Por: Aida Maria Lopez Sosa.
Cada hombre es una
novela, cada mujer un enigma incomprensible; cada casa una ciudad; cada ciudad
un mundo entero, y el mundo un grano de mostaza; y el hombre y la mujer unos locos
llenos de miseria y de pasiones. El fistol del
diablo.
Los
metales y las gemas preciosas se asocian con las pasiones humanas. Desde la
envidia hasta la codicia, se han convertido en motivo de disputas, robos y
asesinatos. Las piezas únicas son deseadas por su valor económico, pero también
porque se vuelven el fetiche o el amuleto de quien las porta, en ocasiones han
atraído la desgracia a sus propietarios, extendiéndose a los herederos.
La
literatura aborda el tema de las joyas preciosas en las novelas de Agatha
Christie y Sir Arthur Conan Doyle con su
detective Sherlock Holmes, donde el móvil es el hurto o el fraude. En la
literatura mexicana, Manuel Payno escribió varios tomos de la maldición de una
joya.
El
cuento “Joya” del francés Guy de Maupassant, si bien no trata del clásico robo,
es el retrato de la sociedad burguesa que paga caro las consecuencias de la
simulación. Una mujer hermosa pero sin riquezas, galas femeninas y joyas, deseaba
ser asediada y despertar envidia. El 18 de enero se celebraría una fiesta en el
hotel del Ministerio, para asombro de su esposo su mujer no se alegra de la
noticia, a pesar de las pocas las pocas oportunidades que tenían para salir,
además del trabajo que le costó conseguir la invitación. La esposa estaba
angustiada por no tener algo para ponerse a la altura del evento. El esposo
sacó cuatrocientos francos que había ahorrado para adquirir una escopeta y se
los dio para que se comparara un vestido, resultando insuficiente para la esposa
ambiciosa, quien deseaba una joya para completar su ajuar. Imposible para el presupuesto
de un modesto empleado. Ante la desazón de la señora, se le ocurrió sugerirle
que le pidiera prestada una a su rica amiga del colegio. Así lo hizo. Consiguió
un collar que la hizo lucir elegante, alegre y graciosa durante la fiesta en la
que atrajo no solo las miradas de las mujeres por ser la más bonita, sino la de
los hombres que la miraban, preguntaban su nombre y querían bailar con ella.
Hasta el ministro reparó en su hermosura. Envidió las pieles ante el modesto
abrigo que llevó para la salida. En el afán de que nadie se diera cuenta de su
pobreza, bajó de prisa las escaleras para subir al coche, sin reparar que había
extraviado el collar. El esposo perdió toda la noche buscándolo y al no
encontrarlo, decidieron endeudarse para comparar uno parecido para devolverlo a
la amiga. Tardaron diez años para terminar de pagarlo, tiempo en el que
envejecieron y enfermaron. El alto costo tanto en lo económico como en la
salud, al final contrastó con el valor
real de la joya prestada que no era más que una imitación.
La
realidad supera la ficción. La maldición del diamante azul Hope de cincuenta
quilates, alcanzó a varias personalidades, entre las que se cuentan, cuando
menos, veinte muertes enigmáticas de quienes poseyeron la tan codiciada gema.
El periplo de la joya maldita comenzó cuando se encontró en la India. La
leyenda cuenta que fue tallada por la deidad del sol como ojo de un ídolo
divino, posterior fue robada y reapareció pesando cien quilates. El primer
propietario fue el negociante francés Jean-Baptiste Tavernier, quien la llevó a
Europa junto con sedas y objetos maravillosos. El cofre contenía cientos de
piedras preciosas, entre ellas estaba el Hope. Por su relación con la corona el
comerciante se la vendió a Luis XIV, rey de Francia, quien la adquirió y
dividió para lucirla como símbolo de la Orden de Toisón de Oro. Todos sus
futuros herederos murieron en la infancia, el único que llegó a la adultez
falleció antes que su padre. El diamante llegó
a Luis XVI quien se lo regaló a su esposa María Antonieta, ambos
murieron decapitados. Se cree que durante el saqueo de la Revolución Francesa
llegó a Inglaterra donde lo volvieron a cortar pasando a los Windsor. En 1824
la familia Hope la tuvo en su colección, adquiriendo el nombre con la que ahora
se le conoce. Después de la larga lista de propietarios, actualmente se expone
en el Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana.
Manuel
Payno en la versión mexicana, quizá inspirado en el diamante Hope, en 1887
publicó: “El fistol del diablo. Novela de Costumbres Mexicanas”, nuevamente la
protagonista es una joya maldita. La novela fue adaptada al cine en varias
secuelas, donde Roberto Cañedo como el señor Lucero, el diablo, hace visitas
misteriosas para cazar almas. La primera víctima es el joven de veintidós años
Arturo, ingenuo, atormentado después de regresar de Inglaterra donde sus papás
lo habían matriculado. El día que decidió iniciar “sus campañas de amor” se
dice frente al espejo que haría pacto con el mismo diablo con tal de ser amado
por las mujeres. En el instante apareció un hombre distinguido, con traje negro
y un fistol de diamantes, quien le recordó que ya se habían cruzado en Calais. Al no dar su nombre “para evitar espantar a
los mortales”, se hace llamar Rugiero, como el esposo de Laura en la obra de
teatro: “La conjuración de Venecia” (1830) de Francisco Martínez de la Rosa.
Para enseñarle el mundo lo invita a un
baile donde le presentará mujeres hermosas. Payno aprovecha el pasaje para
hacer su primera crítica, entre varias, del racismo del malinchismo de las
mexicanas, quienes se dejan impresionar por los extranjeros, “aunque no sepan
su procedencia ni la madre que los parió”, siendo que él se gasta su dinero
para parecerse a los mexicanos. En un acto de generosidad, durante la fiesta, Rugiero
se quita el fistol y lo coloca en la solapa de Arturo para que emprenda sus conquistas,
las cuales no tardarían por la atracción de la enigmática joya. Al desenlace de
esta primera historia le seguirán varias tragedias.
El
brillo que irradian las piedras preciosas continúa iluminando las letras. Simbolizan
estatus y, en ocasiones, como dijo la protagonista de “Una entre un millón”,
Sonja Henie, distraen la atención de las arrugas.


