La fricción pública entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, por la supuesta “falta de gratitud” de Kiev hacia Washington, trasciende el intercambio de declaraciones y revela una lucha más profunda: la disputa internacional por quién definirá el futuro político y territorial de Ucrania.
Trump afirmó que Ucrania muestra “cero gratitud” por el plan estadounidense de 28 puntos para terminar la guerra, un documento todavía no público en su totalidad, pero que diplomáticos europeos describen como un esquema que podría incluir cesiones territoriales y un rediseño de las garantías de seguridad regional. La crítica abierta no solo presiona a Kiev, sino también a la Unión Europea, a la que Trump acusó de “seguir comprando petróleo ruso” mientras exige firmeza contra Moscú.
En respuesta, Zelenski se apresuró a reafirmar el agradecimiento de su país, consciente de que mantener alineado a EE.UU. es crucial para su supervivencia militar y económica. Sin embargo, su mensaje de reconocimiento también revela las limitaciones de Ucrania: no puede confrontar a su principal aliado, pero tampoco puede aceptar un acuerdo que comprometa su soberanía, su territorio o su posición estratégica.
El episodio exhibe tres realidades internacionales:
1. Estados Unidos intenta recuperar el control total del tablero diplomático
Trump quiere reposicionar a EE.UU. como arquitecto único de la paz, incluso por encima de la OTAN y de la UE. Su postura cuestiona el liderazgo europeo y reordena las jerarquías dentro del bloque occidental.
2. Europa queda atrapada entre Washington y Moscú
La UE observa con preocupación una negociación que podría marginarla, sobre todo en temas de seguridad energética y fronteras. Cualquier solución impuesta desde Washington tendría repercusiones territoriales y económicas directas sobre el continente.
3. Rusia gana terreno en la narrativa
Cuanto más se exhiban las fisuras entre Washington, Bruselas y Kiev, más capacidad tendrá Moscú para proyectar la idea de un Occidente dividido. El Kremlin entiende que cada desacuerdo público debilita la posición negociadora ucraniana.
El intercambio Trump-Zelenski no es, entonces, un simple malentendido diplomático: es un reflejo de la pugna global por definir la posguerra, por establecer quién se sentará en la cabecera de la mesa y bajo qué términos se reconstruirá el orden de seguridad en Europa del Este.
Lo que está en juego no es solo el futuro de Ucrania, sino la arquitectura geopolítica del continente.


