Distopía mexicana: la necesidad de la educación y la participación de los jóvenes
Por Pablo Ramírez Sánchez
Sexta parte
VI. UN MOMENTO SUBJETIVO
Quise dejar este espacio para expresarme libremente, lo cual no significa que anteriormente no haya podido hacerlo, más bien significa que durante esté párrafo me permitiré hablar de manera subjetiva, en base únicamente a mis opiniones, lo que percibo y lo que pienso, sin nada que sustente lo que escribo más que una convicción propia de querer aportar algo nuevo, algo distinto a todo lo que se ha dicho ya. El hecho de aún poder ser joven me da esa ventaja de poder constatar que todo lo dicho anteriormente es cien por ciento real, así como lo bueno también lo malo.
Afortunadamente he podido observar la situación desde distintos panoramas, dado que mi educación ha transcurrido a lo largo de escuelas públicas y privadas, la comparación entre ambas, al menos en mi experiencia, es abismal.
Después de todo este trabajo de investigación realizado es como si estuviera leyendo el libro después de ver la adaptación cinematográfica, sólo que por primera vez la película no deja fuera hechos importantes de la historia, así como tampoco omite personajes principales e importantes.
La película es la realidad, lo que viven miles y miles de estudiantes todos los días, el libro es ese conglomerado de datos que reafirman y constatan lo que sucede en la realidad. Dicho libro es digno de clasificar en un género de terror o tragedia; las deserciones, los reprobados, las aulas en mal estado, los maestros incompetentes o los maestros ausentes, la falta de inclusión, la falta de equidad, la vieja enseñanza de memorizar todas las fechas sin importar lo que éstas signifiquen, todo es real.
Mi pensamiento, mi postura, es sumamente pesimista como se podrá apreciar, pero a mi parecer es lo que ha hecho falta para poder avanzar, desde mi punto de vista el falso optimismo y el exceso de confianza han provocado que nos conformemos con lo más mínimo, cuando se debiera de priorizar el reconocer los errores cometidos, para que una vez habiéndolos identificado lograr corregirlos.
Pero lo que ha sucedido es que hemos preferido ocultar dichos errores, minimizarlos, ignorarlos, no se trata de generar un panorama de pánico y caos en la sociedad pero tampoco se trata de querer convencer a la gente de que vivimos en un mundo utópico con el que todos soñamos, cuando la realidad nos despierta diariamente con un balde de agua fría. El hecho de aún poder ser joven me da, sin embargo, el poder de querer intensamente cambiar la situación a mi alrededor, de contagiar a otros mi pesimismo, no para que acabe en mera indignación o apatía, al contrario, para que pueda abrirle los ojos a aquellos que optan por cerrarlos, para motivar a todos esos jóvenes a generar cambios pequeños o grandes, no importa.
Eduardo Galeano decía “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. La única manera de generar grandes cambios es mediante el conjunto de miles y miles de cambios pequeños. Es necesario retomar los valores que todo joven debe de tener, es necesario guardar un pequeño espacio de rebeldía sana y de inconformismo dentro de nuestro ser, es necesario agarrar más libros y abrir nuestras mentes a las maravillas que estos contienen.
Ray Bradbury escribe en Fahrenheit 451 “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. Si nos perdemos en la ignorancia no hará falta que el gobierno nos niegue la educación, que nos prohíba aprender, pues nosotros mismo ya habremos cerrado esas puertas. Hace falta una nueva revolución ideológica, que inspire a todos los jóvenes a participar, a recibir educación, a encender la chispa del conocimiento que diluya los avances de la censura y la opresión. Hace falta…