Estamos en un momento decisivo de nuestra historia como especie humana.
Todo se ha globalizado. Ahora nos toca poner el corazón y alumbrar el camino,
sabiendo que todos formamos parte de ese andar armónico. En la agenda 2030 está
puesta la esperanza hacia un porvenir lleno de oportunidades. Ahí están las
promesas renovadas para poner fin a la pobreza en todas sus formas. Una hoja de
ruta realmente vivificante en favor del planeta, que es nuestro hábitat común.
También una hoja de ruta en favor de la prosperidad compartida, lo que nos
exige mayor desprendimiento y mayores alianzas entre nosotros. Sea como fuere,
o trabajamos juntos por un mundo más humano y habitable, puesto que el
desarrollo y la paz son elementos interdependientes que, aparte de reforzarse
mutuamente, también se complementan, activándose una humanidad más cooperativa
y colaboradora, o todo será baldío y destructivo.
Llevamos años
hablando de sostenibilidad; sin embargo, esa visión conjunta de la humanidad,
no pasa de los buenos propósitos. Cada día hay más desigualdad social, mayor
degradación ambiental, más corrupción, más escasez de agua y de recursos
naturales, lo que genera frustración y conflictos, dificultando ese ambiente
propicio para el consenso ciudadano. A pesar de que cada 21 de septiembre, el globo
entero celebre el Día Internacional de la Paz, el mundo anda más convulso que
nunca. Por eso, me parece una acertada idea que una
sobreviviente de la trata de personas a manos del grupo terrorista ISIS sea la
nueva embajadora de Buena Voluntad de la Oficina de Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito (UNODC). Nadia Murad Basee Taha, quien también ha sido
nominada al Premio Nobel de la Paz, es una joven iraquí yazidi de 23 años. En
2014 fue testigo de cómo el ISIS asesinó a sangre fría a hombres y niños de su
comunidad. También fue víctima de graves abusos en manos de esos extremistas y
fue vendida y comprada varias veces. Esta es la primera vez que una
sobreviviente de esas atrocidades inhumanas recibe la distinción del organismo
de la ONU. Expándase su testimonio. Desde la
escucha es cómo podemos recapacitar.
Sin humanidad todo va a la
deriva. Nos hace falta vencer la indiferencia y convencernos, cada cual consigo
mismo, de que todos somos precisos y necesarios para ese orbe armónico. Algunas
personas prefieren mantenerse frías ante realidades de dolor que soportan
algunos seres humanos. No tienen compasión alguna. Viven en su pedestal de
bienestar. Hacen como que no escuchan. Tampoco quieren ver. Se despreocupan de
todo. Nada les afecta. Nada les dice; es más, logran justificar algunas
acciones, aunque germinen de la corrupción o de la privación de derechos
elementales. A lo sumo, llegan a decir: ¿qué vamos a hacer?. Así es la vida.
Pues no, rotundamente no. La complicidad de unos y otros es una manera de
traicionarse asimismo y de traicionarnos todos. Estamos llamados de por vida a
ser agentes de luz, a fomentar la solidaridad como verdadero programa a
consolidar en nuestra existencia, a ser perseverantes en el objetivo del bien
colectivo, a tender la mano hacia nuestros análogos sin levantar frentes ni
fronteras.
Es hora de formular llamamientos
urgentes a los responsables de los Estados para que se armonicen los gobiernos
y se rearmen menos. Precisamente, también en este mes de septiembre,
concretamente el día 26, asimismo celebramos el Día Internacional para la
Eliminación Total de las Armas Nucleares. Nos consta que, en la actualidad, más
de la mitad de la población mundial vive en países que poseen armamento nuclear
o forman parte de alianzas nucleares, lo que contribuye a incrementar las
tensiones en el planeta. A pesar de la creciente preocupación mundial por las
catastróficas consecuencias del uso de tan solo un arma nuclear -ni que decir
tiene las de una guerra nuclear regional o global-, existen unas 17.000 armas
nucleares en el mundo. El último ensayo de Corea del Norte, aparte de ser
profundamente preocupante, es una violación desvergonzada a las resoluciones
del Consejo de Naciones Unidas. En este sentido, el Secretario General de la
ONU, Ban ki-moon, sí que reiteró a las autoridades norcoreanas la aclamación unánime
que la comunidad internacional ha hecho de poner fin a esos actos y de que se
comprometan con la desnuclearización. Pongan oídos, pues.
Naturalmente, los seres humanos
requerimos ambientes de sosiego, al menos para crecer en humanidad. El momento,
por consiguiente, es crucial. Tenemos que despertar del letargo. Para consagrar
el fortalecimiento de los ideales de paz que todos en el fondo añoramos hay que
poner orden, desterrar las armas de nuestro alcance, y propiciar otros ambientes
más justos y equitativos. Todos sabemos que los conflictos están desplazando a
las familias de sus casas, privando a los niños de la enseñanza, y sometiendo a
los pueblos al abuso y la explotación. Desde luego, no podemos permitir que
estas realidades cohabiten con nosotros. La operación de las Fueras Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), de avivar el pacto al diálogo debieran
inspirar a otros países a poner fin a los conflictos mediante la diplomacia y
la negociación. No olvidemos que las guerras, son todas ellas destructivas,
deshumanizadoras, pues destruyen el mismo espíritu, y a la vez nos deshonran
como género humano, ya que a todos nos divide para utilizarnos como misil o
escudo de un bando o de otro.
Para desgracia de todos, cada
día son más los humanos que malviven en tierras donde las armas imponen terror
y ruina; por este motivo, si en verdad queremos avivar el derecho internacional
del derecho a la paz, como un derecho humano fundamental, tenemos que pensar en
superar los momentos difíciles desde la unidad, con estilos de vida muy
distintos a los actuales. Las familias no pueden disgregarse. Ellas son la
referencia y el referente. También los Estados tiene que aprender a coaligarse.
No digamos ya los continentes, con sus diversas culturas, donde ha de primar la
fraternidad como experiencia de simpatía y reconciliación. Al fin y al cabo, la
humanidad tiene que proyectarse desde el vínculo humanitario más conciliador.
Estos son los deberes a realizar por todos en los venideros años. Las diversas
religiones, precisamente, pueden ayudarnos a que esa relación se hermane de
manera efectiva.
Es cierto, el derecho de toda
persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre ya está reconocido en
el derecho internacional como norma inderogable, lo que nos hace falta es poner
en valor estas palabras, hacerlas valer con los hechos, pues la humanidad no la
forman sólo los privilegiados, la formamos todos como personas y no podemos ser
tratados como un objeto. En consecuencia, ha llegado el momento de no dilatar
el tiempo en discursos inútiles, sino de activar compromisos y analizar sus
resultados. La paz será posible, justamente, en la medida que seamos capaces de
considerarnos unos a otros, de despojarnos de amarguras que nunca nos llevan a
buen puerto, y de querernos con la autosatisfacción de donarnos a los demás.
Ahora bien, o caminamos todos juntos hacia la concordia, o nunca la hallaremos.
Por eso, Humanidad (con mayúsculas): sí quieres el sosiego, trabaja por
sosegarte; madura sobre la vida desde la justicia; y abraza, por siempre, la
verdad; que no es otra, que ponerse las veinticuatro horas diarias al servicio
del amor de amar amor. Dicho queda. Que nadie se excluya de este último
recetario, el del amor de amar amor (lo reduplico).