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Fortaleciendo Vocaciones Cívicas

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

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Fortaleciendo Vocaciones Cívicas
Formando a quien Forma

Uno de los lugares comunes (expresión que, debido a su frecuente uso, se ha desgastado) que merece mejor consideración es aquella de que “nadie puede dar lo que no tiene”. La replanteo en este artículo para referirme a uno de mis enfoques favoritos cuando escribo, como cada inicio de mes, sobre ciudadanía: la educación cívica; y digo que para formar a otras personas en algo se requiere contar con una formación propia.

Bajo esta idea, desde hace más de 6 años e ido construyendo y compartiendo un modelo de formación para aquellas personas a las que les corresponde la función que en las instituciones suele llamarse construir o formar ciudadanía. Hay mucho que decir al respecto, haré unos cuantos apuntes, y luego comparto el núcleo de tal formación con la idea de que puede servir a contar con más personas que se formen o mejoren su formación para fortalecer a la ciudadanía.

Con pensarle un poco, podemos asumir que al “estado” le corresponde procurar que su ciudadanía se sienta atendida, protegida, respaldada y promovida por su organización y sus acciones, ya que es la gente la que le da sentido y financiamiento a quienes tienen los puestos en esa estructura de gobierno. En buena medida, el concepto sano y sensato de “política” sería el ejercicio que corresponde para que estado y ciudadanía logren ese deseable estatus de relación. Esas ideas tiene dos limitaciones cada vez mayores en nuestra realidad. La primera es que cada vez hay menos conciencia o interés de quienes gobiernan de ser El Estado o lo que eso debe significar y lo que tienen OBLIGACIÓN de hacer; y la segunda es que quienes gobiernan con demasiada frecuencia se asumen más integrantes de su partido o grupo político y protectores de sus intereses que gobernantes o funcionarios públicos.

En abstracto, le correspondería al Estado ser promotor de que la ciudadanía se sienta plenamente poderosa (democracia) y capaz de elegir libremente, exigir a quienes tengan los puestos y participar en cualquier tema de gobierno en el que quiera hacerlo. Pero, siendo las cosas como son, esa responsabilidad es poco entendida y cuando es el caso, se asume también desde los intereses coyunturales y las posiciones demagógicas.

Las Secretarías de Educación, de Desarrollo Social, de Gobierno deberían tener establecidos efectivos programas de educación cívica, pero ni en la materia objeto de cada una podemos hallar suficientes ejemplos virtuosos de que atiendan su función, así que en temas especializados como el de formar ciudadanía podemos esperar aun menos. Por ello es muy relevante que a organismos autónomos, como lo son lo electorales en cada entidad, la Constitución confiera facultades en esa importante función.

Por los años dedicados a ese tema en la de Yucatán y por maravillosas oportunidades de colaborar con más de la mitad de las de todo el país puedo dar testimonio personal de la vocación, dedicación y profesionalismo de un conjunto de personas que ejercen la educación cívica desde los institutos electorales estatales. Al tiempo que debo poner a la vista que en muchos casos enfrentan la labor desde las condiciones más limitadas en lo que se refiere al presupuesto anual. El peso que se le da nacionalmente a lo electoral, desdibuja la importancia de la participación ciudadana que también es parte de los nombres y funciones de dichos institutos y borra por completo la claridad de que su primera función tendría que ser la educación cívica.

Aun así, se realiza desde hace décadas y con ejemplos realmente meritorios de los alcances que logran. Hoy es más claro que nunca antes que debemos cuestionar (y hay una tendencia a limitar) el dinero que requieren los institutos electorales para cumplir su función y que debemos tener una postura sobre los mecanismos de consulta en donde se recaba la llamada participación ciudadana (con lamentables ejemplos de cómo usarla para fines equivocados). Hay dos grandes debates necesarios en ello, que difícilmente se darán en la forma que mejor convendrían al País. Pero el tema de la educación cívica, sigue sin tener el protagonismo que merece, y no se ve que vaya a tenerlo, por más evidente que sea su conveniencia y necesidad para la ciudadanía; probablemente por el efecto que tendría en la forma en que los políticos/as se aprovechan de los espacios de ciudadanía hoy descubiertos.

De allí la necesidad de asegurar que lo que se puede hacer en las condiciones actuales desde las áreas de educación cívica de todas estas instituciones cuente con el nivel de especialidad que permita aprovechar al máximo, en términos de impacto social, las labores que desarrollan con tan limitados recursos. Si en áreas tan atendidas como la docencia es claro que deben formarse con rigurosidad los profesores/as y vemos señales de marcadas deficiencias estructurales y funcionales, podemos entender que en otras modalidades de formación, también haya esos y mayores descuidos. Para formar en el deporte, en las artes, en la cultura… y en la educación cívica dependemos más de la vocación y la dedicación propia de quien la ejerce, que de lo que el estado y sus instituciones se aseguran de proveer para nuestra gente.

Si nuestro hijo/a o uno mismo/a ha tenido una buena formación académica, cultural, deportiva, artística… o cívica, la explicación tiene mucho más que ver con las personas que participaron en formarnos y con nuestro propio interés y dedicación, que con la estructura prevista desde el gobierno en cualquiera de sus niveles y épocas. Hay mejores y peores casos, pero considero que en común tenemos mucho más que explicar por la vocación y profesionalismo de quien forma, que por el cumplimiento de la responsabilidad de los funcionarios del estado en esas materias.

Así que este proyecto parte precisamente de ese enfoque. Las personas que por cualquier circunstancia se encuentran a cargo de procurar la formación de virtudes o comportamientos cívicos dependen en sus resultados (impacto social) más de su vocación y dedicación, que de los recursos y estructuras que las instituciones tienen disponibles. Por ello es importante una acción estratégica que ponga tal vocación y concentre su dedicación en puntos medulares de lo que efectivamente haría mayor diferencia en el fortalecimiento de la ciudadanía.

Y le llamo así, fortalecer a la ciudadanía y no construirla o incluso formarla. Entre toda la ambigüedad popular, política y académica que pueda tener el concepto, finalmente lo vital de hablar de la ciudadanía es el conjunto de personas a las que nos referimos, lo que tienen en común y lo que pueden hacer tener esa condición y ser parte de ese colectivo. En tal sentido es que no se construye, ya existe de una cierta manera en cualquier grupo, momento y lugar. Y lamentablemente no se forma, por todo lo ya comentado respecto a que no hay una estrategia formativa, ni en este ni en muchos otros aspectos donde se debería tener.

En mi concepto, con cualquier conjunto de personas se puede enfocar su dinámica ciudadana y orientarla y proveerle condiciones para que puedan tener mayor fortaleza en los puntos medulares a los que sirve el ser ciudadano: reunirse, expresar opiniones, dialogar en temas de interés, proponer, ser parte de las decisiones, participar para que se atiendan los asuntos públicos que consideren relevantes para su familia o comunidad y exigir cuentas positivas a quienes con dinero público ejerzan un cargo y recursos.

Una de las acciones de este proyecto es un taller, al que denomino: Fortaleciendo Vocaciones Cívicas, cuya versión introductoria he tenido la maravillosa ocasión de compartir, más que impartir, en las instituciones electorales de Guanajuato, Yucatán, Guerrero y Michoacán. Entrar en contacto con quienes están por años o incorporándose a esa función y hacer juntos/as un par de las primeras acciones que considero necesarias si vamos a procurar superar este estatus de la formación cívica.

Enfocar la visión de que, cualquiera que será el origen, están allí para una finalidad en la que sólo se puede tener éxito como personas y trabajando para personas. Es decir, su equipo principal son sus habilidades, creencias, certezas, dudas y motivaciones, así que en ese grado tienen que involucrarse en las acciones y programas que apliquen. Y no trabajarán con poblaciones, sujetos, números, programas o metas, sino con personas concretas en colectivos y circunstancias particulares, que deben atender e incluir en lo que pretendan dar. Lograr esto no es como decirlo, un trabajo de sensibilización vivencial es el que llega a hacer la diferencia; y requiere partir de ser los formadores atendidos como personas en el proceso, para a su vez enfocarse a hacerlo con la gente con la que trabajen.

Visualizar la ciudadanía como una cualidad dinámica, preexistente y cuya activación o fortalecimiento en las personas requiere de acciones muy estratégicas, para no ser mera realización de charlas, entretenimiento o demagogia. Captar y enfocar lo que sea el repertorio institucional a intereses naturales de los colectivos a los que pretenden llegar para que la formación cívica se aplique sobre asuntos y condiciones que ya son importantes para la gente, en vez de tratar de llevar temas superficiales que no aterrizan en las prioridades cotidianas de las personas receptoras.

Y, como en varios artículos previos he desarrollado, que se tiene que adoptar una actitud básica como formador o servidor público que combine ser Utopista y Persistente. Es decir, ser capaz de visualizar el modo deseable de aquello que quieren lograr, por difícil, complejo o poco común que resulte y no asumir que las cosas como están son el único mundo posible, a la vez que identificar los pasos necesarios en ese proceso y darlos con toda la dedicación y convicción sin aflojar hasta que escalón por escalón se avance en la ruta definida.

La dimensión de la labor es muy grande se trata de propiciar que entre cualquier colectivo ciudadano, en conjunto e individualmente, ser procure el fortalecimiento de las siguientes competencias:

  • Identificación de problemas comunitarios.
  • Capacidades de diálogo, consensos y toma de decisiones para participar en debates y análisis públicos.
  • Desarrollo de propuestas de acción o apoyo.
  • Adquisición selectiva de productos, servicios e ideologías.
  • Participación en organizaciones de la comunidad, como voluntario u organizador/a.
  • Capacidad de elegir representantes, vincularse con ellos/as y supervisar su gestión.
  • Habilidades para atender y resolver conflictos de manera pacífica y con apego a la legalidad.

Además de todas aquellas que están relacionados con los procesos electorales en los que es importante allegarse de información, valorar, comprometer, dar seguimiento, elegir y luego exigir a las personas a las que se les otorga un cargo, para asegurar que cumpla adecuadamente la función encomendada.

Comentarios como estos retroalimentan la labor iniciada y dan pauta para programar la ruta de procurar que llegue a más estados y tengamos en un tiempo razonable un sistema nacional en el que nuestras valiosas instituciones electorales sean reconocidas como órganos autónomos para la democracia estatal en su sentido más amplio y la formación que aquí bosquejo llegue además a otras agencias institucionales y civiles para multiplicar su cobertura y efectividad en la ruta de fortalecer a la ciudadanía.

“Un taller que no sólo nos inició, también nos ayudó a reconocer nuestras aptitudes y actitudes con las que tenemos la posibilidad de generar, transmitir y operar las acciones precisas para lograr incidir en la sociedad y la cultura política democrática. Nos sorprendió, nos llevó a reflexionar en nuestras fortalezas y oportunidades, en nuestra labor y objetivos, nos hizo conscientes de quiénes somos, y lo que tenemos como personas y como equipo para poder ofrecer desde nuestras virtudes y habilidades al área donde nos encontramos participando. Y nos dejó la inquietud de la preparación constante; lo más importante, sembró una semilla cívica en nuestra mente, corazón y alma”.

Mi afecto para cada persona que ha participado y a quienes estando a cargo de las decisiones que se ocupan de procurar esta oportunidad de formación para su equipo de trabajo. Mi reconocimiento a toda nuestra gente que desde las instituciones electorales estatales han estado y están atendiendo tan importante función. Sus vocaciones hacen mucha diferencia respecto a lo que podría faltar y son la mejor esperanza de que tendremos lo que aspiramos en cuanto a observar cotidianamente más y más ejemplos y buenas prácticas de civilidad, por parte de ciudadanía que efectivamente se sienta poderosa como tal y sepa regular el comportamiento del estado, en cualquier nivel, en cualquier tiempo, sin importar colores, promesas o carismas. Simplemente para bien colectivo, para bien de la comunidad.
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*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Representante en Yucatán de Nosotrxs.
Coordinador Nacional de la Red Cívica Mx, A.C.
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.

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