La Revista

Ser el Malo de la Película

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
Sígueme en redes sociales:

Club de Padres, por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares. 

Toca hablar de nuestro ser papá/mamá, como
cada mes. Ofrecí ayer al grupo avanzado de Club de Padres escribir sobre
algunos elementos que hemos conversado, que pueden estar en la base de que
sepamos que debemos hacer algo mejor, que tengamos claro lo que podemos hacer y
queramos hacerlo y sin embargo, no lo hagamos, o sólo lo intentemos ligeramente
o intermitentemente.

Estamos ante el reto de detectar aquellos
elementos propios y habituales que suelen interferir con nuestro desempeño como
padres; procurando claridad, la objetividad posible y sobre todo hallar caminos
para hacer mejor lo que queremos para nuestros hijos/as. Esto poniendo de lado
la poesía que nos hace hablar tan bonito de nuestras intenciones y
sentimientos, así como las culpas que podamos estar arrastrando o alimentando
por lo que tememos no haber hecho o no estar haciendo bien.

Estoy seguro que todos/as sabemos que hay
varios modos de conseguir lo que queremos o consideramos bueno en una relación,
y probablemente tenemos habilidades en varias de esas maneras de proceder. Algunas
lucen mejor como dar el ejemplo, conversar o pedir o convencer de buena manera
(comunicación), hacer propuestas o tomar acuerdos o negociar, así como hay
otras que no son bonitas o hasta son muy feas, pero igual se usan, como premiar
y castigar, imponer, ordenar, obligar, regañar, chantajear o victimizarse,
reprochar, amenazar o incluso usar formas de violencia verbal y hasta física.

Cada cual tiene más o menos habilidad en
una u otra, pero algo sabemos de cómo hacerlo y en alguna medida podemos haber
usado todas alguna vez. Dependiendo de nuestra habilidad para usarlas y en
parte del objetivo buscado y la relación que se trate, dan más o menos
resultados. Es probable que tengamos más costumbre de usar algunas en nuestro
repertorio y que van más con nuestra forma de ser o lo que aprendimos en el
camino de llegar a la edad que tenemos.

El punto inicial a destacar es que en las
relaciones más cercanas tendemos a ser menos flexibles. Aún cuando es frecuente
que digamos que “ya intentamos todo” en lo que queremos y no nos sale, lo
cierto es que nuestro margen de acción se ve acotado frente a las relaciones más
importantes, como suelen ser con nuestros hijos y pareja. Y es que es allí
donde nuestra “naturaleza” se manifiesta más abierta y vigorosamente, por lo
cual tendemos a manifestarnos del modo que mejor nos acomoda, aun si no nos
funciona bien en algunos o varios temas.

Así que al preguntarle a papá o mamá algo
que desean mejorar desde hace tiempo en su relación parental o de pareja y que
han incluso intentado y no logran, les propuse indagar si la táctica que están
usando es la adecuada. Posibilidad 1: estamos usando una táctica que no es
adecuada para el fin deseado. Posibilidad 2: estamos usando mal la táctica. Y
3: ni siquiera sabemos qué estamos haciendo. Y es allí donde probablemente
decimos que “ya hicimos todo” lo posible, cuando en realidad estamos dando
vueltas en una sola forma de actuar errática, a la que le llamamos de varias
maneras, sin hacer lo que funcionaría o del modo adecuado.

Uno de los ejemplos más comunes es que
muchos papás y mamás afirman que su hijo/a o pareja “no hace lo que debe” (o
sea lo que uno quiere) hasta que uno “explota”. O sea cuando ya es gritando,
con amenaza o con violencia que se exige alguna acción, pero que “todo lo que
intentan” previamente, no funciona. Así que la pregunta obligada del Psicólogo
del Diablo (ese que cuestiona para que tengas tus propias y mejores respuestas)
es: ¿y para que esperas 6 o 13 intentos de lo que no funciona, antes de hacer
lo que sí funciona? ¿Por qué si estás segura que molesta o gritando lo
consigues, no lo haces así desde el principio?

Las respuestas son comunes y
comprensibles. Pero la idea es ahondar en ¿de dónde vienen? para así valorar si
efectivamente adelantando el enojo podemos ser más efectivos o en realidad
estamos cayendo en un circulo disfuncional por razones que no hemos atendido o
en las que tenemos una confusión.

Dejo sin tocar la posibilidad de querer
“evitarse la fatiga”, aunque llega a pasar.

La más común: “es que no puede ser que
sólo así entiendan o me den mi lugar”. Por eso sigo intentando otras cosas.
Ante ello, hay una lógica simple y que está en la propia narración de la
situación: otras acciones no funcionan, y llevas meses intentando que
funcionen, ¿qué te hace creer que esta nueva vez será distinto? ¡Haz lo que ya
sabes que funciona! O más fácil, no es cierto, como dije antes, tal vez no
intentas otras opciones realmente, sólo dejas pasar hasta que ya no puedes más
y tus emociones te hacen actuar.

Se diga o se esconda detrás de la
anterior, la otra respuesta frecuente es: “no quiero ser el malo/a” o por lo
menos no quiero serlo tan seguido o por ahora o tantas veces. Y, pues, no,
nadie quisiera (o muy pocos), pero si realmente hablamos de formación,
realmente quien hace que las cosas correctas pasen no tendría por qué ser el
malo/a, y eso lo sabemos incluso a través de muchos relatos en los que
disculpamos al adulto que con nosotros/as jugó ese rol, haciendo a tiempo lo
que nos enseñó a hacer lo que debíamos.

Claro, en ese momento no reflexionamos
tanto, sólo dejamos pasar, pero puede ser que haya otra explicación con más
peso. No queremos repetir o vernos como alguien a quien en nuestra vida sí le
vimos “ser el malo/a” y que nos hizo sentir cosas indeseables, no queremos
repetir esa historia, no queremos ser vistos o que se tengan hacia nosotros
sentimientos como los que nos generaron.

El tema importante de anotar aquí es que
no somos capaces de repetir esa historia. Y en el intento de evitar eso que no
pasa, somos capaces de provocar el efecto contrario. Me explico: alguien que
efectivamente resintió un comportamiento temible, castigador, agresivo, frío o
rudo de papá o mamá, probablemente haga todo lo posible por evitar comportarse
así frente a sus hijos, al grado de no permitirse y declarar que jamás hará lo
mismo. Con ello se puede llegar a tres resultados: uno que todo funcione bien,
y ¡qué bueno!, pero seguramente no estamos hablando de esa situación aquí.

Cuando las cosas no resultan, en el mejor
de los casos nos perdemos el efecto positivo que en algunos casos puede tener
un buen castigo, un grito a tiempo y hasta una nalgada en el momento preciso.
Pero en un caso extremo es probable que buscando distanciarnos de repetir esa
historia hayamos llevado a nuestros hijos al otro extremo; como cuando el padre
al que de niño se le exigió tanta responsabilidad evita que su hijo tenga alguna,
o la madre a quien le obligaron a atender a otros jamás le pide a su hija que
haga cosa alguna por la familia.

Sí, muchos papás/mamás se preguntan cómo
es posible que siendo “yo” tan disciplinada, limpia, responsable o colaboradora,
mi hijo sea el extremo contrario. No ven que en ello (y actuar protegiendo de
su historia al hijo/a) está la explicación, aunque eso sea tan claro a la
vecina, la tía o la maestra, y por supuesto a un/a profesional. Nuestra
historia no la repiten nuestros hijos, pues son otra persona y no tienen por
padres a nuestros padres, además de muchos otros factores. Pero el intento
exagerado de evitar elementos de nuestra historia en el repertorio que tenemos
para formarles, sí puede representar una disminución de nuestra efectividad.
Esto explica un poquito el frecuente, pero asombroso descubrimiento de que
nuestros temibles papás sean una dulzura con sus nietos, y a nosotros nos sigan
exigiendo lo mismo de antes y acusándonos de que nuestros hijos tampoco lo tengan,
e incluso protegiéndoles de nuestro mal actuar.

Y como complemento de este no querer ser
el malo/a de la película viene con frecuencia una tendencia a posponer las
acciones, sobre todo inmediatamente después de haber reaccionado de un modo que
funcionó para que hicieran lo debido, pero desbordó coraje, palabras y
aspavientos de los que nos arrepentimos. Es entendible, pero hay una ley del
comportamiento que es importante considerar. Si quieres que alguien forme un
hábito (que es parte de formar a alguien en crecimiento) hay versiones que
hablan de que se requieren un cierto número de repeticiones para que se instale
y se quede; y lo mismo podríamos decir de una costumbre, una actitud o una
forma de enfocar la convivencia.

El caso es que esas repeticiones tienen
que ser continuas; en especial si se trata de sustituir a otro comportamiento
habitual y que tiene ya largo tiempo de instalado. Jugando con la idea de que
el nuevo hábito requiere 21 repeticiones de la conducta, tenemos a la vista el
tiempo que nos llevará alcanzar resultado estable, y por consiguiente el nivel
de esfuerzo que nos requiere como padres. Suena prometedor, sobre todo frente a
la habitual frase de “ya se lo dije mil veces”, que tiene tres defectos; 1:
generalmente es una exageración, 2: decirlo no hace la diferencia, hacer que
suceda sí, y 3: la desesperanza es lo opuesto a la motivación y la crítica
tampoco ayuda.

Cerrando la idea de este Psicólogo del
Diablo, entonces, si quieres que haga algo que no hace, tienes que asegurarte
que suceda esas “21” veces seguidas, al costo que sea (eso que tú crees que es
lo único que funciona). Pero, ten en cuenta que el efecto es acumulativo si es
continuo, en caso distinto, se pierde. Si haces una vez lo necesario y dejas
pasar otras 3, y luego vuelves a hacer lo necesario y pasan otras 5, y otra vez
haces lo necesario y dejas pasar otras dos… por supuesto tu siguiente intento
no es el 14, pero tampoco llevas 3 puntos de los 21 que necesitas, pues en el
camino ya se perdió el efecto.

“Un día me van a agotar la paciencia y
entonces sí…”. Pues, perdón, pero no, tampoco. Resulta que por la maldita
resiliencia (de la que ya expliqué lo maldito en artículo previo que
amablemente compartió La Revista) cada vez aguantamos más y vemos menos problemático
lo que ocurre y justificamos más el comportamiento y vemos como grandes
pequeñas señales positivas. La mayoría de los papás y mamás aprenden a tolerar
lo que saben que no es adecuado, pero no logran resolver. Aprenden a
sobrellevarlo y lejos de acercarse a la explosión, se acostumbran o resignan y
dejan pasar. Sólo en casos muy graves efectivamente llegan a un punto de
explosión, de no retorno, de rompimiento, que es lo peor que nos puede pasar en
familia.

Por eso, este Psicólogo del Diablo, se atreve
a preguntar: ¿estás allí para ser el bueno, para no ser el malo como alguien lo
fue en tu pasado, o para formar a tu hijo en lo que consideras correcto? Si
eliges la 3, repite 21 veces la dosis, aunque parezca que sabe mal, que duele o
que alguien más debería hacerlo o que es demasiado difícil esto de ser papá o
mamá. Tal vez tengas razón; así que bienvenido al Club de Padres.

——————————————————
*Jorge
Valladares Sánchez

Papá, Ciudadano,
Consultor.
Especialista, Maestro
y Licenciado en Psicología
Doctor en Ciencias
Sociales.
Doctor en Derechos
Humanos.
Presidente de AME
Adolescentes, A.C.

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
Sígueme en redes sociales:

No quedes sin leer...

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img
- Advertisement -spot_img

Lo último