Por: Uuc-kib Espadas Ancona.
Por todo tipo de medios se expresan los temores de lo que podría pasar si Andrés López Obrador gana la próxima elección. De forma espontánea o como parte evidente de las normales contra-campañas electorales, se expresa el temor de que el tabasqueño busque convertir a México en algo así como la Venezuela de Chávez, con expropiaciones de empresas, aumentos de impuestos, confrontación con los EE. UU. y otra serie de cosas. La campaña ha tenido un éxito limitado, pues al parecer ha convencido a muy pocos que antes no lo estuvieran de la infinita maldad del ex-salinista, pero al tiempo revela una corriente social amplia totalmente opuesta a sus aspiraciones. En su interior, es muy notable la focalización de estos miedos en personas con holgados recursos personales y en quienes consideran que el enriquecimiento de una élite es condición para el desarrollo económico del país. Desde esta perspectiva, un poder ejecutivo encabezado por el otrora presidente del PRD significa la inminencia de cambios en el sistema económico mexicano que, suponen, limitarían las posibilidades de expansión del capital, a base de impuestos o de la ampliación de salarios y derechos laborales, socavando los actuales privilegios de los mayores empresarios mexicanos. Están equivocados.
La propuesta real de López Obrador es inteligible leyendo, primero, sus actos políticos y, segundo, el interlineado de sus dichos. Esta lectura nos permite observar, sí, su avidez por ocupar la silla presidencia y de pasar por ello a la Historia, pero también su total indisposición a afectar las condiciones de privilegio en que el capital opera en México. En ese sentido, no se ha cansado de repetir que no habrá nuevos impuestos, garantizando principalmente la bajísima recaudación a las enormes ganancias, y que no habrá ninguna revisión de hechos pasados, dando total definitividad a los beneficios ilegales que ya se hubieran obtenido.
La propuesta de López se centra en acabar con la corrupción y estrangular el gasto público en distintas áreas a fin de obtener los recursos necesarios para lograr un desarrollo nacional que, entre otras cosas, abata la pobreza. La oferta tiene dos virtudes principales. Por un lado, se monta en el descontento social contra los políticos, a quienes entre otras cosas les bajaría los sueldos, y sobre la marcha demostraría a los dueños del dinero que sus intereses, aún los más mezquinos, son sagrados para el nuevo gobernante; por otro, ofrece esperanzas a los más desfavorecidos. Su único problema es que, en números, acabar con la corrupción, si de verdad se intentara y se lograra, no modificaría la dinámica económica y sería del todo insuficiente para lograr lo ofrecido.
No hay pues ni de qué espantarse ni de qué entusiasmarse. El nuevo presidente López no hará gran cosa que no haya hecho el anterior.