La Revista

Recordando mi infancia

Marco Cortez Navarrete
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Por Marco A. Cortez Navarrete

¿Quién recuerda su niñez?.

Para mi la etapa más maravillosa e importante de la vida porque en este lapso definimos lo que seremos y haremos hasta ser adultos y ancianos, claro, si llegamos a tal edad.

Por lo pronto, les comento que tuve una infancia maravillosa; cuando tenía seis años vivía en la calle Allende, en Ciudad de México, y solía acompañar a mi mamá al mercado. Vivíamos en un edificio cuyo departamento daba hacía la calle donde iniciaba el desfile del 16 de septiembre que disfruta desde un balcón.

Debajo del departamento — en la planta baja— había una tabaquería a la que acudía mi papá y en ocasiones lo acompañaba para la boleada de zapatos y la compra de los cigarros y/o habanos para “El Turco”, apodo de mi padre quien nació en Valladolid, Yucatán, hace 94 años, hoy está en un mejor plano.

Cerca de mi hogar también había un molino de granos y venta tortillas de maíz que, según mi mamá, era propiedad de una actriz de la época, Columba Dominguez, que cuando no estaba en los escenarios junto con su mamá vendía el alimento a los habitantes de la zona centro de la capital.

Cerca de ahí una popular peluquería a la que mi papá me llevaba para el corte de pelo (rapado con un tupito al frente) y en algunas ocasiones coincidía con el comediante Javier López “Chabelo” quien con el permiso de mi progenitor me subía a sus hombros y en una nevería cercana me compraba mi nieve de limón.

Se me olvidaba comentarles que al acompañar a mi mamá al mercado pasábamos por una de las tantas fondas características de la ciudad y me compraba un enorme sope con salsa verde picante acompañado de una malteada, pero lo más espectacular es que en el mercado había un señor tocando una pandereta y un oso bailando.

No se de qué tamaño era el oso, pero lo veía enorme; lo único que me daba valor para presenciar este espectáculo era la compañía de mi mamá y que el oso tenía un grueso bozal y fuerte collar manipulados por su dueño.

Mis primeros ocho años de vida fueron en la Ciudad de México, época donde para tomar un taxi escuchaba a mi papá o mamá decir: “llama a un cocodrilo” y para ir a la escuela era obligatorio el uniforme: camisa, pantalón y corbata, el indispensable suéter y en hombros una la mochila de cuero para los libros y cuadernos y la respectiva torta de jamón y queso para el recreo.

Los domingos no podía faltar asistir a la basílica (la antigua) en el zócalo y pasear por Chapultepec, entre otros lugares. Mi papá trabaja como Barman en el hotel Ritz el mismo donde amenizaban Armando Manzanero al piano y Olga Breeskin al violín.

En este lugar mi papá conoció a mi mamá que entonces era ama de llaves del compositor y cantante Agustin Lara, el autor de “Solamente una vez” entre otras muchas melodías. Mi mamá llegó a casa del señor Lara ya que su tía era su cocinera.

A las 8 años de edad mi padre decidió regresar a su tierra, Yucatán, de la cual se alejó más de dos décadas para trabajar y conocer el país. Fue un comerciante muy avezado y a los 9 años de edad me enseñó algunos secretos de las tiendas de abarrotes antecesoras de los actuales supermercados.

En términos generales en mi infancia fui feliz porque tuve de cerca a mis padres y a mi abuela materna Olda y a su hija, mi tía del mismo nombre que me quería mucho, lamentablemente falleció muy joven a los 33 años. Ya en Mérida comenzó mi etapa de pubertad y luego de adolescencia de las cuales les comentaré en otra entrega similar a esta.

Sobre todo diré a qué edad descubrí mi vocación y pasión por el dibujo, la locución y el periodismo escrito y de qué manera materialicé mis primeras experiencias.

Marco Cortez Navarrete
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