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José Francisco Lopez Vargas
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Por Francisco López Vargas

Este fin de año algo me ha conmovido. Primero, Vladimir de la Torre con su vivencia en la Cuba de una generación que aún no digiere lo que vivió en ella y el relato escrito por Manuel Triay Peniche del episodio de vida de Margarita Chan Baas y Raúl Manuel Canul Dzul cuyo hijo nació en un parque o de Jesús Nazareno Euán Hoil y Angélica del Carmen Torres Alegría, que perdieron a su bebé en Tizimín porque no logró que alguien les diera atención médica.

Esas historias me hincharon el corazón porque lo más preciado de un ser humano pareciera haberse perdido con el paso del tiempo. Nos deshumanizamos y volteamos a ver al de a lado como si fuera menos que nosotros, como si alguien tuviera un ADN diferente, más puro, más fino… No lo sé.

Un ser humano lo es así nada más: está vivo y merece que lo tratemos como nos gustaría que nos traten a nosotros; pero no, es como si de repente alguien creyese que su camisa, zapatos o pantalón lo hace distinto al otro.

Es como si un cargo o una profesión les diera un halo distinto al que nos dio vida a todos o que por ello no moriremos o merecemos algo más que los demás. ¿Dónde hemos ido dejando pedazos de nuestra humanidad?, ¿es verdad que realmente no vale la pena la persona de a lado o ya nos convencimos que somos mejores que ella?

La realidad es que vivimos en un mundo de egoístas que sólo pareciera estar en espera de poder sacarle algo de beneficio a quien se le atraviese: un voto, una lana, un favor, una dádiva. No lo sé, algo en lugar de disfrutar a la persona y lo que pueda aportar.

Y entonces, llegamos a quienes se ofrecen, se postulan y caminan para decirnos que nos quieren servir, que quieren ser nuestros mandatarios para resolver los problemas de los ciudadanos y no pueden siquiera contener sus ganas de tocar, de tomar parte del erario para satisfacer sus propias necesidades, sus propios gustos, sus propias fantasías hechas realidad con el dinero de todos.

Y vemos caminar a diputados locales, federales, senadores, alcaldes, regidores, gobernadores, secretarios y presidentes diciéndonos que lo que están haciendo es dar resultado a los ciudadanos. Sin embargo, la realidad los alcanza y vemos que las Margaritas Chan, o las Carmen Torres siguen existiendo, siguen siendo parte del paisaje urbano en el que 60 millones de mexicanos no saben si llevarán a su casa lo suficiente no digamos para alimentarse, siquiera para llenar el estómago.

¿Sabe el alcalde lo que padecen quienes viven en la Dolores Otero o en San Antonio Xluch, o el gobernador lo de Chichimilá, Kaua o Chemax? Y así podemos recorrer cada municipio, cada comisaria donde la comida llega a ser un tema semanal y no de todos los días.

Lo más grave es que quienes deberían oponerse, enfrentar a los gobiernos, decirles y hacerles ver lo que está mal, dónde están fallando se convierten en la comparsa. Los regidores de oposición de Mérida convertidos en auténticos paladines del silencio y la complicidad, quizá por necesidad, quizá por gusto o lo que sería peor quizá porque los fuerzan a guardar silencio mientras la Comuna meridana apenas y da resultados, apenas si atiende a los que no se ven después de la calle 65.

En la Comuna, regidores torcidos, funcionarios que representan intereses de empresarios, dirigidos por un alcalde que está dispuesto a amenazar, a callar a quien lo censure incluso cerrándole su negocio, negando los permisos, evitando que haya libertad y atención.

En el gobierno local, callando la corrupción de quien antecedió, viendo para otro lado cuando lo principal es la negociación cómplice para seguir caminando.

Hoy, en el Yucatán del siglo XXI, la tradición sólida de oposición, la tradición de cultura política no está en quienes fueron los adalides de la democracia, de quienes llegaron al poder para mimetizarse con quienes habían combatido porque se volvieron igual que ellos: políticos profesionales y olvidaron que al dejar el cargo vuelven a ser funcionarios, aunque prefieren también ser chapulines: hoy alcalde, mañana diputado para luego ser dirigente o aspirante a la gubernatura.

¿Dónde quedó la oposición en Yucatán?, ¿dónde están los que peleaban por las margaritas o las Carmen?, ¿los que denunciaban a quienes se quedaban con parte del erario?

No lo sé. Pareciera que hoy todos son parte de lo mismo y al serlo dan el mismo resultado: mediocridad de servicios, mediocridad de resultados.
Veremos que pasa en el 2017.

José Francisco Lopez Vargas
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