Por Enrique Vidales Ripoll
Una de las cosas que compartimos los países latinoamericanos en cuestión política es que, aun cuando nos definimos naciones democráticas, en la realidad la práctica de gobierno dista mucho de consolidar los valores de la democracia.
Desde el punto de vista académico se concluye un gran vacío político que se refleja en la forma en cómo se organiza la práctica política. En la antigüedad la sociedad fue teocrática, por lo cual se depositaba la estructura social bajo el dominio de la deidad y sus representantes los sacerdotes. El dogmatismo entonces era fundamental para aceptar el designio divino, sin que se pudiera rebatir el mandato de los dioses.
Con la llegada de los españoles la evolución social y política fue interrumpida, pero al mismo tiempo, sustituida por otra forma de pensar igualmente teocrática. Esta ruptura de una evolución social impacto a la base social por el sentimiento de abandono de la identidad cultural. Lo que derivó un sincretismo que nutrió y enriqueció la expresión de la comunidad en sus diferentes formas de expresar el sentimiento, la visión y como producto la organización de la sociedad.
Los procesos de libertad de las naciones latinas del yugo español no fueron genuinos en su naturaleza. Debemos reconocer que los libertadores aprovecharon una coyuntura política y social en la Nueva España. Esto no significó un resquebrajo de los valores e instituciones coloniales. En un sentido estricto los nuevos años de vida independiente se centró en la lucha entre conservadurismo y los pensamientos libertarios. Como suele suceder, el pueblo quedo en medio de las luchas grupales tomando partido por uno o por otro. Sin que verdaderamente se contemplaran beneficios sustanciales a la calidad o bienestar de vida.
Es por ello de que al llegar las expresiones de pensamiento socialista encontraron en las tierras de América Latina una tierra virgen y susceptible para la cosecha. Las ideas de organización del pueblo por el pueblo mismo permearon sin darnos cuenta de que la agenda programática de implementación estaba contextualizada en el desarrollo industrial muy ajeno de la situación política, social y cultural de los pueblos latinos.
Es también por ello el fracaso del socialismo. La organización tribal subyace como fundamento en la organización política. El líder, el jefe o el cacique, no es más que un hombre que se adueña de todo lo que cree le pertenece. Eso ocasiona mucha diferencia social entre el poder y los gobernados o quienes quedan sujetos a ese ejercicio poderoso de la preponderancia política.
Al final la verdad política se manipula y se simula. Las instituciones de gobierno y quienes ejercen el poder político de la sociedad viven ensimismados en lo que representan. Son los intereses ajenos de un pueblo que solo le queda observan que las cosas pasen.
Así hemos estados acostumbrados. A ser los espectadores, a estar sumisos en la merced del patrón, del jefe comunitario, del gobernante o de político.
Habría que romper muchos paradigmas sociales, culturales y políticos. El empoderamiento ciudadano en las sociedades latinas es un proceso que debe avanzar rompiendo los modelos de la pasividad y la observancia.
Es muy fácil dejar hacer y no tomar parte activa de la responsabilidad social que tenemos los ciudadanos para provocar a la clase política, instituciones y personajes, a relanzar los objetivos, misiones y acciones para ya no ver ni hacia arriba ni horizontalmente.
La verdad política que nos haría reforzar y consolidar la democracia es empezar a mirar hacia abajo. Que los políticos observen y dialoguen con los ciudadanos de forma franca, abierta y escuchando las necesidades y los reclamos.
Hay que dejar ese velo de ser los intocables, lo que no puede estar ni cerca y mucho menos próximos al pueblo. Ni son la clase sacerdotal dogmática, ni son los caciques superpoderosos
Hay mucho que cambiar… lo malo es que no hay pasos ni camino para ello.