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Una lanita extra

Por Gerardo Galarza

Los tiempos y los temores electorales dan para todo. Y dan para mucho más en un Estado asistencialista como el mexicano.

“Que te mantenga el gobierno”, solía usarse hace algunos años como una muletilla para descalificar a quien se mostrara exigente o pretencioso sobre algún bien material o pago.

Bajo el pretexto del cumplimiento de muchos de los derechos individuales protegidos por la Constitución de 1917, los gobiernos mexicanos posteriores al movimiento armado llamado Revolución mexicana han repartido dádivas a todos los sectores de la población para mantener cierta estabilidad, un mejor control político y, sobre todo, resultados electorales, utilizando claro está el dinero que aportan todos los ciudadanos.

Así hoy hay becas, ayudas, bonos, apoyos para los niños, para las madres solteras, para la compra de útiles y uniformes escolares, para la compra de leche, para los ancianos, para los pobres extremos, para pobres menos pobres, para algunos desempleados (en la Ciudad de México), sin contar los subsidios gubernamentales para muchos de los servicios públicos. En México, los programas asistenciales y de apoyo gubernamental son federales, estatales y municipales, que en ocasiones atacan el mismo problema desde su ámbito de competencia.

Y los subsidios y apoyos gubernamentales no sólo son para los mexicanos menos favorecidos (así se dice a los pobres, de acuerdo con la corrección política): también los hay para los pequeños, medianos y grandes empresarios, mediante diversos programas y estímulos fiscales que también alcanzan cifras estratosféricas… sin contar con hacerse de “la vista gorda” ante la evasión de los impuestos.

Los programas asistenciales, los bonos gubernamentales, los subsidios, los estímulos fiscales no son malos y erróneos per se; en ocasiones son necesarios. Y deberían ser utilizados para apoyar al sector de población escogido para superar la crisis o estado de pobreza por el que pasa o, en el caso de otros sectores como el empresarial, para impulsar cierto desarrollo que a la postre beneficiará a ese sector y aquel al que se le dé empleo, por ejemplo. Nunca deben ser, al igual que el programa Hoy No Circula, permanentes porque causarán más problemas de los que pretenden resolver.

Ése es el problema de México y de muchos países del llamado tercer mundo, mayormente en la zona de América Latina. Los gobernantes recorren el camino fácil y más productivo, política y electoralmente, del asistencialismo, hasta convertir al suyo en un Estado populista. Y el populismo es de derecha y de izquierda o de lo que esas corrientes políticas hoy signifiquen o se nombren.

Un muy buen ejemplo del asistencialismo-populismo es el programa Un lugar para ti, anunciado el jueves 12 de este mes por el secretario de Educación Pública y los gobernadores de los estados de México, Hidalgo, Morelos y de la Ciudad de México, que, supuestamente, busca resolver el problema de los alumnos “rechazados” en el examen de admisión a la educación superior de esta zona del país, para lo que, por cierto, el gobierno populista del entonces DF, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, creó la impugnada Universidad Autónoma de la Ciudad de México y ahora desde su partido pretende abrir escuelas profesionales.

Con ese programa, dijeron, ya no habrá aspirantes a las universidades rechazados en digamos el Valle de México. Pero las cuentas no salen: de manera oficial para el próximo ciclo escolar hay 463 mil 459 espacios escolares en las universidades públicas y privadas en la capital del país y los tres estados involucrados en el programa. A cambio, en este ciclo escolar egresarán 341 mil 473 alumnos del nivel bachillerato de escuelas públicas y privadas de las mismas entidades federativas.

El escribidor sí aprendió a hacer operaciones aritméticas de manera manual y la hizo, pero para estar seguro, totalmente, también la hizo en calculadora y en ambos casos la diferencia son 121 mil 986 lugares educativos a nivel universitario que quedarán sin ocuparse, en el caso de que todos los egresados de bachillerato ingresasen al siguiente nivel. En otras palabras, no tendría por qué haber ningún rechazado por causas de espacio en las escuelas.

Lo que es probable es que el problema sea otro: falta de planificación, saturación de carreras y ofertas escolares intrascendentes, mitos familiares, incapacidades financieras y la idea del presunto prestigio social de tener una carrera universitaria. Además, claro, está el problema del desempleo, el subempleo y el empleo mal o peor pagado para jóvenes y viejos, para universitarios o para analfabetas. Y ésta es una grave responsabilidad gubernamental, que no se resuelve con programas asistencialistas.

En fin, ahora los jóvenes rechazados (no, perdón, los que no logren entrar a la escuela que querían) recibirán una beca de mil pesos mensuales para transporte o renta, y otros 15 mil de ellos podrán optar por una colegiatura preferente de mil 250 pesos en alguna universidad privada. Imagine usted a padres de familia pidiendo a sus hijos que no se esfuercen en pasar el examen, que mejor opten por la segunda opción para tener una lanita extra.

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