Claroscuro, por: Francisco López Vargas.
La propuesta del presidente López Obrador y su partido
no es abrir el país a la democracia, es cerrarle la puerta al ciudadano que,
como sociedad civil, ha logrado exigirle al gobierno -no sólo al suyo-
resultados sino respeto.
La falta de respeto al ciudadano del presidente López
y su partido no sólo pasa por la ofensa diaria de considerarlos incapacitados
mentales, ofender su raciocinio, sino que llega al extremo de contradecir una
realidad que hoy muchos no ven o la consideran virtual simplemente porque se la
niegan todos los días y prefieren vivir de la esperanza antes que enfrentar su
realidad, esa que, por desgracia, tampoco pueden cambiar.
Para mal de muchos, esa búsqueda del papá responsable
se traduce en quién es el responsable de la vida de cada quien, como si ellos
mismos no quisieran hacerse responsables de tomar esas decisiones que afectan
su vida día a día.
El país ha pasado por grandes cambios que responden al
hartazgo social, pero también a la decepción de las grandes ofertas políticas
que han terminado por decepcionar porque no han sido lo suficientemente rápido
o grande como para cambiar esa vida que no satisface a muchos, a una gran
mayoría que vive y padece esa desigualdad.
Sin embargo, aunque parezcan menores, los éxitos como
sociedad logrados con base en la exigencia permanente parecieran no importarle
a esa misma sociedad que ve como la avasalla un gobierno que no entiende que su
razón de ser es servir, resolver, dar certeza a la sociedad a la que se debe.
Hoy, esa sociedad está intimidada ante la respuesta agresiva de quien ayudó a
encumbrarse en la presidencia.
El retroceso social que el país padece pareciera parte
de ese desencanto que hoy los ciudadanos ven en un presidente que no sólo ha
cambiado de opinión desde su discurso de toma de posesión sino que tampoco
respeta su juramento de hacer valer las leyes constitucionales, esas que él
mismo firmó proteger pero que hoy violenta.
La propuesta de reforma electoral presentada por el
presidente y su partido, está muy lejos de ser democrática y utiliza ardides
discursivos para enredar a una feligresía ignorante que prefiere creerle a
pesar de que los hechos y los resultados les dicen que el país entró en un
franco retroceso.
A cada uno de nosotros, a los que la ley nos reconoce
como ciudadanos, el presidente nos falta al respeto forzándonos a ser sus
seguidores so pena de entrar en ese abanico de ofensas e insultos que hoy le
profiere a quienes se oponen a cumplir su voluntad.
La visión presidencial no admite que cada ciudadano, usted
y yo, sea responsable de las elecciones, que vigilemos en cada casilla que se
cumpla con los representantes de los partidos, los escrutadores y los
funcionarios de casilla que le dan certeza y legitimidad a los comicios.
El presidente, con su propuesta, en realidad está
haciéndonos a un lado de la decisión ciudadana de elegir a sus representantes
no sólo reduciéndolos sino marginando a todos aquellos que, por ser minoría, el
considera que deben respetar o seguir a una mayoría que, hay que decirlo, se le
entrega sin condiciones y hacen pactos para darle más representación que la que
ganó en las urnas.
López Obrador pudo ser el gran presidente que los
mexicanos esperaban porque no sólo tuvo la legitimidad de los votos a su favor
sino que logró un Congreso que se le entregó desde antes de su toma de posesión
y en lugar de cumplirle al país sus propuestas de cambio, violentó su palabra y
actuó como el más faccioso de los militantes al gobernar sólo para aquellos que
le den la razón o acepten sus condiciones.
Por primera vez, desde el gobierno se propone una
reforma electoral por quien ha ganado las elecciones en 22 ocasiones más una
presidencial, pero que vio con pasmo como una parte importante de sus
seguidores le dieron la espalda y no volvieron a votar por sus candidatos a
alcaldes, diputados y con ello se atrevieron a romperle la mayoría
parlamentaria necesaria para consolidar sus propuestas en la cuna misma de su
movimiento.
En las cámaras, legisladores que llegaron con el signo
de Morena renunciaron a su militancia ante las atrocidades plateadas por un
gobierno que está muy lejos de ser de todos.
Ensoberbecido por el poder, la reforma electoral no sólo
es un retroceso a los viejos tiempos del partido hegemónico sino también un
portazo a una sociedad civil que había logrado convertirse, mediante órganos
autónomos, en el freno más sólido a un gobierno presidencialista caracterizado
por los excesos del pasado y en medio de la transición democrática.
Hoy, el presidente quiere dinamitar al órgano
electoral que validó los 22 estados ganados por Morena, la elección
presidencial que lo llevó al poder y esa mayoría que tiene en más de 17
congresos estatales que le permiten consolidar propuestas legislativas.
En un sin sentido más, el gran ganador electoral
quiere dinamitar a quien organizó esas elecciones que lo llevaron al triunfo
simplemente porque no lo controla y para ello dice que le parece caro mantener
al órgano pero no despilfarrar miles de millones de pesos en obras cuyo fracaso
y encarecimiento son cada día más evidentes.
En un país donde los ciudadanos sentimos que tenemos
poco poder ante la autoridad, esa autoridad quiere quitarnos ese derecho ganado
a pulso de elegir a quienes nos representan argumentando que como él representa
al pueblo puede suplantarlo.
No, el ciudadano jamás podrá ser suplantado por quien,
en los hechos, es su empleado y tiene la obligación de rendirnos cuentas, de
darnos resultados.
Digámosle que no al presidente y evitemos más estados
gobernados al calor del narco y el crimen organizado a pesar de la fortaleza
del INE. Fortalezcamos al árbitro porque sólo con una autoridad sólida, el
poder regresará a los ciudadanos no a los partidos y menos a un presidente que
suplanta con mentiras la voluntad del pueblo y ahora hasta su derecho a votar
quiere anular, convenciéndolo con mentiras.