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Alguien tiene que morir

David Moreno
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En la pantalla, por: David Moreno. 

En el arte audiovisual existe una delgada línea que divide a la influencia, al homenaje y a la imitación descarada. En algunas ocasiones es difícil distinguir cual de estos tres conceptos se está utilizando en una obra, pero lo que está claro que es que bien utilizados pueden redituar en éxitos de público y taquilla pues quien los usa puede ser lo suficientemente inteligente para sumergir al espectador en un estilo que le resulta familiar sin darse cuenta que es precisamente por eso por lo que una película o serie le resulta atractiva o es posible que esa familiaridad sea notoria y es por ello que uno decida quedarse en el producto sin cambiarle o abandonar la sala. Tal vez ese sea el caso por el que una miniserie como “Alguien Tiene Que Morir” tenga éxito entre un buen sector del público. Manolo Caro, su director y creador, no tiene empacho alguno en mostrar – de nuevo, ya lo hizo antes en algunos momentos de “La Casa de Las Flores” – sus homenajes, influencias o imitaciones del estilo de Pedro Almodóvar y es la inmersión en esas temáticas y situaciones tan particulares lo que tal vez provoque que muchos caigan rendidos ante la miniserie.

Situar a su historia en un ambiente represivo y a partir de ahí explorar las dificultades que tienen los personajes para expresar su verdadero ser es algo que hemos visto, por ejemplo, en “La Mala Educación” del director Manchego. Tal y como sucede en aquella película protagonizada por Gael García Bernal, Alguien Tiene Que Morir, también nos transportará a la España franquista. Un país que tenía aún muy abiertas las heridas provocadas por la Guerra Civil y que con la llegada de la dictadura había fijado unos estándares morales extremistas, persiguiendo como delito cualquier tipo de diferencia que pusiera en peligro la rígida moralidad con la que el régimen intentaba dominar a toda la sociedad. A ese Madrid de los años cincuenta llegará Gabino (Alejandro Speitzer) un joven de padre español y madre mexicana que ha pasado gran parte de su vida con la famiia materna en México. Llegará acompañado de Lázaro (Isaac Hernández) un amigo que se dedica al ballet clásico. Los prejuicios sobre la profesión de Lázaro pronto saldrán a flote y en los círculos sociales en los que se mueve la familia de Gabino comenzarán una serie de rumores sobre el tipo de relación que ambos jóvenes tienen. Ello acrecentará el odio hacía Lázaro por parte de la abuela y matriarca de la familia Amparo (Carmen Maura) una fanática franquista que siente un inmediato desprecio por la ascendencia mexicana de los dos jóvenes y por la homosexualidad que, asume, practican. Amparo terminará influyendo en su hijo Gregorio (Ernesto Alterio) para comenzar una persecución en contra de Gabino y Lázaro para lo que contará, de manera no del todo evidente, con los hermanos Alonso (Carlos Cuevas) y Cayetana (Ester Expósito) principalmente por parte del mayor de los dos quien guarda una atracción reprimida hacía el nieto que ha regresado a casa y por lo tanto vuelca tal atracción en una mezcla de autocompasión, culpa y violencia. La única respuesta solidaria para Gabino vendrá de su madre (otro “guiño” a Almodóvar) Mina, cuyo origen mexicano hace que nunca haya sido aceptada por Amparo como parte de su familia, quien intentará a toda costa vencer sus propios miedos para poder darle a Gabino una oportunidad de escapar de un entorno al que nunca debió regresar. Un personaje típico de Almodóvar, sobre todo de la etapa más reciente del cineasta español, es decir una mujer instalada en el sufrimiento y que tiene una enorme incapacidad para ser feliz.

Lo más significativo de Alguien Tiene que morir es que se inspira (¿imita?) en lo más reciente del director manchego. Esa parte que ha girado de la transgresión de sus primeras películas al melodrama de las últimas, un género en el que el manchego se ha sentido cómodo para explorar asuntos como las infancias destruidas y los sentimientos reprimidos, algo que Caro reproduce sin esa maestría en la miniserie, sin poder alcanzar ese toque emotivo que todavía sigue haciendo atractivo al cine de Almodóvar. El resultado es un producto que por momentos es interesante – sobre todo por las actuaciones de Maura, Alterio y Suárez – pero que termina desdibujándose en un desenlace que raya entre la obviedad y la prisa. Una miniserie que tal vez si no se empeñara tanto en homenajear, en ser influenciada o en imitar un estilo muy particular de contar historias a través del lenguaje audiovisual, pudo convertirse en un producto original, llamativo y sorprendente. No lo es porque parece ser que su creador no está empeñado en encontrar una voz propia sino en reproducir una que garantiza el éxito, que lo lleva por un camino seguro y muy poco arriesgado.

Los tres episodios de Alguien Tiene Que Morir están disponibles en Netflix.

David Moreno
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