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Jorge Fernández Menéndez
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Por Jorge Fernández Menéndez

¿Quién podría ser nuestro Macron? se preguntaba, como muchos otros, Pascal Beltrán del Río. Y es que el triunfo del candidato liberal de izquierda en Francia no sólo resulta atractivo porque parece ser la confirmación de que la ola populista comienza a retroceder en Europa, sino también porque confirma que una candidatura exitosa no debe ser, necesariamente, el resultado de un largo proceso de acumulación, sino también el reflejo de un momento, de una coyuntura y de una personalidad que pueda reflejar las expectativas de la gente.
Hace un año, Macron no existía como candidato. Había sido un joven ministro de Finanzas del presidente Hollande que no logró sacar adelante su programa y que decidió lanzarse como candidato presidencial fuera del partido socialista en el poder, con un programa que incorporaba posiciones liberales en economía, progresistas en lo social y decididamente europeístas en un momento en el que el Brexit quería echar por la borda el proyecto europeo. No tenía partido y fue creando su movimiento, llamado ¡En Marcha!, con incorporaciones socialistas hartas de la vieja maquinaria del partido, y con referentes también de centro-derecha, sobre todo en áreas económicas, desencantados a su vez de un partido republicano que se había olvidado de De Gaulle, de Chirac y de sus referencias históricas, para convertirse cada vez más en un partido conservador tradicional.

A Macron no le hubiera alcanzado si no fuera porque el partido socialista terminó eligiendo un candidato tan a la izquierda que lo sacó del centro; si no hubiera habido otro candidato de izquierda populista, neo chavista, que dividiera los votos progresistas; si el partido republicano no hubiera elegido como candidato al más conservador de sus aspirantes que, además, se vio envuelto en plena campaña en graves acusaciones de corrupción. Y sobre todo, sin la amenaza para la democracia, la Comunidad Europea y las libertades que significaba la candidatura de Marine Le Pen, por el Frente Nacional, de extrema derecha populista.

En esa coyuntura un europeísta, liberal, progresista, se convirtió en opción, y, en menos de cien días, Macron se convirtió en el presidente con la mayor cantidad de votos en la segunda vuelta desde los tiempos de Jacques Chirac. Quizás tampoco le hubiera alcanzado sin una segunda vuelta electoral, que han adoptado cada vez más democracias para dar certidumbre y legitimidad a sus gobiernos.

Regresemos a México. Lo sucedido en Francia, y hemos venido insistiendo en ello desde hace meses, confirma lo necesario de la segunda vuelta en un sistema político como el nuestro. No la quieren quienes apuestan a ganar, aunque sea con un voto minoritario, cuya legitimidad pueda quedar cuestionada y con una gobernabilidad, por lo menos, endeble.

Pero también confirma que nada está decidido de cara a 2018. Ahí estará López Obrador por Morena, pero también habrá candidatos del PRI y el PAN que serán, sin duda, competitivos. Se dice que habrá varios independientes, que parecen ser cada día menos significativos si no tienen fuerzas reales que los apoyen. Y estará la candidatura de Miguel Ángel Mancera. Sigo pensando que el jefe de Gobierno de la ciudad es el único que podría repetir un fenómeno como el de Macron. Mancera es un buen candidato, con carisma, con un buen discurso, que puede ofrecer una opción liberal y al mismo tiempo progresista, sin amenazar al país con un salto al vacío o con una crisis de gobernabilidad. Sería un candidato independiente, pero con el respaldo del PRD y de Movimiento Ciudadano, con un respaldo importante como el de Enrique Alfaro y quizás del propio Jaime Rodríguez.

Esa opción tiene hoy un margen relativamente acotado de posibilidades (un 10, 12 por ciento quizás), pero su proyección dependerá de cómo se vayan a dar las cosas. ¿En qué medida López Obrador puede crecer ante su barrera de negativos?, ¿quién será el candidato del PRI, quién el del PAN?, ¿mantendrán esos partidos la unidad cuando tengan candidatos? Nada de eso lo sabemos hoy.

Mancera está trabajando en eso: lo está haciendo con visitas al exterior como la que acaba de realizar a Chicago y con trabajo dentro y fuera de la ciudad, apostando mucho a lo segundo, sobre todo ahora que asumió la presidencia de la Conago.

Que esa opción tiene posibilidades, lo demostró López Obrador cuando le exigió al PRD, a MC y al PT (las fuerzas que apoyarían a Mancera) a que desde ahora renuncien a sus candidaturas en el Estado de México, Nayarit y Coahuila para respaldar a los aspirantes de Morena si quieren una alianza para la presidencial en 2018. Aceptar un acuerdo de ese tipo sería suicida para cualquier partido, pero proponerlo no es una muestra de fortaleza sino de debilidad. Hay llaves para acceder a 2018. Falta mucho para eso, pero estoy convencido de que Mancera puede ser el dueño de una de ellas. Para ganar o para dar gobernabilidad.

Jorge Fernández Menéndez
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