Editorial La Revista Peninsular.
El 6 de enero del 2021 pasará a la historia como un día trágico para los Estados Unidos de América. Miles de simpatizantes de Donald Trump, etiquetados como terroristas domésticos, tomaron el recinto legislativo federal con el fin de evitar que se oficializara la victoria de Joe Biden. Esta insurrección fallida dejó un saldo de cuatro muertos, y duras consecuencias políticas para el actual presidente y sus aliados.
Las leyes norteamericanas establecen que el Congreso federal y el Senado deben reunirse después de las elecciones para hacer el último conteo de los votos colegiados, lo cual oficializa la victoria de quien reciba más sufragios. Todo esto ocurre en el Capitolio, el cual se encuentra en Washington D.C., capital de Estados Unidos.
Dado que quien ocupa la vicepresidencia se convierte en presidente del Senado, le corresponde a este mismo presidir la sesión de conteo de los votos colegiados. Donald Trump vio en esto una oportunidad para revertir el resultado del 3 de noviembre y días antes propuso a Mike Pence, actual vicepresidente, declarar nula la elección, pero este se rehusó a ceder ante tal solicitud; lo anterior ocasionó que el aún titular del ejecutivo federal llamara cobarde a Pence.
A pesar de las presiones y denostaciones de Trump, Mike Pence mantuvo su negativa. De hecho, justo antes de iniciar la sesión de conteo compartió un mensaje a los legisladores en el cual afirmaba que sería incorrecto dejarle el visto bueno de una elección a una sola persona. Asimismo, sostuvo que su función sería la de garantizar el escrutinio legal de los votos y el adecuado desahogo de las denuncias respecto a irregularidades presuntamente observadas durante la jornada electoral del año anterior.
Si bien, el mensaje del vicepresidente nutrió la narrativa que afirma la existencia de irregularidades en la pasada elección, igual fue bastante claro en que se respetarían los procesos legales y la decisión de los ciudadanos.
Desde días antes, Donald Trump había convocado a sus simpatizantes a salir a protestar el 6 de enero en Washington D.C. en contra de la aprobación de los resultados de la elección. Sin embargo, al llegar el día y percatarse que era inminente el triunfo de Biden, el aún presidente estadounidense instruyó a sus seguidores marchar al Capitolio para exigir la detención del conteo.
Miles de personas arribaron al recinto legislativo, forzaron las entradas y causaron destrozos en el edificio, motivo por lo cual se suspendió el conteo de los votos. Algunos funcionarios presentes lograron ser evacuados, pero la mayoría tuvo que quedarse en las instalaciones y resguardarse de las agresiones de estos terroristas domésticos. Murieron 4 personas por los disturbios, una de ellas falleció en el interior del Capitolio al recibir un disparo en el pecho por parte de un policía, se tuvo que movilizar a la Guardia Nacional en la capital y se declaró toque de queda.
En un principio, Donald Trump se mantuvo callado ante los actos violentos. Luego difundió un video en el cuál pedía a los manifestantes irse a sus casas, pero también les decía que eran especiales y los amaba. Posteriormente, publicó en redes sociales que esto sucedía por la manera en cómo le robaron la elección, lo cual propició que Twitter, Facebook y YouTube cancelaran sus cuentas temporalmente. El argumento de estas compañías fue que los mensajes de Trump promovían la violencia y noticias falsas.
Una vez instaurado el toque de queda y controlada la situación en el Capitolio, los legisladores tomaron la determinación de reanudar el conteo por la noche. Gracias a esto, en las primeras horas del jueves 7 de enero se oficializó en la Cámara legislativa la victoria de Joe Biden.
Se esperaba que en la sesión de conteo surgieran apelaciones y quejas por parte de los republicanos (partido al que pertenece Donald Trump) respecto a presuntas irregularidades en algunos estados, y así ocurrió. No obstante, el apoyo que recibieron estas inconformidades al reanudar la sesión fue menor al percibido por la mañana. El motivo de esto fue que múltiples aliados de Trump le retiraron completamente su apoyo al indignarse por su llana incitación a la violencia e insurrección.
Hubo algunos republicanos que continuaron con su apoyo a Trump y votaron a favor de la existencia de irregularidades electorales en algunos estados, aunque fueron minoría en ambas cámaras y sus intenciones no fueron fructíferas. Estos individuos que mantuvieron su apoyo al actual presidente fueron tachados de traidores tanto por demócratas como por miembros de su mismo partido.
El partido Republicano atravesará cambios drásticos en los próximos días ya que en los últimos años dejó a lado ideologías y posturas para enfocar todo su discurso e identidad entorno a la figura de Donald Trump; tan es así que las facciones internas de este partido se limitaron a identificarse entre quienes estaban a favor o en contra del presidente. Lo más probable es que Trump pierda más aliados en el futuro inmediato pues el argumento usado por muchos para justificar el apoyo que le daban era su efectividad, y al final de su administración los republicanos se quedan sin la Casa Blanca y sin mayoría en ambas Cámaras legislativas.
Horas después de que Mike Pence confirmara la victoria de Biden, Donald Trump aceptó procurar una transición de poderes pacífica, aunque no admitió derrota alguna pues reafirmó la existencia de irregularidades durante la elección. La nueva postura del actual presidente no apaciguo el fervor con el que decenas de demócratas exigieron su separación del cargo, pero cabe aclarar que a pesar de la existencia de estas intenciones es poco probable que suceda, incluso después de lo ocurrido el miércoles.
Hay dos formas en que podría culminar tempranamente la administración de Trump. La primera es mediante la vigésimo quinta enmienda constitucional, la cual establece que el presidente de Estados Unidos puede ser removido por incapacidad para desempeñar su puesto. Para esto es necesario que el vicepresidente y la mayoría del gabinete federal declaren la incapacidad del titular del ejecutivo, pero no parece haber intención alguna en este sentido.
La segunda opción es el “impeachment” para el cuál si existen intenciones, pero el factor que constituye el obstáculo principal es el tiempo. La presidencia de Trump termina en menos de dos semanas ya que el 20 de enero asume el poder Biden, lo cual hace improbable que haya suficiente tiempo para aprobar la moción en la Cámara de Representantes y posteriormente ratificarla ante el Senado.
Aunque este esfuerzo pueda no culminar en una destitución, sí puede servir para dejar evidencia permanente sobre lo deficiente que fue la gestión de Trump, pues sería el único presidente en haber sido sometido a “impeachment” en dos ocasiones. La primera vez fue en diciembre del 2019 por el condicionamiento de apoyos a cambio de favores que Donald Trump propuso al presidente de Ucrania; evidentemente, esto no fue ratificado por la Cámara alta.
Es cierto que las posibilidades de terminar la presidencia de Trump antes del 20 de noviembre son mínimas, pero esto no detendrá a demócratas y algunos republicanos a exigir una renuncia inmediata. El gobierno federal ha modificado su postura para condenar a los manifestantes del miércoles y asegurar que se hará justicia en su contra, pero aún existe el temor de otra manifestación violenta en los próximos días organizada para desestabilizar al país.
Algunos analistas afirman que estas últimas maniobras de desesperación del actual presidente son para evitar a toda costa las consecuencias legales que le depara la investigación que está llevando en su contra un juzgado en Nueva York. Esto lo hace más peligroso pues significa que tiene mucho que perder, entonces puede actuar de forma más arriesgada. No olvidemos que hasta las serpientes muertas pueden picar y matar.