Hace muchos ayeres, uno de mis maestros nos enseñó que tus derechos terminan donde comienzan los míos. No encontré entonces, ni la hallo ahora, oposición alguna a discernimiento tan claro y con esto he vivido, esa ha sido mi norma para llevar la vida en paz.
Hace ya un año pasadito gobernantes y gobernados comenzamos una lucha con miras a vencer a un bicho que oficialmente ha cobrado más de 300,000 vida en el país y entre las armas disponibles la de mayor eficacia es: “quédate en casa”.
Aún en casa, lo recomendable, lo indispensable para cuidar de nuestros seres queridos si estas.cintagiado, es el aislamiento total y absoluto, ningún contacto con nadie o transmitiremos el virus del Covid a velocidad incontrolable: de mi para ti, de ti para el vecino, y del vecino al cementerio.
A esas medidas personales se unen mil más como los cierres hasta de los templos en esta Semana Santa y el de las principales playas del Estado. La Policía nos vigila y nos sanciona si no obedecemos, y las funerarias se frotan las manos con tanta demanda de ataúdes.
Y hoy, de pronto, como si esperara un premio por su decisión, o una condecoración como adalid del sufragio, el Iepac nos sorprende con la incomprensible medida de que los enfermos de Covid pueden acudir a las urnas a “ejercer sus derechos” en la próxima elección del 6 de junio.
Si la urgencia sanitaria es que dichos enfermos no salgan de los cuartos de sus casas para no contagiar a sus familiares y evitar la proliferación del virus, imagine usted que su vecino en la cola o en la casilla electoral sea un “coviteado”.
Así nos bañen con sanitizante a la entrada de las mesas de votación, el Iepac quiere que corramos un riesgo innecesario que podría llevarnos al panteón, y no hablo en forma figurativa. En el interior del Estado el índice de fallecimientos por contagio rebasa a veces al 50 por ciento.
Por tanto, yo acuso al Iepac de intento de genocidio; pido y exijo con firmeza que reconsidere su decisión de convocar a los enfermos a votar y espero que las autoridades de salud tomen cartas en el asunto.
Ah, y pido a Dios por las y los consejeros del Iepac autores de tan flamante decisión, para que el virus les sea ajeno, sobre todo que muchos están pasaditos de peso (de pesos no se).