La Revista

¡Tenemos que Hablar!…

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
Sígueme en redes sociales:

Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

¡Tenemos que Hablar!…
Mujeres y Hombres Conversando para Construir

Hola. Soy Jorge. Y
reconozco que he violentado a mujeres (y hombres) más allá de lo que mi ética
debió permitir y más veces de las que mi conciencia alcanza a detectar. Pido
perdón por las veces que ocurrió y te invito a conversar para ser mejores
personas y colaborar para que tengamos una convivencia más justa y armoniosa,
YA.

En la víspera del
8M estaba cavilando sobre la forma de participar mejor, en ese que parece un
día propicio para hacer más. Me queda claro que ocurren en nuestro mundo
relaciones y situaciones que nunca debieron ocurrir si fuéramos plenamente
humanos a diario. Pero ocurrieron, ocurren y seguirán ocurriendo. Y ciertamente
una de las más injustas, lamentables y necesarias de corregir es la forma en
que hemos conceptualizado, tratado y participado los hombres con las mujeres.

Lo pensaba desde
mi parentalidad, tengo dos hijas y un hijo y he vivido en ellas/él la reflexión
y temores sobre los efectos de esta historia y presente. También desde mi
ciencia, he aprendido lo suficiente de algunas cosas como para entenderlas
mejor, pero sobre todo al lado de personas que me han acompañado a entender
cómo funciona y por donde debemos corregir caminos. Y mi vida ha transcurrido
con amplia mayoría de compañía femenina en colaboraciones, estudios, juegos,
afectos, conversaciones, aprendizajes, proyectos, causas y logros.

Y aun así, he
fallado y fallo. Y veo con cierta claridad cómo fallan muchos otros hombres,
algunos a pesar de tener mejor comprensión, recursos o condiciones que yo. Como
también veo que no es un tema aislado al resto de lo complejo que es vivir y
convivir, por lo que esa idea de mejorar uno, varios o todos, pasa por muchas
necesidades; algunas de las cuales procuran reflejarse en frases cada vez más
claras que llenan hoy el espacio en esta fecha en particular.

En eso andaba
cuando un mensaje de mi muy querida amiga Leticia Ocampo le dio enfoque a mi dispersión
y alegría a mi conciencia. Con una enorme generosidad me estaba invitando a
charlar con su gente y para público abierto sobre una perspectiva del tema;
pero eso, charlar, no exponer, ni cosa similar. Y fácilmente decidimos que
hablaríamos NO de las mujeres, ni de los hombres, ni de la problemática, sino
de algo que sí sé: cómo lograr conversar, de manera que podamos sumar en la construcción
de lo que consideremos mejor evolucionar en nuestras relaciones cercanas,
sociales y culturales.

Confío luego poder
contarles cómo fluyó esta charla, amablemente generada por el Instituto
Electoral de Baja California Sur, pues será más taarde cuando se realice, ya
que en el mero día 8 sería prácticamente una afrenta intentarlo, ya los temas
prioritarios están definidos, las acciones están programadas y son las voces de
ellas las que se han de escuchar. Por lo pronto comparto algunas propuestas que
van en ese sentido.

Iniciemos por
dejar en claro que conversar es una palabra que conocemos, pero no
necesariamente entendemos del mismo modo, y aquí es vital poder referirnos a lo
mismo. En artículo previo ya he desarrollado que lo podemos confundir, sobre
todo en la práctica con hablar,
platicar, opinar; exponer, dialogar, discutir o debatir. Pero conversar no se
agota en ninguno de esas acciones. Y de hecho es bastante más complicado, sobre
todo en esta maldita posmodernidad donde las palabras cada vez importante menos
y entenderse menos aún, si es que eso es posible. No somos educados o
capacitados para conversar: o sea, dos o más personas o colectivos intercambiando posturas propias en una
reunión intencional, con espacio y tiempo suficiente, hasta el grado de hacer
que versen, es decir, que giren, que se acomoden los planteamientos, y aquello
que se comparte finalmente arribe a algo más; que, por supuesto, considera a
los planteamientos y los integra, o crea incluso, uno nuevo.

Podemos ubicar tres momentos en que esto puede llegar a
aprenderse, pero para el tema de fondo que nos ocupa es indispensable que
ocurra, si nos queda claro que enderezar esta historia no significa dividirnos
como sociedad, sino corregirnos y subir nuestro nivel de convivencia (con las
mencionadas justicia y armonía como medio inicial).

El primero de ellos es el tiempo de educar a nuestro
hijos, cuando pudimos o no lograr que entendieran el respeto, la reciprocidad y
la flexibilidad que se requiere para hacer algo en conjunto, como familia, como
amigos, como equipo. Pero esto no está en el currículo, y los ejemplos que
damos en casa pocas veces van en el sentido adecuado.

El segundo momento sería en el punto en el que nos vemos
frente a la toma de decisiones que involucran a más de una persona, y que por
tanto requieren esta poderosa herramienta de convivencia y colaboración. Pero
no hay el entrenamiento diseñado para ello, ni siquiera como profilaxis de las
relaciones que deberían ser las más poderosas en nuestras sociedad: las de formar pareja o
familia. Decidimos una sociedad, una relación amorosa, una participación
social, pero no acordamos la forma en que tomaremos los acuerdos y atenderemos
las diferencias que surjan.

Así que lo que nos queda es el caso que casi todos conocemos
cuando escuchamos la temible frase: “¡Tenemos que Hablar!…”. Que podría sonar
a obviedad, a invitación, a costumbre, a propuesta, pero no, habitualmente
suena a amenaza, regaño, ruptura, anuncio de calamidad o por lo menos pleito.
¿Cómo logramos eso? Llegando tarde y de malas. Asegurando que sea hasta que es
inmanejable un problema para decirlo y confundiendo la palabra conversar con su
primo menor y lejano “hablar”. Y sólo aprendemos, aunque sea en este aciago
momento si logramos captar que estamos frente a la posibilidad de hallar una
solución, previo identificar con la conversación un problema común.

Hay, desde luego,
problemas de pareja, de familia, de socios/as, de amigos/as, de vecinos/as,
etc… Y con diversos grados de gravedad y complejidad. Pero esa frase suele
aparecer con toda la fuerza de sus signos de exclamación cuando se juntan las
relaciones más significativas con la gravedad mayor del problema. Me regreso al
adjetivo “común” que antes usé. Y es que hasta el significado de “problema” es
impreciso en la mayoría de los casos. Quién afirma “tenemos un problema” sin
haber conversado con la otra persona, suele estar en un error y tiene una alta
probabilidad de fallar en lo que pretenda con lo que sea que haga a
continuación.

Sin darle mucha vuelta,
un problema es común, cuando ambas personas lo ven, son afectadas por él y,
subrayo, tienen la intención de hacer algo para que deje de ser problema. Todo
lo demás, o no es problema, o no es común. Y allí empieza la utilidad de
conversar.

Eso para empezar.
Pongo a la vista otro elemento que tiene que ver con el final (finalidad) de la
conversación: el efecto que buscamos. Como parte de la familia de las acciones
que tienen que ver con hablar (por eso la confusión), su resultado depende de
con quién, cómo, por cuál medio y con qué contenido.

Voy a los ejemplos
relevantes. Pero antes dejo a la vista que aun si hay un problema común y la
disposición (y alguna habilidad) para conversar, cualquier problema puede
encontrarse en cualquiera de los siguientes niveles de elaboración y no
necesariamente el mismo para cada participante: ser notado (visibilizado),
tomar conciencia (relevante), comprenderlo (razonamiento), pedir solución
(reclamo), tomar acción (responsabilidad), actuar conjunto (estrategia) e
instalarse como práctica (cambio personal o cultural).

Entonces, cuando
una persona que sí ve con claridad las dimensiones de la problemática de la
violencia y desigualdad que han vivido y viven millones de mujeres se expresa
en una red electrónica con un mensaje que para ella es claro el efecto y
reacción depende de si quien lee lo ve como un problema, si le es común, y en
dado caso en qué nivel de elaboración se encuentre. La variedad de respuestas a
ese “posteo” nos dan evidencia de la enorme diversidad de desconocimiento,
insensibilidad, así como sororidad o empatía que puede hallar, pero incluso
puede tener como respuesta más violencia inmediata y acumular para futuras
reacciones.

Por ello, esas publicaciones
mucho tiempo sólo tuvieron un efecto de catarsis y gradualmente han ido
evolucionando a generar claridad, involucración y alguna comprensión, pero sólo
en las personas adecuadas y en grados muy diversos. Hay algunos, cada vez más y
mejores que apuntan a un reclamo, pero que habitualmente no llegan a la persona
adecuada, sea la autoridad que tiene una responsabilidad que cumplir, la
persona que violenta que usualmente no es afectada por esa vía y sólo raras
veces llega a personas que ya están en el punto de alistar acciones para
prevenir o ayudar cuando se vuelva a dar la situación. Normalmente obtiene
varias respuestas comprensivas de mujeres y algunas de hombres, de los cuales
no podemos distinguir con facilidad si entienden, manipulan o se alistan a
hacer algo. Están cumpliendo una función, pero su alcance se ve así de variado.

Como otro ejemplo,
las polémicas en torno a la pinta de monumentos o edificios con frases que
reflejan realidades y sentires cada vez más precisos o reclamos cada vez más
necesarios de atender. Podemos ver la polarización entre quienes señalan alguna
otra forma de violencia contra la que esta acción resulta mínima, además de ser
percibida como un reclamo o protesta y no como violencia en sí; mientras que
sus detractores/as con fiereza atacan lo que suponen hay detrás o el acto mismo
como forma de violencia que nada tiene que ver con el problema en sí o incluso
lo agrava, en su percepción. El mensaje es claro, el medio notorio, pero no
llega de la forma que obligue a quien va dirigido: la autoridad, para que
cumpla su responsabilidad; la cual al día siguiente con un poco más de recursos
de todos/as elimina el mensaje. Y por si fuera poco, hasta estas buenas
personas se encargan de iluminar los edificios, portar colores y lanzar
discursos en los que el dato (de feminicidios, por ejemplo) es meramente
marketing y retórica y NO pie de política o compromiso alguno.

Una publicación de
Gina Villagómez, mujer que en Yucatán ejemplifica muy bien la comprensión del
problema y la acción continua hacia su solución, me ilustró sobre el camino que
tendría mayor potencial, si tuviéramos ya sea alguna autoridad capaz o algún
colectivo que dé el paso siguiente: se aprecia el monumento a la patria
perfectamente iluminado en morado y fuertemente custodiado por policías. ¡Qué
ironía! ¡Que normal en el doble discurso de nuestros políticos/as perennes! Y
dice con una lógica inobjetable: “Si así cuidara la policía a nuestras mujeres!
Nada qué añadir.

Pero son ejemplos
de escenarios en los que transitamos habitualmente, hay muchos más y poco
ayudan a la velocidad con la que esto debió y debe cambiar. Que se refleja
perfecto en dos letras ¡YA!

Por ello creo en
el potencial de que más personas conversemos de este enorme problema, por lo
menos de algunas de sus aristas y
logremos visualizarlo como un problema común y continuar la conversación
hasta el punto de hallar acciones adicionales a las que ya están en marcha. Vemos
que parece, incorrectamente, ser este un problema “de las mujeres”, pero con
tantito cavilar queda claro que es un problema de la humanidad. Por tanto cabe
creer, de manera sensata, que hombres y mujeres podemos sumar a partir de esta
capacidad que desarrollemos de conversar con efectividad para esta urgente
causa.

Más que ahora
quedaría a la vista la capacidad de mujeres de ejercer lo que han dado en
llamar sororidad, para enfocar mejor las baterías que ahora ya lucen al 100 en
muchos sectores, pero aún no encienden motores en otros. Mientras que me
imagino duplicar el contingente, el reclamo y sobre todo la acción consecuente
por parte de ese ejército (hoy desarticulado) de hombres que también podemos
entender con profundidad y honestidad el problema y actuar en solidaridad, más
que publicar halagos y loas.

Entre mucho que se
ha estudiado y sirve para avanzar, quiero señalar que el efecto de esta
historia tan larga y cruda es que en las mujeres el resultado afectivo más
fuerte y frecuente fue el miedo, que cuando es enfrentado está llevando con
naturalidad comprensible a su antagonista: la ira. Desde esa ira se encamina
una respuesta, natural, pero que requiere una ruta larga para resolver tanta
impotencia acumulada por siglos de opresión. La misma historia generó una
reacción principal muy diferente y ubica en los hombres, la soberbia. De allí
tanta indiferencia como consecuencia lamentable.

Hoy al intentar
sumar en la respuesta que como humanidad tenemos que dar, juntos/as, planteo la
conversación como una herramienta poderosa para aliarnos y avanzar al ritmo de
¡YA! No usarla nos deja a merced de reaccionar con nuestra naturaleza. Un miedo
largamente acumulado se resuelve con violencia, coraje o aislamiento; ninguna
de las tres merece vivir más nadie, en especial ninguna mujer. La soberbia
acumulada por siglos también tiene tres destinos habituales la simulación, la
manipulación y el desprecio, del cual YA debemos estar hartos los hombres de
permitirnos frente a esta situación.

¡Conversemos!
Vamos juntos/as usando esa herramienta. Dejemos en el ejercicio la idea de
tener ya la razón de nuestro lado (quien sea), los prejuicios que nos hacen
esperar lo mismo de todos/todas y logremos el reto de pasar una conversación
sin usar un solo adjetivo, juicio, generalización o burla. Escuchemos –
respondamos. Hablemos en primera persona y a la otra persona por su nombre, de
lo que pasa, no de lo que odiamos; clarifiquemos, propongamos, acordemos,
cumplamos y reconozcamos.

Sé que hay decenas
de personas que pueden hacer esto y empezar a propiciarlo con otras tantas,
hasta que resulte y seamos millones quienes enfrentamos juntos/as así esta
nueva historia que tenemos que construir.

La generosidad de
mi buena amiga le hizo llamarme feminista, lo agradezco y sonría con alegría.
Aunque en realidad yo creo que tenemos que llegar, mujeres y hombres, a
construirnos como humanistas, en palabras, hechos y relaciones.

—————————————
*Jorge Valladares
Sánchez

Papá, Ciudadano, Consultor.
Especialista, Maestro y Licenciado en
Psicología

Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
Sígueme en redes sociales:

No quedes sin leer...

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img
- Advertisement -spot_img

Lo último