Desde los tiempos más remotos de la humanidad, una criatura, entre otras, ha establecido una relación profunda con el ser humano. La relación entre un ser humano y su perro, es de una profundidad proverbial y entrañable. El perro y el ser humano, tienen una relación de identidad que data de muy antiguo. Antes de que el género humano se volviera sedentario, las tribus y hordas estaban integradas por pastores, que seguían la migración de los rebaños, a donde quiera que estos se iban trasladando en busca de extensiones de pastizales; y ya, desde entonces, el perro y el hombre establecieron esa relación profunda e inseparable. En la era de las glaciaciones, las tribus mongólicas, migraron desde las estepas de Asia, cruzaron Bering, y se extendieron por América, junto con ellos, llegaron los perros pelones, originarios de oriente, y que también poblaron este nuestro continente, y hoy los conocemos como xoloitzcuintle, malixo pelón peruano, y todos no son más que, los descendientes de los perros pelones chinos, fieles compañeros de los migrantes asiáticos que nos llegaron en la última glaciación.
A lo largo de la historia, muchos personajes famosos tuvieron siempre la compañía de un perro que fuera su amigo y confidente. La reina Victoria de Inglaterra, fue una amante profunda de dos razas caninas, el Caballier King Charles y los Fox Terrier Pelo de Alambre. Por su parte, Luis XIV, El Rey Sol, amaba apasionadamente a sus compañeros de cacería, una hermosa jauría de Gigantes de los Pirineos. Los zares de Rusia, cabalgaban alegremente por los bosques, acompañados de sus ágiles y veloces Borzois. Los carniceros alemanes del S. XVI, conducían su ganado al matadero, cuidado y guiado por sus fuertes y musculosos Rottweilers. Los nómadas del Desierto del Sahara, marchan con sus caravanas, y llevan con ellos sus rebaños de ovejas que son cuidadas de ataques de leopardos y hienas, por sus leales Azawakhs. Los amantes de la caza de patos, en Canadá, reman por los esteros, y en las proas de sus canoas, siempre hay sentado un Cobrador de Labrador, atento al disparo, para saltar al agua, nadar y volver con el pato para entregar a su amo. El histórico primer ministro de Inglaterra, Sir Wiston Churchill, tenía en su hogar dos razas de perros que amaba tiernamente, los Bulldog Inglés y los Pugs o Carlinos. Las legiones romanas, marcharon por Europa y Asia Menor, con la compañía de sus poderosos Molosos Napolitanos. Los sacerdotes de las mitras doradas, los del antiguo Egipto, aparecen retratados en los jeroglíficos de las pirámides, en compañía de sus Podencos Ibiceños.
Esa profunda relación entre un ser humano y su perro, ha llenado hermosos pasajes de la historia a través de los tiempos. Uno de los casos más destacados, es la proverbial relación entre el poeta George Gordon, Lord Byron, con su corpulento y negro perro Terranova, llamado “Swan Boat”, que lo acompaño hasta a participar en batalla, cuando marcha con un barco que había comprado con la fortuna que había heredado, para ir a Francia, a apoyar la Revolución de los Carbonarios. El noble perro, al morir, fue enterrado en los jardines de la casa del poeta, y en su tumba se lee este hermoso epitafio: “Aquí yace una magnífica criatura excepcional, con todas las cualidades del ser humano, pero sin sus defectos”. Cosas de poetas que poca gente comprende. Shi Uan Ti, quien se auto llamó “El Primer Emperador Universal”, en China, llevaba en las amplias mangas de sus kimonos de seda, un par de perros Pequineses, que estaban listos a saltar en defensa de su amo. Frida Kahlo y Diego Rivera, vivían acompañados de sus Xoloitzcuintles, a quienes consideraban un símbolo de la mexicanidad. Aquí mismo, en nuestra Mérida, el poeta José Díaz Bolio, tuvo dos perros compañeros fieles y amados, “Pochocho”, un hermoso Kiss Hound, primero, y en sus últimos días, un Bichón Habanero, negro y blanco, llamado “Bombín”, que lo acompañaron siempre en sus caminatas vespertinas en el parque de la Colonia Alemán.
Yo siempre he vivido en compañía de perros, varios, muy distintos. En tiempos muy atrás, en mi casa, había un gran Malix negro, que mi abuelo había llamado “Valiente”. Después, tuve un Pequinés llamado “Duque”, al que sustituyó al morir una Maltés llamada “Petitte”, que tuvo una larguísima vida. Luego, adoptamos a dos malixes fieles y amorosos, “Venadita” y “Cabezón”. Luego llegó a mi vida “Óliver”, un Baasett Hound, que fue quien me inició en el mundo de las exposiciones canófilas. “Óliver”, era amado profundamente por mi madre y ella me inculcó que: “Los perros entienden, hay que saber hablarles y entenderlos”; y eso, es sabiduría pura. En la actualidad, tengo ocho perros, dos Cobrador de Labrador, una Beagle, cuatro Pequineses y una lanuda y blanca, que no es de una raza definida, pero que es muy amada en la casa, que es la mayor de la jauría y es considerada la abuela de la casa. De este sin par grupo de fieles compañeros de vida, la más cercana a mi corazón, es “Bou”, la Beagle. Ella duerme junto a mi hamaca, en su mecedora de mimbre. No entra a la recámara a dormir, si yo no he llegado. Con ella, la enseñanza de mi madre se ha aplicado profundamente. Si la sorprendo haciendo algo indebido, y le doy una reprimenda, puede suceder dos cosas; si ella está aceptando su culpa, baja la mirada en señal de disculpa, pero si lo que le estoy diciendo le vale un cacahuate, bosteza y vira la cara en otra dirección, indicando con ello que no acepta mi reproche.
Créanme, platicar con sus perros, es muy sano. Encontraran en ellos un interlocutor paciente y tolerante; cualquier confidencialidad será debidamente guardada por ellos y su cariño por nuestra persona, se da a raudales y es un amor sin condiciones. El día que me toque dejar este mundo, si llego a un lugar en el cual me estén aguardando los perros que ha habido en mi vida, sabré que he llegado al lugar correcto.
*Las fotos son de Salvador Peña L.
Mérida, Yuc., a 30 de agosto de 2020.