El saqueo del país.
Por: Francisco López Vargas.
Un
presidente debilitado por sus propios actos de corrupción y con poco respaldo
ciudadano se transforma en un Enrique Peña Nieto: los gobernadores saquean sin
control sin que haya quien pueda pararlos, los secretarios no operan ni dan
resultado y el país se ve sumergido en
una verdadera tromba de inestabilidad política, social y hasta de seguridad. Nadie
lo respeta: le dimos dinero, se arguye como justificación para la depredación
de los erarios estatales y la impunidad en sus actos.
En
Yucatán, Ivonne Ortega saqueó a la entidad y dejó miles de millones de pesos
tirados en obras que no operan, que no sirven, que no se terminaron o que sólo
fueron justificación para donarle a la campaña del priista.
En
Veracruz, Javier Duarte se justificaba por haberle dado 2 mil 500 millones al
candidato y esa cifra era su aval para la tropelía, el despojo y el latrocinio.
No
sabemos cuanto dio Roberto Borge, pero vaya que se sintió protegido porque
llegó a armar un gobierno de rapiña, de saqueo y de auténtica complicidad
institucional no sólo para robarse el erario sino para despojar a empresarios,
ciudadanos y a la propia entidad de sus reservas territoriales.
Un
presidente así no nos sirve a los mexicanos porque provoca gobiernos locales
disfuncionales que no importa qué partido los postule: no hay legitimidad ni
calidad moral para hacerlos servir honestamente a los ciudadanos.
El
peor escenario: la oposición, esos que debían ser lo opuesto a lo que conocemos
han terminado clonando las malas mañas: panistas famosos por sus moches,
priistas famosos por sus deudas que terminaron en sus bolsas, perredistas que
no tienen recato para robar, aliancistas que sólo lograron gobiernos fallidos. La
visión general pareciera clara: se acabó el sistema político mexicano como lo
conocimos. O cambiamos o nos hundimos más.
Las
leyes no sirven aunque sean maravillosas. Nadie termina en la cárcel porque
todos saben que de nada sirve denunciar porque los policías son parte de la
delincuencia, porque los ministerios públicos se prestan a los cochupos, porque
los jueces o los compran o los doblan.
Bueno,
en Yucatán hasta a una jueza, Rubí González Alpuche, denuncia que le
falsificaron sus firmas y en lugar de apoyarla, la mandan a otro juzgado a
punto de ser extinto. A ese extremo lo grave de la degradación de las
instituciones sin incluir el del ex presidente del Supremo Tribunal de Justicia
de Jalisco, acusado de homicidio, robo y demás lindezas.
No,
las cosas no están bien en el país, pero no puede negarse tampoco la apatía
social y ciudadana que sigue sin participar y sin exigir el cambio de régimen
político, pero no como lo sugiere Andrés Manuel López Obrador, el peor de todos
los conservadores del sistema, hoy
disfrazado de reformador cuando su discurso dice que sólo añora la peor época
priista del país, precisamente la base de todas las crisis que hemos vivido en
los últimos años.
Para
el próximo sexenio, México necesita un presidente sólido que no sólo tenga el
apoyo ciudadano sino que también sea el líder real que se necesita. En las
entidades sólo se podrá gobernar si en verdad vemos que hay una nueva
generación de políticos que no están ahí sólo para depredar.
Hay
que cambiar el régimen presidencialista y entrar a una nueva forma de gobierno
que provoque más inclusión ciudadana y más participación en las decisiones más
importantes del país.
Queda
claro que una mayoría, escasa como la actual, no representa el sentir del país
y precisamente por ello se ve que la enorme distancia con la ciudadanía que no
sólo ofende al presidente sino que lo repudia en muchas de sus decisiones.
¿Qué
cambiar? Pareciera que el presidencialismo y el actual régimen ya colapsó. Los
partidos que debieron ser oposición y contrapeso al priismo tradicional no sólo
lo clonaron sino que han replicado sus peores prácticas con grados de
superioridad que asusta. Las nuevas generaciones de políticos, quizá por
jóvenes, nos están dando un espectáculo aterrador al ver como convierten la
administración pública en verdaderas mafias que actúan sincronizadas como
delincuencia organizada.
En
el México del nuevo milenio, la transición fallida sólo ha permitido que todos
sean más parecidos entre sí. Los políticos de estatura parecieran
empequeñecerse cuando se entera uno de cómo fueron corrompidos, cómo cayeron en
las garras de lo que criticaron.
Señales
de alerta hay muchas, pero las más graves son aquellas que nos dicen que el
saqueo al país no aguantará mucho. La brecha social es tan grande que sólo
viendo que la desigualdad favorece a unos cuántos debería de basta para que
esos pocos tengan pánico de lo que harían con ellos esa masa que no termina de
despertar.