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Lo que ocurre en Argentina cuando el dólar se tranquiliza

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Las metáforas nunca son demasiado precisas. Pero tal vez sirva imaginar en este caso un barco pequeño y averiado, en medio del mar, bastante lejos de la costa, en una mañana serena, cálida, celeste, transparente. Se siente bien. Sobre todo, si uno recuerda que hace unas horas, el mismo barquito debió enfrentar una tormenta perfecta: vientos huracanados, mar embravecido, la muerte al alcance de la mano. Entonces, la mañana soleada es un buen momento para relajar, aliviarse, disfrutar de la paz de un día hermoso. Y, por supuesto, no es tiempo de pensar en el futuro. Ya llegará.

Nadie puede manejar eso.

La Argentina ha atravesado un último año tremendo. A principios de abril del 2018 los grandes fondos de inversión del mundo, motivados por la crisis turca y por las inconsistencias locales, decidieron huir del país. Desarmaron sus posiciones en pesos. Vendieron todo, compraron dólares y se fueron. Eso generó que todo el mundo en la Argentina comprara dólares. La moneda se devaluó violentamente: el dólar valía 20 y pasó, en un abrir y cerrar de ojos, a valer 45. Y ese salto se trasladó a los precios. No hay que ser un genio para anticipar los efectos: subió violentamente la pobreza, bajó el consumo, cayó brutalmente el producto. Todo eso tuvo sus efectos políticos: la imagen del presidente Macri rodó por el suelo.

La tormenta empezó en abril del 2018 y encontró reparo recién en abril del 2019, en la fecha que ya se conoce como 29A. Ese día, el Fondo Monetario Internacional anunció que, de producirse una nueva corrida en contra del peso argentino, el Gobierno podría vender los dólares que quisiera para frenarla. Es un episodio digno de estudio sobre cómo funcionan las cosas.

En lo peor de la tormenta, apareció el FMI y le otorgó a la Argentina de Macri el mayor préstamo de su historia. Pero lo hizo con una condición: que no vendieran los dolares prestados para frenar la fuga de capitales. Solo servirían para cubrir el déficit , de manera que la Argentina no tuviera que recurrir a los mercados a pedir deuda.

Algo de razón tenía esa prohibición. ¿Tiene que ser el Fondo Monetario quien facilite el dinero para que los especuladores se vayan cuando quieran con él? ¿No es tirar plata? Pero había un problema político. Si no le permitían usar el dinero, el Gobierno perdería las elecciones. Por eso, cuando en abril de este año, pareció que se desataba una nueva corrida contra el peso, el Fondo Monetario violó todos sus principios y anunció que permitiría que se usaran las reservas. Macri es un aliado confiable de Estados Unidos en la región. Decidieron no dejarlo caer al costo que fuera.
Y entonces volvió la calma. Ahora que el Gobierno tenía dinero para parar una corrida, los inversores dejaron de correr. Iban a perder mucha plata.

La tormenta se alejó.

El cielo se despejó.

Y el sol salió de nuevo.

En dos meses y medio, el clima cambió de manera radical. Todos los indicadores negativos se volvieron positivos: la confianza del consumidor, la confianza en el Gobierno, la imagen presidencial. La inflación, que sigue siendo altísima, empezó a moderarse: del 6% mensual, cayó al 2,5. Gracias a la monumental devaluación, la Argentina le ha vuelto a vender al mundo más de lo que le compra. Y, por primera vez en seis meses, Macri tiene ahora chances de ser reelecto. Si esto ocurre, una de las explicaciones posibles será que el FMI salvó a Macri. No la única: siempre conviene desconfiar de las simplificaciones.

En la cubierta del barquito hay un recuerdo ciertamente aterrador de la tormenta reciente. Además, hubo víctimas que no se olvidan. Pero el mar luce sereno, refleja los rayos del sol. Es cierto que con el mar nunca se sabe. Por lo pronto, los particulares, cada día, siguen comprando dólares. El Gobierno mantiene tasas de interés altísimas para que los inversores ganen mucho dinero si se mantienen en pesos. Eso ahoga la economía. Y, además, alguna vez habrá que pagarlas. Los precios suben menos pero muy por encima del dólar. Y, cada vez que eso ocurrió, tarde o temprano el dólar se puso a la par a lo bruto.

O sea, que, en cualquier momento, tal vez después de las elecciones de noviembre, volverán a moverse las olas y la barcaza empezará a sacudirse de nuevo. O, al menos, hay una alta probabilidad de que eso suceda. Si uno mira la historia reciente argentina, sería un hecho realmente exótico que no ocurriera.

Pero mejor no pensar en eso ahora.

Esta vez va a ser, definitivamente, distinto.

Y si alguien tiene alguna duda, que abra una cerveza, se tire en la hamaca y mire hacia el horizonte.
¿No es una mañana muy bonita?

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