Por Redacción La Revista Peninsular
Mérida, Yucatán, 20 de octubre de 2025
Gabriel Ramírez Aznar flanqueado por Ralph Walter y Alonso Gutiérrez, contemporáneos y los últimos tres grandes de Merida
La paleta de colores de Yucatán ha perdido hoy a uno de sus tonos más intensos. A los 87 años de edad falleció Gabriel Ramírez Aznar, pintor esencial de la plástica yucateca y figura clave del arte contemporáneo mexicano, cuya obra transformó el color en lenguaje y el lienzo en un campo de batalla donde los pigmentos se enfrentaban con fuerza y emoción.
Nacido en Mérida en 1938, Ramírez Aznar descubrió la pintura —como él mismo decía— “por accidente o por destino”, después de una epifanía que atribuía a una “carta imaginaria” de Vincent van Gogh que lo invitaba a lanzarse a pintar. Desde entonces, su trayectoria fue una búsqueda constante de libertad, alejada de la academia y del artificio.
Desde su taller en Itzimná, el maestro trabajó con la convicción de que “la pintura es trabajo de obrero”, una frase que resumía su humildad ante el arte y su disciplina feroz frente al lienzo. Su estilo, definido por críticos como una “geometría emocional” o un “expresionismo abstracto yucateco”, rechazaba la complacencia y abrazaba el instinto. Los colores —rojos violentos, amarillos incendiarios, azules que estallan— se enfrentaban como fuerzas vivas, mientras sus trazos, casi arañazos, parecían querer desgarrar la superficie misma del cuadro.
Coleccionistas y escritores de la talla de Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez reconocieron pronto el genio del pintor yucateco. Sin embargo, Ramírez Aznar siempre valoró más otra riqueza: la posibilidad de seguir creando, de nunca detenerse, de enfrentar “la siguiente batalla”, como solía decir cuando hablaba de su oficio.
Hoy que su cuerpo ha cedido, su obra permanece. Los amarillos siguen bramando, los rojos continúan sangrando luz y los verdes se niegan a marchitarse. En sus cuadros, no hay muerte posible.
Mérida pierde a uno de sus artistas más feroces, pero gana la certeza de que hay fuegos que no se extinguen: solo cambian de lugar.
