Por: Felipe Ahumada Vasconcelos.
Nuestra mirada es capaz de encontrar la riqueza del paisaje urbano en cualquier ángulo del espacio de la ciudad, así la sorpresa pausa nuestro caminar cuando al ras del suelo, en los parques y en los camellones, en los jardines abiertos y en las escarpas, vemos atentamente las raíces de los árboles.
Recios nudos y largos brazos de firme madera viva que desde la superficie escala, excava o se dispersa, para dar al tronco su firmeza, a las ramas sus nutrientes y al agua la bienvenida.
Más allá de su función biológica y vital, los poetas saben que las raíces son a veces también, como las nubes, el origen de los sueños.
En cierto modo, las raíces son además una metáfora, que en nuestras vidas habla de calor y apego, de distancia y destierro.
Cobijados por la casa originaria donde compartimos la infancia con quienes nos quieren y nos quisieron, despegamos un día a inaugurar nuevos horizontes, en otros lugares y en otros vientos, las mismas noches, pero más lejanas, las mismas horas pero en otros tiempos.
Porque para ser, nuestro ser exige ser seres de raíces y de vuelos.
Cuando nada nos fuerza, cuando partir solo significa darle alas a la libertad para superar nuevos retos, eventualmente vamos y venimos a nutrirnos de esa savia contenida en las raíces, aún intactas del hogar, de la ciudad de los abrazos, de la amistad y de los enamoramientos.
Pero en las tristes horas de la oscuridad y del silencio hay quienes parten sin retorno porque la pobreza es mucha, porque el dolor es obligado duelo, porque el pensamiento libre rebasó las fronteras de los convencionalismos y los frenos.
El arraigo, tener raíces, es según Erich Fromm, ese gran humanista, tan vital como tener amor, identidad, fe y trascendencia.
Veamos en el camino los árboles de pie, sus generosa raíces y sus pájaros en vuelo, hagamos conciencia en el tener lo que tenemos, para vivir en plenitud nuestro suelo y nuestro tiempo, para luchar por ellos.
Para fundar un día en otros lares, las raíces que darán continuidad a nuestro anhelo.
Texto y fotografías: Felipe Ahumada Vasconcelos.
Dibujo (árbol y pájaros): Guadalupe Ahumada Vasconcelos