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Hijos/as Autosuficientes

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Hijos/as Autosuficientes
¿Quieres que sean Felices?

Entonces, Familia = Unión y Amor. Para miles y miles de padres, junto a sus problemas de la etapa y situación, el más presente y constante es la incertidumbre resultante de querer y no saber si estamos haciendo lo “correcto” con y por nuestros hijos/as, ya que educar es una labor que se ejerce necesariamente en el presente, con los recursos de nuestro pasado, pero cuyos resultados sólo se aprecian en el futuro.

He tenido la maravillosa oportunidad de trabajar y acompañar a miles de padres y madres, y una de las ganancias es lo que llamo la fórmula para formar hijos autosuficientes. El mes pasado conversamos sobre la forma de hacer de la armonía familiar una característica para nuestra vida juntos; hoy revisemos el producto final del proceso. Claro, lo sabemos bien, la labor no se acaba, pero el resultado sí se puede alcanzar.

Les cuento. Con el análisis científico desarrollado en varios años, elaboramos un instrumento para medir lo que identificamos como la problemática familiar, entrevistando y encuestando a miles de padres de las más diversas condiciones. Por lo regular dos problemas aparecen con los puntajes más altos; uno de fondo y común, la incertidumbre mencionada. Otro específico de la situación que estén pasando, sea económica, llegada o pérdida de un nuevo integrante, cambio de etapa de los hijos, adicciones, separación, baja de ingresos o lo que fuera el caso.

En uno de los análisis más importantes realizados, hallamos que podemos identificar problemas más frecuentes relacionados con integrantes de la familia. Como padre o madre la responsabilidad de educar correctamente, la preocupación por el futuro, que los gastos aumenten y las dudas al castigar. Como pareja, que la otra persona no tome en cuanta lo que uno hace, la falta de comunicación, la forma distinta de educar y las tensiones por el trabajo. En los hijos, que no coman bien, se enfermen, las tareas, que “no obedezcan”, “sean terribles” o la mala influencia de las tecnologías y medios. Y en el conjunto familiar la falta de convivencia, que resultó ser el problema más relacionado con otros (¿causa?), como la falta de comunicación, la forma distinta de educar, las tensiones por el trabajo y el efecto negativo de las tecnologías y medios sobre los hijos.

Lo que de fondo debe ser claro, es que en cada etapa de la vida en familia vamos a afrontar una problemática cambiante, para la cual contamos con diferentes recursos y los aplicamos desde nuestra personalidad y la armonía que logramos en el funcionamiento. Así que la fórmula más relevante puede ser esta que atiende a esa incertidumbre constante, que refleja en el fondo ese deseo de hacer bien el rol de padres.

Ante ello la pregunta habitual es si podemos hacer felices a nuestros hijos. La cual tiene una respuesta cruel, para algunos/as lamentable, pero ya suficientemente conocida, aunque no fácil de aceptar: NO. Pero no se trata de ti o de tu pareja, ni de tus hijos, por supuesto, sino de que en realidad, nadie hace feliz a nadie, ya que la felicidad es una estado subjetivo, que surge de la mezcla de expectativas, interpretaciones, acciones, logros, frustraciones, sentimientos y variaciones.

Frecuentemente confundimos la felicidad con los diferentes niveles de la alegría (emoción), así como también con algunas sensaciones o lecturas momentáneas de nuestro estado, como la paz, el éxito, la abundancia, la inocencia o la satisfacción. Incluso con la ausencia de problemas, que no es muy duradera. Pero esa confusión es más frecuente desde afuera que desde adentro. Pues cuando estamos siendo felices suele pasar que lo sabemos; en cambio sí es muy incómodo cuando alguien nos comenta que “deberíamos estar felices” (por lo que observa que tenemos o situación en la que nos encontramos), pero no nos sentimos así.

Felicidad, etimológicamente, proviene de fecundidad, productividad. Crear, producir es el medio y producto de la felicidad, el estado pleno del ser humano. No importa en qué materia, cantidad, lugar o compañía; crear aquello que nos hace ser la persona que somos.

El objetivo al que nos toca aspirar, el éxito (resultado deseado) en la función parental es la autosuficiencia de los hijos/as. Una persona autosuficiente es capaz por sí misma de conocerse, aceptarse, valorarse, y entonces definir su felicidad, ponerse en la ruta, disfrutar el viaje e ir llegando a puertos cuyos faros y avíos le fortalezcan para ensanchar horizontes. Lograr que nuestra hija/o alcance ese estatus hace llegar la paz, la tranquilidad, la alegría a sus padres, de verle definir y seguir su camino. Siendo él mismo / ella misma. En lo que realmente quiera, como le haga sentir vivo/a, para tener muchas de las que Maslow llamaba experiencias cumbre.

Para lograrlo podemos imaginar o temer muchas necesidades, acciones y recursos. Pero no podemos hacer todo, ni estar en todo, ni tenemos desarrolladas todas las capacidades. Además que los medios, la gente alrededor y nuestros propias inseguridades nos hacen dudar y/o actuar de manera contradictoria o inconsistente al menos. Somos humanos pues… Así que la fórmula propuesta va directamente allí, a clarificar lo mínimo y suficiente que tenemos que hacer, todos los días que podamos, de la mejor manera que sepamos y con toda la buena intención y positividad que tenemos.

Tres elementos componen la fórmula, y se recuerdan fácil con sus iniciales: A D O. Para que funcione sólo tienen que aplicarse a diario o tan frecuentemente como podamos con nuestros hijos/as, en la forma en que los sepamos aplicar, pero de manera sana y abundante; y lo crucial en la técnica es NO mezclarlos, aplicar los 3, pero cada cual en su naturaleza.

La A se refiere al Afecto, de los cuales el más poderoso y efectivo es el Amor, pero hay muchos otros. Digamos que en principio se trata de mostrarles nuestra afectividad, con un acento en las manifestaciones de amor. Aclaro: afecto significa la disposición (positiva, buena) hacia algo, así que se trata de mostrarle nuestra disposición de las manera que sepamos hacerlo. Y la más clara de esas disposiciones la tenemos en la definición aristotélica de Amor: querer el bien para otro. Cualquier acto que realizas en el que lo que importa es que quien lo recibe se sienta bien o sea mejor persona es un acto de amor.

Hay formas complejas que sólo algunos/as dominan o practican, pero también las hay muy simples, algunas de las cuales cualquiera sabe y es lo que se requiere aplicar a diario, sanamente, abundantemente. Abrazos, caricias, miradas, sonrisas, frases como “te quiero”, “tú puedes”, “creo en ti”, “me importas”, “dime, quiero escucharte”, dedicar tiempo, tener detalles que le gustan, contar con un espacio especial, cuidar… Ninguna de estas acciones o expresiones sobran, ni son indispensables, pero aplicar algunas, las que nos sean naturales y sepamos que se reciben bien, brinda la cobertura de afecto necesaria si las usamos a diario, sanamente, suficientemente. Y lo sabemos.

¿Cuál puede ser el producto de recibir esto a lo largo de una vida, especialmente en la niñez, cuando somos más receptivos, pero igual en cualquier edad? Esa sensación, naturalidad y finalmente certeza de que somos importantes, merecedores de la atención y disposición de una o muchas personas culmina formando un día lo que usualmente llamamos seguridad en sí mismo. Primer cualidad formativa.

La D es por Disciplina. Una de las palabras más maltratadas, y miren que usamos bastante mal el lenguaje… Para abreviar, viene del mismo origen que discípulo, que básicamente se refiere a alguien que está aprendiendo. Así que la “discipulina” viene a ser esa disposición a aprender, o la condición de estar haciéndolo. Incluye muchas opciones también, pero son las más duras o denigrantes las que se suelen asociar primero con la palabra y provocan que se perciba mal su dimensión formativa y su cualidad resultante, que no es, para nada, la obediencia, ni la sumisión.

La disciplina, bien entendida, tiene que ver con orden, ejemplos, razonamiento, reflexión, consecuencias, estructura, puntualidad, limpieza, regulación, las cosas en su lugar y momento… Y también tienen posibilidades muy complejas y hasta obsesivas, pero todos conocemos las más sencillas y sabemos usar algunas, aunque otras se nos dificulten, especialmente con los hijos/as y más si entran en conflicto con fantasmas de nuestra historia. Horarios; dos o tres normas que siempre se tienen que cumplir; esto primero esto después; aquí sí, allá no; “hablemos de cómo hacerlo”; “¡para ahora!”; paso 1, paso 2, paso 3; de este modo sí, de este otro no; por este motivo sí, por aquel no; “ahora no, mañana es el día que sí”, mostrar cómo se hace; “revisemos por qué pasó eso”; “esta es la consecuencia de lo que hiciste” (agradable o desagradable, según sea el caso).

Como en el caso del afecto, no tienes que ser un experto en todas las posibilidades, basta con que sepas usar bien algunas y lo hagas de manera estable, confiable, segura, todos los días, sin excesos emocionales y conforme al comportamiento de tu hijo/a y no por tu estado de ánimo. La violencia psicológica, totalmente innecesaria. Los gritos, te sirven como desahogo, pero en el 95% de los casos no aumentan el efecto disciplinario (el temor, chance) y… la violencia física… sirven sí, pero no mejor que la mayoría de los otros recursos (así que es la técnica más pobre), tiene efectos secundarios indeseables, y pronto pierde su efecto si se usa repetitivamente.

¿Qué efecto puede generar el uso diario, sano y suficiente de las que sí son manifestaciones de auténtica disciplina? Que la persona, especialmente en la etapa en que está entendiendo cómo funciona el mundo, aprenda los efectos de sus acciones y a decidir si quiere provocar el efecto A, el B o el C. Se forma nuestra segunda cualidad formativa: la adaptabilidad. Esa capacidad de funcionar de un modo donde las reglas, expectativas o ambiente son de un modo, y funcionar de otro cuando las condiciones cambian.

Y la O es por Oportunidades, específicamente el buen manejo de ellas. A diferencia de su uso común, como intentos o “chances”, aquí se refiere al sentido amplio de la palabra, que viene de Ob portus, estar frente al puerto. Cuando los marinos en tiempos remotos salían a la mar tenían que llevar todos sus avíos, perfectamente pensados para la duración de la travesía, de lo contrario la pasarían muy mal, en especial cuando las vituallas se terminaran. Llegar a un puerto representaba la gran ocasión de rellenar la bodega para la continuación o nuevo viaje, además de poder bajar y tener satisfacciones y alegrías tan comunes en tierra, pero no disponibles en alta mar. Así que era el momento de proveerse, de satisfacerse, de fortalecerse.

En cierta forma, y grado, padres y madres tenemos al alcance, de vez en cuando, formas de darles a nuestros hijos/as algo que habitualmente no hay o que incluso sus compañeros no tienen. Y esa experiencia, recurso, vivencia tiene el potencial de darle una ventaja competitiva, reparar una carencia, desarrollar una habilidad o conocimiento, atender a un talento. El tema aquí es nuestra pericia para lograr que esa oportunidad construya en él una reflexión, emoción y estructura que le dure lo suficiente para su siguiente tramos de navegación. Las vacas gordas son las oportunidades, las flacas el tiempo de saber si supieron capitalizar la oportunidad.

Las acciones que nos corresponden como padres en este rubro son más variadas, pues mientras en algunos hogares el dinero es el medio más fuerte para brindar oportunidades, en otros lo son los contactos, la ocupación de los padres, los cambios en la forma de vida o las personas a las que se tiene acceso en alguna temporada. Quizá las tres pautas más claras que puedo brindar aquí sean que nos concentremos en hacerles saber cuando algo es una oportunidad, animemos a aprovecharla y de cómo se aproveche decidamos la forma de manejar una siguiente. Por ejemplo, la forma de aprovechar una bicicleta, instrumento, viaje o dispositivo propio, que nos costó poder brindarle, dependerá cuándo y cómo pueda tener uno mejor en la siguiente vez que pudiéramos brindárselo. Otra, que si algo nos cuesta esfuerzo puede representar una oportunidad, pero si implica sacrificar lo básico para otros miembros de la familia, no lo es, incluidos en ello los padres. Y la tercera es que cada hijo/a requiere diferentes oportunidades, porque su edad, personalidad, talentos, cualidades, etc. son diferentes; recordando lo que antes conversamos sobre armonía familiar, es importante que a cada cual se le procuren oportunidades acordes a su persona, y no suele ser útil darles a todos “lo mismo”.

Lograr que nuestros hijos/as aprendan a valorar, aprovechar, invertir y potenciar lo que tienen en esas ocasiones de bonanza o momentos en que podemos brindarles un extra desarrolla en ellos/as la tercera cualidad formativa: la eficacia en el manejo de los recursos que tienen.

Atención: la buena aplicación de la fórmula implica una prevención, NO MEZCLAR. El amor o afecto se da y se da y se da. La disciplina se enseña a diario. Las oportunidades se procuran de acuerdo a las circunstancias y se administran. Pero NO hay disciplina con amor, ni oportunidades por amor, ni se cancelan oportunidades por disciplina. Aplicar disciplina que disguste al aprendiz no está reñido con mantener las manifestaciones amorosas. Son tres acciones paralelas, y por ello son errores crasos frases como “te pego porque te quiero”, “no puedo sancionarle, le amo demasiado”, “¿luego de lo que hiciste, quieres que te abrace?”, “se suspende tu clase de guitarra por lo que hiciste” o “te amo tanto que sí pagaré el curso de guitarra”.

Así que una persona que se siente segura de sí misma, ha aprendido a adaptarse a diferentes circunstancias y es eficiente para usar los recursos que tiene en diferentes momentos adquiere en conjunto, gradual, pero efectivamente, la AUTOSUFICIENCIA. Y con ella es que se conoce, se valora, entiende lo que necesita, se enfoca en cómo lograrlo, lucha, logra y… sí, claro, entonces sí, puede definir la forma de ser feliz y transitar en ella, con sus defectos y virtudes, aciertos y errores, con sus decisiones, con sus alegrías, con las personas que elige y sabiendo vivir.

“La felicidad no es un puerto, la felicidad no es un lugar, la felicidad es una forma de navegar, por esta vida que es la mar…” nos clarificó Felipe Gil y nos insistió Gualberto Castro. Podemos darles a nuestros hijos buenas aportaciones para saber navegar, incluso si no les damos el barco, y si tenemos la prudencia de hablarles de puertos, pero no nos aferramos a cuál deben ir. Qué maravilla llegar al punto en que les veamos navegar, sabiendo que van a donde deciden y en el que mejores personas serán.

*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Especialista, Maestro y Licenciado en Psicología
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.

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