La Revista

#Menendez de carne y hueso

Manuel Triay Peniche
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                Quien te haya conocido Carlos no imagina verte un domingo en un boliche o mirando un partido sóftbol en la escuela Modelo, o tomando una cerveza por allá un mediodía, y mucho menos a don Abel, tu padre, y qué decir de tu tío Mario. Por alguna razón a ustedes los Menéndez los educaron para tener pocos amigos, muy selectos, y a frecuentar lo menos posible los sitios públicos ¿Será que así tendrían menos compromisos a la hora de aplicar la misma balanza en el Diario? Alguna vez escuché algo así de tu hijo Carlos.
Tu no recordarás cuando me fui a Guadalajara para participar en un torneo nacional de boliche, pero el día de mi regreso tu papá me comentó: nunca he visto que jueguen boliche. Eso tiene solución, le dije, le invito y nos vamos a ver que jueguen. En primera instancia se negó, … que no le gustaban esos lugares, que él no salía de su casa, y así. Entonces se me ocurrió: el domingo nos vamos varios compañeros de trabajo, rentamos dos mesas y usted nos acompaña.
¿Y qué crees Carlos Menéndez? A la hora convenida pasé por él y ahí estaba don Abel en una silla viéndonos jugar y meter cualquier cantidad de relajo porque la mayoría no sabía jugar, ni lo había hecho nunca. Las secretarias tenían una misión y la cumplieron cabalmente: no me dejen solo ni un minuto a don Abel, quiero que lo entregan. Terminado el juego nos fuimos a casa de alguna de las chicas a tomar una cerveza, obvio que tu papá se resistió, más no tanto como yo esperaba. Y la pasó muy bien.
¿D. Abel Menéndez Romero haciendo su domingo en esos lugares, el director del Diario?. Nadie podía imaginarlo, pero se sucedieron varias salidas así, e incluso lo llevé a la Escuela Modelo para presenciar un partido de sóftbol en el que participó un equipo del Diario, con uniforme nuevo incluso. Jajaja, ese dia nos dieron una paliza y don Abel me llamó: son una verguenza ustedes, dígales a todos sus compañeros que se pongan la camina al revés. Creo que esa vez jugaron también tus hermanos Rubén y Manolo, por lo menos Manolo sí porque luego disparó su tanda.
La verdad Carlos, para mí y para muchos compañeros esas salidas cobraban especial relevancia, es que había que tratarlos personalmente para darse cuenta que ustedes, los Menéndez, eran gente como todos, con debilidades y defectos, con virtudes y habilidades, eran sensibles. Lo que ocurre, pienso, que tu abuelo fue un perseguido toda su vida y así educó a sus hijos, y ustedes a los suyos. Y la misma carga que arrastraba los recluía en su trabajo y en muy pocos y selectos amigos. Huían de los compromisos sociales y políticos, pavor le tenían a estos últimos. Yo te insistía en que tú participaras más, personalmente, en la vida política del Estado, como en el caso de Víctor Cervera, pero siempre me pasabas el paquete. Parecía que veías al diablo o que ibas a perder tu tiempo. Bueno esto último me lo repetías cada vez que tocabamos el tema.
Pero volviendo a don Abel. Cuando yo ingresé al Diario cada aniversario del periódico ustedes lo celebran con una fiesta: tacos y cerveza, y había algunos lanzas que se pasaban y tu papá se disgustaba mucho a grado que prohibió esos festejos. Un año Jorge Muñoz me dijo: vamos a retomar esos aniversarios, tu habla con don Abel y nosotros lo organizamos. Así era el Bonch, muy bueno para dar ideas pero el ejecutor era yo.
Hicimos la fiesta, fue en un club de la carretera a Progreso, el trabajo lo distribuimos entre muchas personas, compramos regalos personales para todas y cada una de las mujeres y niños que asistiría, hubo payasos, globos, música, juegos interactivos, cerveza, un partido de sóftbol entre los de arriba y los de abajo (Redacción contra Administración), rifamos televisores, artículos eléctricos, y un gran etcétera. Tu papá feliz, pero tu hermano Rubén, y creo que tu también, por poco se mueren cuando vieron la cuenta que les pasé, con la firma de “papi”. Entiendo que ustedes eran muy estrictos con su presupuesto pero esos gastos se traducían en mayor eficiencia y efectividad porque tenían al personal contento.
Así veo dibujado a tu padre y a tí también. Era tal su ocupación y tan marcada su disciplina laboral y social que emitían una imagen no del todo real. La gente nada sabía de sus personas, les conocía a través de las páginas del Diario y pensaba quizá que ustedes no tenían sentimientos. Por eso cuando alguna persona lograba “colarse” a platicar contigo se vendía y le sacaba provecho en los círculos en que se movía. Recuerdo a una mujer en especial, de pinta azul que, já … que a mí me dijo don Carlos, que don Carlos quiere esto…. y escaló bastante alto eh. Ufff si me dieras permiso de recordarte esas “intimidades” … pero me las voy a callar.
Así que vez mi memoria nunca ha sido muy buena, sobre todo en fechas y esas cosas que jamás me preocuparon. Pero a ver si tu me recuerdas de esas largas décadas que convivimos tantas horas diarias. Mi jornada laboral siempre fue de 10 ó 12 horas, salvo los primeros años, quizá los 20 primeros, cuando tu trabajabas hasta 16 horas. A nadie le pedías que se quede, pero quién podía irse si ahí estabas compiéndote el alma para sacar tu periódico y ser el número 1 como lo fuimos por décadas.
Bueno adios, cada que yo empiece a decir cosas que puedan meterme en líos me despido de tí. Ya no está el horno para bollos.

Manuel Triay Peniche
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