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Crucero

Raul Sales Heredia
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Por Raúl Sales Heredia

El ajado cuero de las sandalias cruje a cada paso, pasos lentos, pues su fuerza ya no es lo que era; su zancada ya no es firme, sino ligeramente tambaleante, pero para eso está su bastón, para sostenerlo, aunque tampoco la fuerza de su brazo sea la de antes.

Hay que caminar, cada día, todos los días, de cada mes. Camina al crucero que le queda cerca y que es lo suficientemente transitado para que valga la pena. Hoy se atrasó un poco por el dolor de las articulaciones, así que al llegar encuentra su sitio ocupado y, aunque no le dicen nada, la mirada que le echan es suficiente para que decida seguir caminando a otro en que pueda extender la mano y pedir limosna sin que tenga que compartir a los pocos automovilistas que aún se tientan el corazón y bajan la ventanilla dejando entrar el sofocante calor a sus climatizados autos para prescindir de unas monedas.

A sus 80 años puede trabajar en muy pocas cosas y los pocos puestos que están a su alcance, como ser “cerillo” en un supermercado tienen una larga lista de espera y entre su encorvamiento y que no tiene a nadie, hace que lo dejen de lado, dándole preferencia a los otros y aunque no necesita mucho para vivir, necesita y no tiene opción más que dejar su orgullo de lado y esperar que la luz de semáforo se torne roja para ir de auto en auto dando suaves toques en el cristal, medio levantar el rostro y voltear la mano en el gesto universal de petición de ayuda. Pocos se detienen, ya es tarde, todos tienen prisa y aunque estén detenidos por el alto, el humor de los conductores ya no está como para tocarles el cristal, ya su cerebro está distraído entre el estrés de llegar tarde y la molestia de tener que detenerse, su corazón ya no se conmueve, ya solo niegan con la cabeza para no tener que bajar la ventanilla.

Hoy fue un mal día, apenas obtuvo 42 pesos lo que le da para comprar un kilogramo de tortilla y una lata de frijol para comer y cenar, pues tiene que guardar 10 pesos para ir a su consulta mañana y quedarse con algo, pues seguramente perderá todo el día mientras espera la ficha y que lo atiendan; ojalá en esta ocasión tengan las medicinas y no tenga que pasar otro mes con dolores porque ni había en el hospital ni tenía para comprarlas.

Ser un anciano es complicado, ser un anciano pobre, lo es aún más y son tantos que no hay programa federal que pueda atenderlos a todos. Quizá sea tiempo de ir a un asilo, pero no quiere pasar sus últimos días en un lugar donde no podrá salir y nadie lo visitará; al menos en la calle tiene la sensación de que aún es libre, de que aún es útil, que quizá mañana sea un mejor día.

Lo que escribo arriba es una ficción inspirada en un anciano que todos los días me topo en el mismo crucero, encorvado, con un palo como bastón, con sandalias de cuero y un sombrero que está roto por todos lados, pero que algo de sombra le debe dar. Siempre le doy unas monedas, una mañana, además de las monedas y los buenos días, le pregunté su nombre y no me contestó, siguió hacia el siguiente vehículo tocando en el cristal y estirando la mano. Otro día lo vi con el kilo de tortillas en un trapo sucio comiendo directamente de la lata de frijol y aunque me detuve a preguntarle si quería algo más, no me hizo caso y siguió comiendo mirándome de reojo como si fuera a quitárselo.

Hace días que no lo veo, sinceramente espero que esté bien, espero que algún apoyo gubernamental le llegara y que su ausencia sea porque ya no es necesario que se levante todas las mañanas a pararse en un crucero a extender la mano y pedir limosna a unos conductores que cada día se vuelven más fríos, más duros pues ya se están acostumbrando a que la mitad de la población se encuentra en pobreza y que siempre habrá quien extienda la mano, a unos conductores que prefieren tomar su teléfono en el alto antes que ver a quien les pide y que para algunos es un incordio.

Sinceramente espero que podamos como sociedad tender la mano a quien nos necesita, que no los volvamos invisibles y que tengamos consideración cuando son ancianos que además de los problemas económicos de la mayoría, llevan a cuestas años y los problemas que todos tendremos cuando lleguemos a su edad sin importar si tenemos, o no… dinero.

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