Cultura, por: Francisco Solís Peón.
“SI acaso nuestros ojos son la ventana del alma, Nuestros aromas son su lenguaje”. Proverbio Árabe.
Febrero, mes consagrado a Cupido, a los sentimientos, al corazón. Pero no hay amos sin la deliciosa pizca de sufrimiento, que a veces crece hasta volverse insoportable y que en no pocas ocasiones culmina con la muerte y otra suerte de tragedias.
Basta con recordar la verdadera historia de San Valentín, que cierta o no resulta espantosa; o la del propio Cupido; a Romeo y Julieta por supuesto; al Rey Arturo o al joven Werther: o al Gran Gatsby; y así al infinito.
Pero ¿Existe el amor sin romanticismo? La respuesta es contestada en forma genial por el autor alemán Patrick Súskind con su novela “El perfume, historia de un asesino”. Una obra desgarradoramente existencialista y al mismo tiempo exquisita, edificante, podemos decir que hasta conmovedora.
Todos en realidad amamos algo o a alguien (incluyendo a nosotros mismos, que por ahí deberíamos comenzar todos), también objetos, animales (que no necesariamente son objetos), momentos, recuerdos, etcétera.
Uno podría pensar que el pueblo alemán debería estar alejado de sentimientos pedestres por la irracionalidad de origen que implican estos últimos ¡Nada más falso! Fueron ellos los creadores del romanticismo, así como de su antítesis: El fascismo. Después de todo, entre morir por una mujer y morir por la patria, solo hay un paso.
La novela transcurre en el París de los años inmediatamente anteriores a la revolución, que al decir del autor “en las ciudades de esa época reinaba un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Y efectivamente los historiadores consignan un crisol de estiércol, orina, maderas podridas, excremento de rata, sudores intensos, muelas infectadas, vegetales descompuestos, leche agria y demás linduras.
El argumento es simple pero la fuerza de la narrativa resulta por demás demoledora, tal vez sea el único libro que haya leído que no huele a tinta o a papel, sino literalmente a imaginación pura.
El protagonista es un huérfano incapaz de ser amado y por consiguiente incapaz de amar. Tal parecería que su destino estaba sellado, al igual que esos infelices que años después Víctor Hugo bautizaría como “Los miserables”. Sin embargo, no es así, debido a que posee un sentido prodigioso del olfato, que le permite reconocer todos los olores que existen en el mundo, asimilarlos, deconstruirlos, separar sus esencias y volverlos a armar a placer y transformarlos en instrumentos tan poderosos como amorales.
A lo largo de su breve y muy extravagante existencia, el lector descubre los perfumes del trabajo esclavizante, de la ambición desmedida, de la fama, la lujuria y, hasta del mismo amor.
Sûskind lleva al lector con sostenido interés y fuerza sensual, al centro de un alucinante exotismo, de una obra extremadamente auténtica y completamente ficticia.
Desde su publicación en 1985, esta novela se colocó sin duda como una de las mejores de finales del siglo pasado, solo junto al “Nombre de la Rosa” de Umberto Eco.
El rockero germano Klaus Mein, vocalista y líder de la legendaria banda Scorpions, dijo que “El Perfume” le había inspirado en parte su famosa canción “Vientos de cambio”, un ícono en los días de la caída del muro de Berlín.
Le creo, si algo sabemos bien los políticos es que el cambio también puede olerse, y puede servir para crear un rozagante perfume, aunque su fragancia nunca dure para siempre.