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El último de los lamentos…

Cristina Padin
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Y cuando el último de los lamentos suspiró, todavía tuvo que pasar un minuto, largo y cruel, hasta que dejara de latir… Entonces sí era real: el lamento se había muerto. Era el último de ellos, el más pequeño, el más moderno, el más cosmopolita, el que iba a París a emocionarse con el teatro y viajaba a Sevilla a sentir el toreo.

Lloraba porque no se había protegido lo suficiente a ese idioma tan bello, tan puro, tan rico… que había gestado libros como La colmena o el Romancero gitano..

El último de los lamentos era, había sido, un ser culto. Leía mucho. Hablaba mucho. Y hablaba bien. No pudo soportar su trémulo corazón, los lamentos son endebles pese a su fortaleza física, la pena terrible de no poder recitar a Bécquer, no poder leer a Cervantes, no emocionarse con Cortázar…
no saborear la palabra capote o alma!

Y falleció, su figura estilizada y larga se perdió en el mar. No supo pues el lamento que todavía en la arena vivía un suspiro, su primo, y que jamás se rendiría. No!

Dedicado a mi lengua: el español. Amo las lenguas
Dedicado a cada suspiro y cada lamento
A la memoria de los escritores mencionados
Como homenaje a Proust y sus amigos hispanos
Al toreo
A Luis
A las personas que nunca se rinden, como algunos genios
A mi amado mar
A Manuel
A mi Sevilla del alma
A las personas que hablan bien y con verdad

Cristina Padin
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