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Jorge Fernández Menéndez
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Por Jorge Fernández Menéndez

El tema de enviar tropas a México que colaboren en la lucha contra el narcotráfico es tan viejo como el propio narcotráfico. Tanto, que fueron las tropas estadunidenses las que paradójicamente trajeron las drogas duras al país cuando en la Segunda Guerra Mundial la sierra de Sinaloa fue usada para plantar amapola y producir morfina. Terminó la guerra, se fueron los soldados, pero la producción siguió en las manos de los mismos campesinos que antes trabajaban para el Ejército de EU. Fueron los gomeros que luego se convirtieron en jefes de cárteles cada vez más poderosos.

Desde la llamada Operación Cóndor, en 1975, con altas y bajas, con momentos de fuerte cooperación y otros de gran desencuentro, la colaboración bilateral se ha mantenido, incluso, se ha aceptado la participación de agentes de la DEA y de otras agencias en México, pero nunca se dio luz verde, ni se dará, a la participación militar de EU en nuestro territorio.

Tampoco es nuevo el interés en establecer un sucedáneo del Plan Colombia en nuestro país. En eso derivó la Iniciativa Mérida, a inicios del 2007, cuando se reunieron por primera vez los presidentes Bush Jr. y Calderón. Pero la limitante principal para un Plan México, como incluso algunos lo comenzaron a llamar entonces, fue siempre la intervención directa de tropas.

Tuve oportunidad de conocer muy bien y de primera mano, la instrumentación del Plan Colombia. En el 2005 fui invitado por el Comando Sur y el departamento de Estado de la Unión Americana a Colombia para conocer su implementación. Fue una larga visita que me permitió conocer buena parte de Colombia y del trabajo de seguridad desarrollado en ese país. Y de observar desde las operaciones antinarcóticos en la costa del Caribe, hasta los depósitos de armas y drogas en la sierra; desde la guerra abierta, con traficantes y las FARC en la selva, en la frontera con Ecuador, hasta los éxitos en la implementación de programas sociales en zonas antes dedicadas al monocultivo de coca; desde una exitosa reforma judicial realizada en unos pocos años hasta mecanismos para reducir la violencia contra las mujeres en las grandes ciudades. Buena parte del libro De los maras a los zetas (Grijalbo 2006) que publicamos con Víctor Ronquillo está dedicada, precisamente, a contar lo que pude ver y reportear en aquella visita a Colombia.

Decía en ese libro que el tipo de colaboración y participación que se daba en esa nación sudamericana no era viable en México. En todos los operativos los oficiales estadunidenses y colombianos participaban juntos. Me tocó ver al entonces secretario de Defensa y ahora presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, llegar a una zona de inaudita violencia, en la frontera con Ecuador, muy cerca de donde fue abatido el líder de las FARC, Raúl Reyes, en un avión del propio Departamento de Estado.

En esa zona de guerra las tripulaciones de los helicópteros militares eran estadunidenses, oficiales contratados por empresas privadas. Los dos únicos colombianos que iban en cada uno de esos Black Hawk eran los dos soldados que manejaban las armas: sólo ellos podían disparar, pero la tripulación y la logística era estadunidense.

La operación era coordinada por el Comando Sur y era entendida como un modelo de colaboración integrado. Hay que recordar que en aquellos años, por lo menos, un tercio del territorio colombiano no era controlado por el Estado. Haber revertido eso, haber recuperado la gobernabilidad y el control, lo mismo que una seguridad cotidiana confiable, fueron los grandes méritos del Plan Colombia y de un trabajo intenso del propio gobierno colombiano en condiciones muy diferentes a México: lo es la geografía colombiana, el sistema político, la historia del país y el desafío al que se enfrentaban: los cárteles de Medellín y Cali, por una parte, y las guerrillas de las FARC y el ELN por la otra, que compartían un objetivo común: el control territorial y político del país.

Hay zonas donde 12 años después el crimen sigue teniendo control, donde se sigue produciendo una alta cantidad de cocaína que se sigue enviando con escalas en Centroamérica, México y el Caribe hacia Estados Unidos, pero hoy nadie disputa la gobernabilidad territorial colombiana, un país además, muy centralizado institucionalmente y también en términos de seguridad.

Pero hay cosas compartibles. Entre los capítulos que desarrolló el Plan Colombia se incluye el entrenamiento de fuerzas militares para la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo; tareas de asistencia en planificación y asesoramiento; proporcionar equipo no letal, incluido el apoyo de helicópteros, plataformas de inteligencia y los sistemas de mando y control. Y, sobre todo, inteligencia, comunicaciones y una confianza común que se fue afianzando con el tiempo.

Sobre esos principios y parámetros se puede y debe trabajar. La intervención militar, además de agredir a la soberanía, es obsoleta e ineficiente.

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