Estados Unidos ha dado un paso sin precedentes en su política financiera latinoamericana al concretar la compra directa de pesos argentinos y cerrar un acuerdo de swap cambiario por 20 mil millones de dólares con el Banco Central argentino. Esa maniobra busca estabilizar los mercados sumidos en turbulencia, en un momento decisivo para el gobierno de Javier Milei, quien atraviesa desconfianza inversora y un desgaste político cada vez más evidente.
El secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, declaró con firmeza que “el U.S. Treasury está preparado, inmediatamente, para tomar las medidas excepcionales que se requieran para proporcionar estabilidad a los mercados”. Aunque ese lenguaje suena contundente, Bessent insiste en que este auxilio no constituye una inversión directa: “lo que EE. UU. está haciendo… es otorgarles una línea swap. No estamos poniendo dinero en Argentina, ¿ok?”, dijo en una entrevista.
Este paquete financiero ha desencadenado críticas tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Por un lado, algunos legisladores demócratas reprochan que los contribuyentes estadounidenses terminen financiando una economía extranjera, especialmente en un país que ya enfrenta serios conflictos internos. Por otro lado, sectores agrícolas estadounidenses —notablemente productores de soja— denuncian que Argentina está captando mercados internacionales que antes eran dominados por los Estados Unidos, beneficiada por recientes flexibilidades en su política exportadora.
Para Milei, este rescate es un salvavidas oportuno. Mensajes oficiales y declaraciones públicas destacaron que agradeció al gobierno estadounidense por su “liderazgo poderoso” y por el respaldo frontal. Sus seguidores lo interpretan como una legitimación externa de su modelo económico, mientras sus adversarios sospechan que se trata de una ayuda condicionada políticamente en vísperas de elecciones legislativas clave.
Los mercados reaccionaron con optimismo inmediato: el peso recuperó terreno, las acciones argentinas subieron y los bonos emitieron señales de recuperación. Pero esa euforia puede ser frágil si no va acompañada de reformas profundas y una gestión firme de la deuda, la inflación y el déficit fiscal.
El acuerdo también envía un mensaje geopolítico claro: EE. UU. está dispuesto a involucrarse de forma directa en Latinoamérica para preservar sus intereses estratégicos frente a otras potencias, y para respaldar gobiernos afines que promuevan apertura económica y alianzas políticas.
Sin embargo, este tipo de intervenciones siempre enfrentan el riesgo de ser interpretadas como respaldos políticos disfrazados de auxilios técnicos. Lo que hoy parece una jugada audaz podría mutar en un acto controvertido con consecuencias perdurables tanto en Argentina como en la relación bilateral entre Washington y Buenos Aires.


