Cultura, por: Francisco Solís Peón.
“La muerte de un ser querido más que de él es nuestra, porque nosotros la vivimos”. Anónimo.
Dos grandes amigos se nos adelantaron, dos. Nunca se conocieron, no tenían prácticamente nada en común salvo el gran aprecio de un servidor, pero como sabemos el destino es caprichoso, murieron más o menos de las mismas causas con horas de diferencia.
Pensándolo bien, compartían algo que los poetas llaman la nobleza del corazón.
A Carlos Mier y Terán Puerto lo conocí desde que tengo uso de la memoria, crecimos juntos, en la misma colonia y casi en la misma cuadra; jugábamos “hombres de acción” tan de moda en nuestra niñez, kimbomba, picaraya y mil estupideces más.
Charly (como cariñosamente le llamábamos) o “Abelardo” (como le decían sus hermanos en referencia al célebre personaje de Plaza Sésamo) hubiese sido incapaz de hacerle daño conscientemente a otro ser humano, siempre me llamaron la atención sus aversiones a la competitividad, de ahí que discriminara en materia deportiva, ¡todos los deportes le disgustaban y mucho!
Por el contrario le encantaba la charla superficial, por no llamarle chisme, sobre todo si el tema era del pasado e involucraba algún escándalo aderezado con apellidos de alcurnia, la heráldica era su pasión y durante muchos años fue miembro numerario de la Academia Yucateca de Genealogía. Recuerdo las largas tardes donde mi abuela y él se enfrascaban en épicos debates sobre esos tópicos a lo que mi hermanita me advertía con cierta sorna: Ni vayas a salir al corredor ya están otra vez ese par hablando de viejas muertas.
A Roberto Tapia Contreras lo traté mucho menos tiempo pero igual conquistó un lugar en mis afectos entrañables, joyero de vocación y un verdadero amante de la fiesta brava, incluso dicen que la tauromaquia peninsular le debe mucho a Tapia por su labor altruista con toreros y aficionados.
Siempre se le veía armado de su cámara, se especializaba en descubrir las mil triquiñuelas de las corridas y exponerlas para que el público no fuera engañado, en esa misma lógica odiaba las falsificaciones y detestaba las mentiras.
El caso más sonado es el del “toro de alambre”, una fotografía suya que le dio la vuelta al mundo, pregúntenle a quienes saben porque a mí solo me gustan los toros pero en mi plato.
Tapia siempre estaba feliz y lo transmitía, si bien la casa de Charly era parada obligatoria para comenzar y terminar la fiesta, Tapia la llevaba consigo a donde iba. No había nombre “A través de las centurias” que Charly no supiera, no había nombre en “Los Toros “de Cossío que Tapia no conociera, dos almas nobles atraídas por dos tipos de noblezas, distintas sí pero no pocas veces complementarias.
Decía Baltazar Gracián que la amistad multiplica la felicidad y divide la tristeza, Chary y Roberto Tapia lo que multiplicaban eran amistades.
¡Adiós amigos!