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Yo defiendo al INE… porque tengo memoria

Pascal Beltrán del Rio
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Bitácora, por: Pascal Beltrán del Río. 

De los poco menos de 130 millones de mexicanos, unos
80 millones —los que tienen 40 años de edad o son más jóvenes—guardan escasos o
nulos recuerdos de cómo era la vida política en México ante de la fundación del
Instituto Federal Electoral, hoy INE, en octubre de 1990. Dentro de ese grupo
de edad hay unos 33 millones que nacieron antes de 2004 y, que, por tanto, ya
son ciudadanos con derecho a votar.

Yo soy uno de los cerca de 50 millones de mexicanos,
nacidos antes de 1982, que sí recuerdan cómo era vivir en un régimen de partido
hegemónico, en el que había elecciones, pero sin democracia real.

El 4 de julio de 1976 acompañé a mi padre a la casilla,
que quedaba a unos pasos del departamento donde vivíamos. Aunque él se movía
con dificultad, por una operación que le habían practicado, insistió en cumplir
con su deber ciudadano.

—¿Por quién vas a votar?, –le pregunté.

—Hay un solo candidato a la Presidencia, así que no
hay opciones —me explicó, refiriéndose a José López Portillo.

Honestamente no sé si sufragó por López Portillo o
escribió en la boleta el nombre de Valentín Campa —quien contendía como
candidato sin registro— o anuló su voto escribiendo “Cantinflas”, un acto de
protesta muy común en esos días.

Lo cierto es que dicha experiencia me dejó marcado
porque, incluso a la edad de 10 años, comprendí que ésa no había sido una
elección. La democracia consiste en escoger al gobernante o al representante, y
aquella ocasión no había nada que elegir.

La imagen del país quedó tan maltrecha por la falta de
competencia política, que el propio presidente López Portillo promovió una
reforma para permitir el regreso a la arena electoral del Partido Comunista
Mexicano y la Unión Nacional Sinarquista, formaciones que habían sido
proscritas.

A partir de ahí, México ingresó en la era del
pluripartidismo. En la siguiente elección presidencial, en 1982, hubo siete
candidatos, incluyendo al priista Miguel de la Madrid. Sin embargo, todavía
pasarían ocho años antes de que se fundara el IFE y 12 años para que esa
institución adquiriera plena autonomía.

Cuando voté por primera vez, en las legislativas de
1985, las elecciones federales todavía las organizaba el gobierno, mediante la
Comisión Federal Electoral, cuyo titular era el secretario de Gobernación. Unos
días antes de la jornada electoral, salí a trotar muy temprano y me topé con
una patrulla en la que acababan de subir a dos jóvenes a los que los policías sorprendieron
pintando el logo del Partido Acción Nacional sobre la barda de un terreno
baldío. Pasé a un lado, caminando lento.

“El 7 de julio, vota así”, habían alcanzado a escribir
a un costado del emblema, que se había quedado incompleto. Uno de los patrulleros
tomó la brocha y el bote de pintura y escribió “PRI” en letras gordas. Luego,
soltando una risotada, se asomó hacia el interior del vehículo y, señalando la
barda, dijo a los jóvenes: “¿Les gusta mi obra de arte? Para que se les quiten
las ganas”. Y, luego, reparando en mi presencia y mi curiosidad, el otro agente
espetó: “¿Y tú, qué buscas? ¿Te quieres venir con ellos?”.

Por más increíble que parezca, hacer campaña a favor
de la oposición era una actividad de alto riesgo en México hace menos de 40 años.
Tres años después del incidente que relato arriba, el abogado Francisco Xavier
Ovando, uno de los más cercanos colaboradores del candidato presidencial
Cuauhtémoc Cárdenas, fue asesinado cuatro días antes de la jornada electoral.

La primera vez que voté no existía la credencial para
votar con fotografía —esa aparecería en las elecciones estatales de Baja
California de 1992, luego del triunfo de Ernesto Ruffo, primer gobernador
surgido de la oposición—, ni se imprimían las boletas en papel seguridad. Las
denuncias de la oposición generalmente eran descartadas de inmediato. Aquella
vez, en 1985, el PRI se llevó 60% de los votos y acumuló 289 de los 400 escaños
que había entonces en la Cámara de Diputados.

Porque me tocó conocer aquello, no quiero regresar a
esos tiempos. Si la gente más joven, que no los vivió, supiera cómo eran
entonces las cosas, seguramente, igual que yo, expresarían su apoyo al INE, una
institución construida por ciudadanos, que hoy algunos políticos pretenden
destruir.

Pascal Beltrán del Rio
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