La Revista

De la ruptura a la eternidad (Segunda parte)

Francisco Solís Peón
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Cultura, por: Francisco Solís Peón.

A diferencia de los retratos o los paisajes que, se cree, representan «al mundo real», la pintura abstracta parece referirse sólo a lo invisible, a los estados internos o sólo a sí misma.
Anna Moszynska

Cuando se habla del movimiento culturar de la Ruptura, o sea la franca contraposición a la escuela mexicana del muralismo, solemos pensar únicamente en los pintores y artistas plásticos, sin embargo se trata de todo un movimiento cultural que tiene originalmente sus raíces en la literatura, con los grupos denominados “los estridentistas” (1) y fundamentalmente los famosos “contemporáneos”, quienes intentan trascender a la novela de la revolución y a la llamada cultura oficial.

Sin embargo, como las letras mexicanas entonces no contaban ni remotamente con el prestigio internacional que sí guardaban en su haber las obras monumentales de Rivera y Siqueiros (por citar dos ejemplos), entonces la pintura representó la disrupción absoluta, la imposibilidad ya no de volver atrás, siquiera de mirar a un pasado mucho menos idílico que idealizado.

En tanto que esta historia de algún modo es reciente, críticos, historiadores y hasta sus protagonistas no han acabado de ponerse de acuerdo sobre quiénes fueron los miembros «legítimos» de esta generación. Cada referencia documental, llámese catálogo, crítica, ensayo o simples entrevistas a propósito de alguna exposición que reúna la obra de estos creadores —cuyo trabajo se inicia entre las décadas de 1950 y 1960— es diferente; sin embargo, son constantes las figuras de Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo, Vicente Rojo, Alberto Gironella y Fernando García Ponce. Nunca fuimos un grupo estético» aclaró alguna vez Felguérez, «nuestra intención era la autenticidad, teníamos que crear un estilo propio». Juan García Ponce, quien fue un apologista inteligente y arriesgado para este «no grupo», en sus ensayos aclara que «cada artista estaba en busca de un nuevo orden. Cada uno era visto como una isla unida a las demás por la corriente común del mar de la pintura en el que existe»

A pesar de que José Luis Cuevas fungía como la cabeza “formal” debido a su talento no tanto artístico como publicitario, muchos coincidimos en que su máximo representante es el zacatecano Manuel Felguérez. El propio Juan García Ponce describe su obra magistralmente: “parte de una necesidad innata de organizar formas, de crear nuevos ritmos mediante el trazo de la pincelada o el contraste de los colores, sin traicionar jamás su fidelidad a la materia”.

En la próxima entrega abordaremos el impacto que tuvo el movimiento de la ruptura en Yucatán (relativo tal vez pero lo tuvo); pero como en este espacio intentamos recomendar libros no podemos pasar por alto dos obras imprescindibles para entender la “ruptura cultural mexicana”, el primero es “Gato macho”(3) la autobiografía de José Luis Cuevas que difícilmente llega a tal, más bien se trata de una suma morbosa de autoelogios aunque para algunos eso pueda resultar divertido, y por supuesto “Dos artistas en pantalón corto. Ibarguengoitia y Felguérez” (4), este sí para terminar de superar la cuarentena, si es que ello es posible.

Francisco Solís Peón
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