Por: Víctor Beltri.
La marcha será un éxito. La defensa del INE es la
prioridad inmediata, pero en realidad representa la gota que derrama el vaso de
un gobierno autoritario cuyos arrebatos han puesto en riesgo no sólo nuestro
futuro, sino el de las próximas generaciones, por el capricho de un hombre
senil y soberbio. Hay mucho que reclamar al Presidente: la protesta del domingo
será, en los hechos, la Marcha de la Indignación.
Es el momento de protestar, con energía. Es el momento
de recordar, puntualmente, cada una de las decisiones que nos han colocado en
esta pesadilla; es el momento de recordar —y honrar con la protesta— a todos
los que ya no se encuentran entre nosotros por la desidia criminal de un
gobierno irresponsable. Es el momento de la unidad y de la organización ciudadana.
Todos tenemos una razón para salir a la calle. Todos
tenemos un agravio, todos tenemos un motivo para sentirnos indignados. Todos,
incluso quienes siguen aprobando al Presidente pero en el fondo se saben
traicionados: es el momento de recordar la militarización, de recordar lo que
—en los hechos— han significado los abrazos en vez de los balazos para la
calidad de vida de la población en general. Es el momento de recordar a los
cientos de miles de personas que no tenían que haber fallecido durante la
pandemia; de recordar los detentes, y al subsecretario que declamaba poesía; el
interminable conteo de muertos, las navidades llorando por los ausentes. El
abandono a los niños con cáncer, la desaparición de las estancias infantiles;
el desprecio a las madres buscadoras y al movimiento feminista.
Es el momento de recordar las carcajadas ante las
masacres, la sumisión ante el Foro de Sao Paulo y las políticas que nos alejan
—cada vez más— del mundo civilizado al que una vez pertenecimos. Es el momento,
sobre todo, de asumir nuestro papel histórico y comprender que, si no hacemos
nada ahora, estaremos condenando a nuestros hijos a la miseria de los países
que el Presidente admira: en realidad, Cuba y Venezuela están a la vuelta de la
esquina.
El Presidente ha sido muy hábil en crear las
condiciones para que la sociedad permanezca dividida, lográndolo no sólo entre
sus seguidores y el resto del mundo sino incluso entre la oposición misma. La
marcha afectará su narrativa, y servirá para probar —al menos— tres cosas. La
primera, al mandatario en el ocaso: estamos unidos, y somos más de los que
sospecha; la segunda, a los partidos en general: podemos organizarnos, y sin
nuestro apoyo están condenados a desaparecer. La tercera, a nosotros mismos:
somos capaces de dejar atrás nuestras diferencias, y participar todos juntos en
la construcción del México del mañana.
La marcha será un éxito porque será el espacio
perfecto para que los grupos participantes se reconozcan entre sí y establezcan
líneas de comunicación que les permitan coordinarse para acciones futuras. La
emoción, la cercanía, el encuentro: los objetivos concurrentes. La pertenencia
a un grupo enorme, y lleno de esperanza; el gusto de conocer en persona a las
arrobas con las que convivimos todos los días, a los periodistas e
intelectuales que son más cercanos de lo que creemos y comparten la misma
realidad que cualquiera de los participantes. Todos estamos en el mismo barco,
y la marcha no sólo será una gran manifestación en favor de la democracia, sino
que marcará la etapa inicial de todo lo que venga posteriormente: la
coordinación será el gran fruto de esta marcha, y de ésta surgirán los primeros
pasos para unir a una oposición que hasta ahora ha estado dividida por diseño
presidencial.
Éste es el momento de salir a la calle con
indignación, pero también con alegría. Con la indignación suficiente para que
nos escuchen, y aprendan a temer de la ciudadanía organizada; con la alegría de
saber que estamos haciendo lo correcto, en el momento histórico que nos tocó
vivir. La indignación nos mueve, la alegría nos motiva: el domingo, sin duda,
habrán de escucharnos.