido en el poder, no se ha podido consolidar internamente. Son muchas las razones de este quebrantamiento, el hambre de poder de Yeidckol Polevnsky, las ambiciones antidemocráticas de Jaime Bonilla, o la falta de liderazgo de Ricardo Monreal en el Senado, pero la principal razón es que Andrés Manuel López Obrador se distanció del partido.
Morena fue creado por Andrés Manuel por lo que, en un principio, toda la legitimidad que tenía el partido se la daba él. Se dedicó a reclutar a políticos que ya no tenían cabida en ningún partido, o que estaban inconformes por no haber recibido lo que esperaban del partido en el que militaban. De esta manera, Morena llenó sus filas de líderes populares, aguerridos, y controversiales, la mayoría acostumbrados a ser oposición ante el gobierno y dentro de su mismo partido.
Una vez que López Obrador encaminó a Morena y logró llegar a la presidencia con esta plataforma, se dio cuenta que las acciones de los militantes de su partido le podrían representar costos políticos, por lo que tomó la decisión de distanciarse, y hasta amenazó con desafiliarse.
Ante la falta del líder mesiánico, los liderazgos con más poder llevan disputando por meses el control del partido, y la intensidad de éstas justas de poder han ido desgastando a Morena.
No es sorpresa que estas confrontaciones sean intensas, estamos hablando de líderes con imagen y estructura consolidados en otros partidos, que ahora pueden aspirar a tener el control del partido más poderoso en México. Es entendible que saquen uñas y dientes para tomar la batuta, pero no podemos entender que no abran un poco más su perspectiva, y se den cuenta que con tanta presión van a matar a un partido que va saliendo de la cuna.
A simple vista, puede parecer que algunas de las acciones tomadas por la actual administración nos unen a otras naciones para trabajar en conjunto por el progreso mutuo, como el asilo político a Evo Morales, la firma del T-MEC, o los apoyos económicos a Centroamérica, pero la realidad es que la cuatroté deja un balance negativo en cuanto a la imagen de México ante la comunidad internacional.
Nuestro presidente se ha rehusado a asistir a los foros políticos internacionales más importantes del mundo, y con su desinterés aleja a México del “concierto de las naciones”. Se negó ha hablar ante sus homólogos del mundo en el pleno de la Organización de las Naciones Unidas, y así les demostró su apatía; en esta ocasión, Andrés Manuel dejó ir la oportunidad de tener un foro para hacer aliados, y para difundir su mensaje al mundo. Asimismo, decidió no asistir al G20, que es la cumbre que reúne a las veinte economías más importantes del mundo; si la inasistencia a la ONU fue lamentable, ésta fue trágica, pues Andrés Manuel dejó pasar la oportunidad de participar espacio más importante de negociación económica entre naciones, y propició la idea de que México no valora su espacio dentro de uno de los grupos políticos más exclusivos en el mundo.
Esto, aunado al apoyo a gobiernos como el de Nicolás Maduro, el sometimiento ante Estados Unidos, y la imagen de estado fallido por haber cedido ante crimen organizado, generan desconfianza a México, lo que alejará a nuestros socios y aliados, y repercutirá en la inversión extranjera.
Creo que la Navidad puede ser el momento de reflexión que necesitamos todos para reencausar nuestro rumbo.
A los mexicanos nos gusta la Navidad porque nos gusta estar en familia, y esta fecha es la excusa perfecta para reunirnos todos, y celebrar. Ojalá los mexicanos aprovechemos este momento de unión, arropados en calor del hogar, para añorar ese sentimiento en todo momento, y procurarlo en nuestro día a día.
Esta Navidad, le pediré a Santa Claus que hayan menos “fifís” y “AMLOvers”, y más compadres y comadres.